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¿De verdad no nos representan?

Pablo Torija Jiménez

Cuando en octubre de 2011 oí que Mariano Rajoy se había comprometido a devolver la “felicidad a los españoles” me quedé de piedra. ¿Era posible que un presidente de un Gobierno mejorase la felicidad de sus ciudadanos? ¿Sería Mariano Rajoy ese presidente?. Era algo en lo que pensar...

Al fin y al cabo un Gobierno toma decisiones políticas que afectan a las vidas de los ciudadanos. Está demostrado que tener un empleo en buenas condiciones nos hace felices, también puede hacernos felices una buena atención sanitaria, o que nuestros hijos tengan el apoyo escolar suficiente para aprovechar sus largas horas en los centros escolares.

El problema de la política es que unas medidas pueden hacer más felices a unos que a otros. Imagine, por ejemplo, un impuesto sobre el patrimonio que sirva para sufragar los gastos de los servicios públicos. El impuesto hace infelices a los que tienen que pagarlo (los más ricos), pero hace felices a los que usan esos servicios públicos. En el otro extremo está la posibilidad de dar dinero a los banqueros para que sus acciones no pierdan valor en bolsa. Con ese dinero se dejan de pagar los servicios básicos, así que los que pierden felicidad son los más pobres y los que la ganan los banqueros (los más ricos). También hay medidas que favorecen a la clase media, como por ejemplo una universidad pública gratuita. Los más ricos pagan demasiado por la universidad vía impuestos, y los más pobres son normalmente excluidos del sistema educativo durante la educación secundaria.

En el siguiente gráfico se ilustra cómo las anteriores acciones políticas tienen diferentes Grupos Más Favorecidos (GMF). En la línea horizontal están los ciudadanos según sus ingresos, de más pobres a más ricos. En la vertical la felicidad ganada o perdida por las tres políticas mencionadas anteriormente.

Así, un impuesto sobre el patrimonio tiene como GMF los más pobres y rescatar bancos tiene como GMF a los más ricos.

Con esta idea en mente y gracias a las inspiradoras palabras de Rajoy, dediqué mi último año de doctorado a investigar quiénes eran los GMF según el partido político que gobernase. El estudio considera que las acciones de la socialdemocracia podrían tener un GMF diferente de los partidos conservadores. También analiza cuáles eran los factores que podrían llevar a los políticos a elegir diferentes GMF.

El estudio utiliza más de 100.000 entrevistas sobre felicidad, ingresos y otros datos socioeconómicos de ciudadanos de los 24 países más ricos del mundo. Estos datos se cruzan con variables macroeconómicas de dichos países, así como la ideología de sus gobiernos. Después de varios cientos de regresiones y algo de álgebra (el artículo científico publicado por la City-University of London puede ayudar a superar noches de insomnio), el estudio presenta las siguientes conclusiones:

En 1975 los GMF para los socialdemócratas, los partidos de centro y los conservadores, eran los siguientes:

Los socialdemócratas beneficiaban a los ciudadanos de menores ingresos (percentil 16), los partidos de centro a los votantes medios (percentil 50) y los conservadores a los más ricos (percentil 80). Esto podría considerarse una buena representación política.

Pero la situación ha cambiado de manera drástica. En 2009 (el último año del que se disponen datos), los GMF de todos los partidos, independientemente de si son socialdemócratas, de centro o conservadores, beneficiaban a los más ricos de entre los ricos: el famoso 1%.

El movimiento ha sido paulatino y especialmente acuciado para los partidos socialdemócratas que hoy en día no se distinguen de los conservadores.

El estudio, no obstante, tiene algunas limitaciones. Su principal problema es que no es capaz de señalar las causas que nos han llevado a esta situación. El artículo señala, por ejemplo, que hay correlación entre unos sindicatos débiles y unos partidos políticos que favorecen a la élite económica. La misma correlación existe entre el porcentaje de renta nacional pagada a los capitalistas y políticos que favorecen a los ricos. Por desgracia, en estadística, correlación no es sinónimo de causalidad. ¿Son los sindicatos capaces de contener la tendencia de los políticos de favorecer a los ricos, o son los políticos que favorecen a las élites los que debilitan los sindicatos? Una de las dos o ambas posibilidades son ciertas, pero con los datos disponibles es imposible saberlo.

Pese a esta limitación, el artículo sí es capaz de mostrar estadísticamente que los políticos no nos representan. Que trabajan para una élite económica que se beneficia constantemente de sus decisiones, mientras se olvidan del resto de los ciudadanos. Y esto ocurre cuando los conservadores están en el poder pero también cuando están los socialdemócratas.

En los próximos años tendremos más datos y más información. Tal vez entonces sepamos si la organización ciudadana, las continuas protestas sociales y manifestaciones han servido para conseguir que la palabra democracia pueda volver a escribirse con letras mayúsculas.

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