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Los pactos del caos

El presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno (PP), y el vicepresidente Juan Marín (Cs), agradecen al portavoz de Vox, Alejandro Hernández, la retirada de la enmienda a los presupuestos andaluces.

Rosa María Artal

El Día D ha llegado. El problema es serio. Se vio venir, se avisó y no sirvió de nada. La sinrazón ultra va a gobernar sobre asuntos esenciales de los ciudadanos como la salud, la educación, servicios, hasta sobre las libertades y las ideas. Los pactos, tan esenciales en política y en democracia, nos han salido en España pactos del caos. Colocan en lugares cruciales de poder, no solo a una peligrosa ideología, sino a personas sin entidad, netamente poco preparadas. Síntoma evidente de lo poco en serio que se toman algunos partidos la gestión de las cosas de todos. Confusiones que obviaron señales claras, como la creencia de que Ciudadanos era un partido liberal de centro, han contribuido a este escenario. Recordemos que creer es adquirir certeza de algo sin basarse en dato real alguno.

Llaman la atención los aspavientos ante los rugidos del monstruo que alimentaron hasta ayudarle a crecer. Se dio la ecuación perfecta: servir escándalo político y hacer negocio mediático. Y ya está la ultraderecha sin cerebro en las instituciones. Lavada y planchada para seguir en la línea. Cómo será el acicale que a ese trío de partidos que la forman, se le llama, sin sonrojo, centro-derecha. Han influido otros muchos factores: dejar el franquismo intacto, protegido incluso, subvencionado, durante 40 años tras el final de la dictadura. Haber mantenido a muchos de sus adeptos instalados en importantes centros de poder como la judicatura. Sin ir más lejos. Tener infantilizado a un sector de la sociedad que se dejó invadir a través de la banalidad y el miedo, también el miedo.

Por definición los partidos de ultraderecha como Vox no creen en el sistema democrático y lo combaten. Es una anomalía de la democracia su concurrencia a las urnas. Y no hay ningún otro partido o ideología actualmente que se le pueda equiparar. Manipulen lo que manipulen con esos conceptos.

Vox dice que la libertad de expresión tiene límites –excepto la suya– y no se limita a decir porque hace y con la firma de PP y Ciudadanos que es factor esencial. Tres millones de entes humanos que se creen acreedores de respeto encima, nos han devuelto al medioevo. Con todas la palabras. Andalucía arbitra presupuesto para defender la conquista de América en 1492 y promocionar la herencia que nos llevó a ese hito. Mientras se lo quita a la lucha contra la violencia machista. Mientras machaca las palabras para destruir actitudes de combate: “violencia intrafamiliar” e “inmigración irregular” han puesto en el texto firmado por las tres derechas. Dicen y hacen: Vox se aparta del minuto de silencio por la mujer asesinada esta semana en Alboraya, Valencia. Vox llama, en boca del coordinador de Sevilla, “zorras machorras” a las feministas o “panda de comerrabos” a “los comunistas”. Con la osadía de la ignorancia, Iván Espinosa de los Monteros –el señor de los inmuebles en solfa– se ha permitido decirle al Papa Francisco que se quede él los inmigrantes. Por cientos de miles. Un señor español y católico, habrase visto. Este Espinosa de los Monteros que resumía el periodista y escritor Andrés Villena Oliver

Es una pesadilla, como si se hubiera abierto la cueva de los horrores y una cuadrilla de ejemplares inacabados en sus circuitos neuronales invadiera las instituciones. Ampliamente. Porque –y es lo más terrible– el sello Vox inspira a las tres derechas, tras plegarse PP y Ciudadanos a acuerdos para obtener cargos. Pablo Casado también habló de la Hispanidad como la “etapa más brillante del hombre”, junto al Imperio romano. Y luego está Ciudadanos. Y Albert Rivera.

El error fundamental fue creer que ciudadanos era de centro y Albert Rivera una persona seria. Bastaba verle y oírle desde sus primeras palabras en público, seguir su trayectoria asociado a la ultraderechista Libertas en elecciones europeas, para saber quién era. Pero Rivera fue alimentado, más que nadie, por la demoscopia –aquí tienen algunas muestras– y por los desayunos amigables en la televisión más mediatizada. Ninguna sorpresa. Rivera es hoy un político desbordado a quien empiezan a retirarle el favor aquellos que lo eligieron para el cargo, o el puesto de trabajo, a modo de gerente o relaciones públicas. Raíz fundamental de lo que nos ha traído hasta aquí es determinar quién elige a quién en la derecha y quién se carga a quién en la izquierda.

A Macron no le suena nada bien la cooperación de Ciudadanos con Vox. El presidente francés avisa a los de Rivera que “no acepta ambigüedades” con Vox y baraja romper la “cooperación” con ellos. El diario Le Monde advierte al líder de Ciudadanos que “ya no engaña a nadie”. Veremos. Seguirá yendo a desayunar en las pantallas en mutuo intercambio de caritas.

“Por tu culpa arrojas al PSOE a pactar con Podemos y con los nacionalistas, precisamente aquello que Cs debía impedir”, le espeta a Albert Rivera uno de los fundadores de Ciudadanos, Francesc de Carreras, en una carta abierta en El País. Como se ve son todos muy templados en el conocido como partido demócrata y centrista. Lo más grave –para él y sus mentores– es que apenas ha sacado rentabilidad de su inmolación política. Segundos puestos a cambio del prestigio que algunos todavía le concedían. El PP, con solo unos pocos votos más, ha adquirido un notable peso territorial.

Firma y firman las gentes de Rivera con su logo en los membretes junto al de PP y Vox mientras él niega la evidencia. Firma y firma para mantener al PP, al que dijo iba a regenerar, en su andadura de décadas en Castilla y León, al mismo tiempo que le denuncia en otra firma por corrupción.

Ciudadanos elige al PP, que recuperará la Alcaldía de Zaragoza 16 años después con el apoyo de Vox, si no surgen inconvenientes con Vox. Rivera parece estar en una noria en la que solo importa el poder. Como editorializa la viñeta de Bernardo Vergara aquí en eldiarioes el problema no era repartirse sillones, sino repartirse ellos en los sillones.

Quienes acusaban de “ocurrencias” a otros en sus manidos tópicos, han llegado a plantearse una alcaldía rotatoria en Madrid. Dos años su Villacís –de cuyos manejos con sus sociedades nunca más se supo– y, otros dos años. Martínez-Almeida. Si eso podría darse en diputados, por ejemplo, como caso extremo, en toda una corporación implica legislaturas de dos años. Con cambio de equipos. Es demencial. Pero era la forma de “pillar cacho”, como dijo –que no– alarmando al personal que la venera la nueva portavoz de Ciudadanos en el Congreso Inés Arrimadas. Finalmente, y a pesar de la resistencia de la líder madrileña de Ciudadanos, han llegado a un acuerdo para que Almeida sea alcalde y Villacís vicealcaldesa, a expensas de Vox. Los dos adoran el tráfico y los humos de los tubos de escape.

Son cuatro años con este tipo de perfiles en las instituciones. Con Díaz Ayuso y sus concebidos no nacidos incorporados a la unidad familiar,con sus atascos de tráfico y su mirada perdida. Y a tantos otros.

Cuesta creer que ciudadanos conservadores sensatos se sientan cómodos con algunos de sus regidores. Sí parecen ser muchos de ellos, los mejores servidores de ese imperio de interrogantes sin resolver en España. De la fuerza de los poderes que no se presentan a las elecciones. La bula de la jerarquía obispal católica en España. Las grandes fortunas nacidas de la nada. Las excepciones judiciales. El papel de los bancos en la vida política. Aquellos entre los medios que, en lugar de informar, manipulan.

En el aire aún los apoyos para el gobierno de España. Déjense de eufemismos y nomenclaturas. De puyitas desde el pedestal. Los ciudadanos serios nos jugamos mucho. No faltaría más que otro pacto del caos en La Moncloa.

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