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“Mi hijo murió en el Tarajal entre pelotas de goma: era inmigrante pero también era mi hijo”

La familia de Daouda Mohama, junto con los hermanos de otras dos víctimas del Tarajal, en su casa de Duala.

Gabriela Sánchez

Duala (Camerún) —

En el número 530 de un conocido barrio de mayoría musulmana de Duala, en una pequeña casa de paredes verdes y cortinas estampadas, el subconsciente de una familia espera el regreso de un hijo que, según les dicen, está enterrado desde hace tres años en un nicho sin nombre en Ceuta.

Aunque repitan los hechos en su mente, aunque recuerden la fotografía de un cuerpo que parecía ser el de Oussman y vean de nuevo los disparos de pelotas lanzadas en la frontera española, esa sensación no desaparece. “Si no has visto dónde está enterrado, ni el lugar en que murió, te llegas a plantear que no haya muerto. Que algún día vuelva”, dice su hermano junto a su madre. Para ellos, la justicia pasa por ver la tumba de Oussman e identificar sus restos mortales.

Muy cerca, a escasos cinco minutos en coche, una madre lucha por mitigar el dolor que le impide hablar de su niño sin romper a llorar. Abre la puerta enérgica; su actitud transmite fortaleza y cercanía, pero su vitalidad parece desmoronarse cuando menciona a Daouda. “¿Sabes? Las palabras muchas veces no salen. Hay que calmar el corazón para poder intentar decir algo”, dice en un sofá estampado, mientras se esfuerza en frenar el llanto y secar sus lágrimas con discreción.

Para ella, la justicia es cerrar una etapa, es sentir una tranquilidad que le permita el recuerdo sin sufrimiento.

La fotografía de Bikai Luc Firmin reposa sobre la misma televisión por la que, hace tres años, su padre se enteró de la muerte de varios migrantes en la frontera de Ceuta. “En ese momento no pensé que estuviese mi hijo entre esos chicos”, recuerda el camerunés. Sentado en el salón donde creció el joven de 21 años fallecido entre material antidisturbios, se imagina en la playa del Tarajal.

Para él, la justicia es apuntar a los responsables, pero también recoger un poco de arena de la frontera española, meterla en una botella y regresar a Camerún. Esparcirla junto a su casa. Sentir cerca a Bikai.

A 5.500 kilómetros de la frontera donde murieron sus hijos hace tres años, varias familias de las víctimas del Tarajal trabajan organizadas para alcanzar lo que cada una de ellas entiende por justicia. Aunque el origen de muchas de sus reclamaciones es común: el Estado español.

El caso de las muertes de Ceuta, reabierto recientemente, investiga la posible responsabilidad de la Guardia Civil en la muerte de sus seres queridos. Todos los cuerpos hallados en España fueron enterrados sin nombre 24 horas después de su localización. De ellos, solo uno ha logrado ser identificado años después. Después de que ninguna autoridad española se pusiera en contacto con los familiares, ellos se organizaron para viajar a Ceuta y acelerar el proceso. Pero tampoco sirvió: el Ejecutivo denegó sus visados. Su camino hacia la reparación se choca con obstáculos levantados muy lejos de Duala.

“La reapertura de la investigación nos aporta esperanza después de un tiempo en el que parecía no pasar nada”, explica la madre de Daouda. “Esto nos da ganas para seguir. Nos transmite que hay gente en España que nos apoya y piensa que la muerte de nuestros hijos también es importante”, añade el padre de Bikai. “Confiamos en avanzar para pasar esta etapa”, sostiene la familia de Oussman.

“Olvidan que son personas y que estamos aquí”

Es aquí también donde los fallecidos construyeron una vida antes de añadir a sus nombres el apellido de “inmigrantes”. Como “el don” de Oussman. Antes de tratar de llegar a España de forma irregular, antes de atravesar varios países para lograr nuevas oportunidades en Europa, Oussman tenía dos pasiones en Camerún: el fútbol y la costura.

Abdou lo recuerda en el salón donde tantas veces aconsejó a su hermano pequeño: “Cuando tuvo que dejar las clases –por los problemas económicos–, le recomendé que el fútbol no era una garantía, que en la vida hay que tener un oficio. Fue a negociar con un maestro costurero para comenzar a trabajar mientras aprendía”. Enumera cada hito de su hermano: el primer pantalón, el primer traje, las primeras túnicas tradicionales. “Como todo niño, se distraía y dejaba la costura para jugar al fútbol, pero le ayudamos a concentrarse en ello. En un año y dos meses aprendió todo”.

Por eso, admite, a Abdou le cuesta entender por qué su hermano decidió recorrer el camino a Europa. “Quería buscarse la vida por su cuenta”, reconoce, sin esconder cierto resentimiento ante una decisión dolorosa. La rabia se dispara al hablar de la respuesta de los agentes fronterizos españoles.

“Comprendemos que España tiene un territorio y que tiene que defenderlo. Entendemos que se le envíe a su país, pero cuando alguien entra en el territorio y, en vez de devolverle, se le dispara –pelotas de goma–, esto es totalmente inhumano”, añade el tío de Oussman, quien ha viajado de Gabón a Duala para estar presente en el homenaje a su sobrino.

El padre de Bikai sonríe con ternura cuando describe a su hijo mayor. Gira la cabeza a la derecha y observa con media sonrisa la fotografía que corona el salón de su casa. “Mi hijo era muy vital, muy inteligente. Quería estudiar para militar y yo creo que podría haberlo conseguido”.

Le cuesta responder a la pregunta de por qué se fue. No lo sabe. “Imagino que porque soy pobre. Cuando murió su madre, cambió. Muchos niños que pierden a su madre toman decisiones repentinas, quizá por rebeldía”, señala con cierta tristeza.

El hombre camerunés se levanta y toma una pequeña caja en la que guarda decenas de fotografías de su esposa y de su hijo, ambos fallecidos. Las distribuye por la mesa y las mira con orgullo: “Sí, es él con su mamá”, dice señalando una de ellas. “Este fue su primer día en la guardería”; “Mírale aquí”, añade entre risas.

“Mi esposa murió en 2010; cuatro años después, Bikai... Nos quedamos solos. Debo ser fuerte por el pequeño. Por eso creo que no me ha entrado una enfermedad. Con tanto dolor... a veces es muy difícil”, confiesa el camerunés, presidente de la Asociación de las Familias de Víctimas del Tarajal.

Su hijo menor, de 17 años, aparece por la puerta después de jugar un partido de fútbol. Se sienta a su lado. “Bikai decía que cuando llegase a España iba a pagarle los estudios”, dice bajando un poco la voz. “Yo ahora temo que algún día él también me llame un día de repente diciendo que empieza la ruta”.

El padre de Bikai también critica al Gobierno de Camerún por “no hacer nada para evitar” la salida de sus jóvenes. “No hablan de inmigración, ni de sus riesgos. Muchos jóvenes se ven obligados a dejar sus estudios, no hay trabajo”.

Pero lo que no es capaz de asumir es la forma con la que la Guardia Civil española evitó la entrada del grupo de personas entre las que nadaba Bikai. Ha visto las imágenes de la actuación policial: “Es muy grave. Mi hijo era un inmigrante, sí. Pero también era mi hijo. Eso parece que se les olvida”, dice con serenidad. “He visto imágenes de zoos europeos en los que tratan muy bien a los leones, a los pájaros... ¿Por qué a mi hijo lo tratan así?”, se pregunta.

Se les olvida porque, argumenta, “no nos han tenido en cuenta” como familias de las víctimas. “¿Es porque somos pobres? ¿Es porque era un inmigrante? Olvidan que son personas y que estamos aquí”, reflexiona. Como todas las familias consultadas, se enfada aún más al recordar la denegación del visado a España para visitar la playa del Tarajal.

“Es algo simbólico, pero me aliviaría. Primero, disparan pelotas a nuestros hijos. Segundo, nos ignoran. Y ahora, hacemos todos los papeles para viajar y verlo con nuestros ojos... pero tampoco nos lo permiten. ¿Qué pasa? Yo solo quiero ir, verlo, sentir calma, y volver a Camerún”.

Daouda era de esas personas que prefieren escuchar. Sus amigos destacan su timidez, sus silencios prologongados en los grandes grupos. “Siempre le tiraba de las orejas para que hablase más”, recuerda un compañero.

Su madre, sentada en el salón de la casa donde lo crio, no es capaz de hablar de él pero asiente mientras trata de ocultar que sus lágrimas no se agotan. “Antes de irse, trabajaba para la empresa Colgate pero, como el salario era muy bajo, lo compensaba como conductor de moto –en Duala funcionan como taxis– en sus ratos libres”, explica su hermano mayor.

Cuentan que antes de decidir migrar por la ruta irregular, visitó una agencia de viajes para tratar de conseguir un visado, pero no cumplía los requisitos. Optó por Ceuta. “Qué decir de la perdida de un hermano, de un pequeño, de un compañero tan pequeño. Perderlo en estas condiciones, sinceramente... Lo único que queremos es que se haga justicia”.

Homenaje en Camerún

Todo el dolor ante la tragedia, la rabia ante una actuación policial investigada, el resentimiento ante la decisión de dejarles atrás confluyen cuando sus familiares explican por qué es importante el homenaje que ellos mismos han organizado este lunes en Duala.

“Es el derecho primario de dar el último adiós a nuestros muertos”. “Hacer algo de forma conjunta, compartir nuestro dolor”. “Lanzar un mensaje a España para que no nos olviden, para que el proceso continúe”; “Organizar algo tan grande nos ayuda a nosotros mismos para seguir luchando”, reponden las diferentes familias.

Esta tarde darán un paso más en el largo camino de “convertir su dolor en justicia”. En “su justicia”.

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