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Europa y EEUU se tambalean ante la amenaza que nunca pensaron que llegaría

Trabajadores de una funeraria sacan un ataúd de una víctima de coronavirus en Gilly, Bélgica el 26 de marzo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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Escucha a los científicos, dice todo el mundo. Y con razón. Veamos lo que ha dicho el doctor Anthony Fauci, la persona con más nivel científico en el gabinete de crisis de la Casa Blanca que se ocupa del coronavirus. “Tú no haces un calendario [sobre cuándo y cómo acabará esto]. Es el virus el que hace el calendario”.

Fauci decía esto en relación al debate propiciado por Trump y algunos empresarios y grandes inversores sobre la posibilidad de poner fin a mediados de abril a las medidas más drásticas e impedir que el daño económico sea mayor. Pero su respuesta vale para todos los gobiernos en relación a cualquier asunto en la lucha contra el coronavirus. Mientras encuentre a portadores en los que residir, el virus seguirá avanzando. Sólo acabará con él la falta de anfitriones, y de ahí las medidas de confinamiento y distanciamiento social.

Esta situación obliga a los gobiernos a reaccionar ante los acontecimientos y con frecuencia parecen verse superados. Están acostumbrados a decir a los ciudadanos que todo está bajo control. Los ciudadanos también tienen la lógica tendencia a pensar que, incluso cuando se equivoca, el Gobierno sabe lo que está haciendo. Viven en un país de Europa occidental o en EEUU, en uno de los más ricos del mundo, con un gran sistema sanitario. La ciencia y la tecnología, en un nivel de desarrollo nunca visto en la historia de la humanidad, están a su servicio, incluso en el más pequeño detalle de la vida cotidiana.

A diferencia de las personas que viven en el Tercer Mundo, somos indestructibles. No hay problema que el dinero o la tecnología no puedan solucionar.

Todas esas presunciones se han visto arrasadas.

De repente, un día descubren que su personal sanitario no tiene mascarillas o guantes. Que deben emplear métodos tan rudimentarios como bolsas de basura para cubrirse o que su jefe les dice que sólo utilicen un par de guantes cada vez, no dos para reforzar la protección. Se enteran de que algunas residencias de ancianos son un foco de contagios que acaba con las vidas de sus ocupantes. Que todos los gobiernos compiten en un gran bazar mundial para conseguir reponer el material sanitario que se consume cada día en dimensiones nunca antes conocidas. El problema no es tener dinero suficiente, sino encontrar lo mismo que todo el mundo busca desesperado.

Europa vive una imagen insólita desde la Segunda Guerra Mundial: barrios enteros vacíos, como si todos sus habitantes hubieran huido. Consumidores vaciando estanterías de supermercados y haciendo acopio de alimentos, como si fuera a empezar una guerra. Trabajadores de funerarias y de limpieza cubiertos con trajes protectores, como si estuvieran enfrentándose a una guerra química.

Los gobiernos tienen entre sus principales funciones dar seguridad a los ciudadanos y ahora no pueden hacerlo, aunque lo intenten.

Cada país que creía que no iba a recibir el impacto del coronavirus va cayendo como fichas de un dominó. EEUU teme ocupar el nefasto puesto que ahora sufren Italia y España. Ya es el país del mundo con más casos, por delante de China, según la estimación de la universidad Johns Hopkins. Está previsto que las 1.800 camas de UCI de la ciudad de Nueva York queden ocupadas este viernes, según un cálculo de la agencia federal FEMA. En el hospital de Elmhurst, de 540 camas, en el distrito neoyorquino de Queens, la situación se ha desbordado. “Es apocalíptico”, dijo un médico a The New York Times.

En la tarde del miércoles, Donald Trump mostró un optimismo irreal cuando dijo que “empezamos a ver la luz al final del túnel”. El país había superado la cifra de mil muertos. Fue un caso de ceguera histórica porque esa es la frase que repetían el presidente Lyndon Johnson y el general Westmoreland para convencer a unos escépticos periodistas de que estaban a punto de ganar la guerra de Vietnam. Desde esa época, ha quedado como la frase que simboliza a los gobiernos que venden una ilusión irrealizable.

Hasta la semana pasada, el Gobierno holandés era uno de los que habían apostado por la inmunidad de grupo –la misma ya abandonada por los británicos– para no verse obligado a tomar medidas drásticas. Bastaba con recomendaciones, incluso con bromas como la de su primer ministro cuando se reía en una rueda de prensa al estar a punto de estrechar la mano de otra persona. En las últimas 24 horas, ha visto morir a 78 personas, un aumento del 22% con respecto al día anterior. La cifra total de fallecidos es de 434 y seguirá subiendo.

Reino Unido ha iniciado el rumbo de las medidas más draconianas. Sus hospitales comienzan a sufrir las consecuencias del retraso. Richard Horton, director de la revista médica The Lancet, dice que su país “desperdició” todo el mes de febrero, momento en que debía haber estado preparándose. Afirma que es “un escándalo nacional” que el personal médico no cuente con suficiente material.

El Gobierno francés, que también fracasó en su intento inicial de limitarse a recomendaciones cuando vio que los ciudadanos llenaban calles y parques el pasado domingo, tiene un agudo déficit de las mascarillas FFP2, las más seguras. Como todos los demás. Ha optado por reaccionar con rapidez y, como es habitual, con promesas. En estos casos, no conviene quedarse corto con el número. Su ministro de Sanidad anunció que conseguirá 250 millones de mascarillas.

Las cifras de fallecidos en Reino Unido y Francia fueron el jueves las más altas en un día desde el comienzo de la crisis.

En Italia –el país que ha sufrido el golpe más brutal con 8.210 fallecidos–, se han contagiado 6.205 profesionales sanitarios, de los que 37 han fallecido, según una asociación de médicos. En España, los médicos, enfermeras y celadores infectados son 9.444, según datos ofrecidos este viernes, y un alto número de profesionales están aislados al haber dado positivo. Los que se baten en los hospitales cuentan que vuelven a utilizar mascarillas de un solo uso o que improvisan formas de protección. Están haciendo su trabajo “en una situación de total inseguridad y desamparo”, según los consejos generales de todos estos colectivos sanitarios.

El Gobierno español se encuentra inmerso en una carrera tan desesperada por conseguir suministros como otros países del mundo. Ha acordado una compra masiva a China por valor de 423 millones, pero ese contrato se llevará a la práctica durante varias semanas.

Donde sí ha tropezado es al saberse que 9.000 tests rápidos que el Gobierno consiguió en China a través de un intermediario español no se pueden emplear por su baja fiabilidad. “Verificamos el fabricante, y el proveedor nacional era de confianza”, dijo el ministro de Sanidad. Fue una explicación que también sonó a excusa, pero en cualquier caso es obvio que es mejor admitirlo y no usar tests que no sirven.

El problema del Gobierno es que Pedro Sánchez anunció el sábado que España ya contaba con esos métodos rápidos de detección: “Se trata de tests fiables, homologados. Y esto es muy importante, la homologación, porque deben contar con todas las garantías sanitarias”, dijo. Cada frase con la que se pretende inspirar confianza puede convertirse en un duro revés si no se cumplen las expectativas en cuestión de días.

Donde otros verán un percance o un fracaso, el PP vio una oportunidad. Dieciséis diputados del partido se lanzaron el jueves en Twitter a atacar al Gobierno aprovechando el caso de los tests fallidos y otros. Todos ellos fueron convenientemente retuiteados por las cuentas del partido y del grupo parlamentario. “Señor ministro, desde el primer minuto ha contado con la lealtad de este partido para luchar contra el coronavirus”, dijo Cuca Gamarra, portavoz del PP en la Comisión de Sanidad, en una nueva definición de la palabra 'lealtad'.

Mientras tanto, la presidenta de Madrid aún espera la llegada de dos aviones con suministros desde China que estaban tan cerca de llegar la semana pasada que exigió al Gobierno que no tuvieran problemas al aterrizar. Nadie sabe ya si esos aviones llegaron a existir, más allá de las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso.

En los países con un escenario político más polarizado y crispado (EEUU, Reino Unido, España, Italia...), no hay descanso ni tregua en la batalla política por muchos cadáveres que haya que enterrar cada día.

El país donde no olvidaban

Los gobiernos europeos estuvieron muy atentos a las noticias sobre las pandemias del SARS en 2002 y el MERS en 2012. Cuando pasó esa emergencia que no llegó a afectar con gravedad a Europa, todos suspiraron aliviados. No en Corea del Sur, el país que ha reaccionado ahora con más rapidez y eficacia a esta crisis. “Nunca olvidaremos ese incidente. Está sellado en nuestra mente”, dijo hace unos días a Reuters el responsable del principal centro de investigación de enfermedades infecciosas. “Sufrimos mucho y nos sentimos en deuda”.

Europa se sentía inexpugnable y ahora ha descubierto con dolor que no lo es.

Nota: el dato del personal sanitario contagiado en España (9.444) se ha actualizado con las cifras difundidas este viernes.

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