Villamalea, el municipio que abandera la concordia desde lo rural, muestra en fotos el legado que está construyendo
El corazón de la Manchuela albaceteña, Villamalea, se ha convertido en un referente internacional en inclusión. Ahora lo quieren mostrar. Si una imagen vale más que mil palabras, a los vecinos de este municipio de unos cuatro mil habitantes les sobran. Por ello se han prestado a mostrarlo en una exposición. El fotógrafo Carlos Navarro es el artífice de la muestra con una colección de 25 instantáneas que lleva el nombre del municipio. El símbolo se explica por sí solo.
El artista, impactado por la corriente de interés que ha suscitado el pueblo en los últimos meses por algo “que tendría que ser tan normal”, vio una oportunidad de captarlo y allí que se fue a registrar con su objetivo la vida cotidiana de los vecinos.
Villamalea, viene de villa - población en latín-, y de malih -hermosa en árabe-, por lo tanto, significa población bonita. Para Carlos, ese Villamalea con el que titula su colección significa concordia, entendimiento, palabra, encuentro, buena vecindad… otra forma de ser bella una población. Y lo muestra.
“Tras los últimos meses en los que Villamalea ha aparecido en varios medios y teniendo en cuenta lo que pasa en otros lugares, me pareció una muy buena noticia para no estar siempre criminalizando a los mismos”, explica Carlos Navarro. Esa fue su motivación. Floren Alfaro, trabajador social en la población, le convenció con un argumento poco habitual porque es solo que haya mucha cohesión social, nos cuenta. “Hay una gran amistad entre el imán y el párroco”, y cuando descubrió eso fue cuando entendió que había posibilidad de hacer un (gran) trabajo fotográfico.
La exposición mezcla imágenes cotidianas de migrantes compartiendo espacios y actividades con vecinos nacidos en el pueblo. Tiene una evidente narrativa editorial: “Lo que es el boom de la inmigración lo recuerdo a principios de los dos mil y se han integrado. Hemos convivido todos” -dando por sentado que ha pasado medio siglo de aquel boom-, “pero de un tiempo a esta parte parece que hay una leyenda negra sobre la inmigración y eso altera la convivencia y estas noticias te dan esperanza”, aunque reconoce Carlos que es una valoración muy personal.
El fotógrafo explica que “las religiones hacen comunidad”, pero cree que es más importante el clima de paz y concordia del municipio. “Yo quería mostrar era la convivencia entre diferentes culturas”. Antes de ir, ya sabía que había 35 nacionalidades y cinco religiones “y yo lo que quería era mostrar en estas fotografías como pueden convivir y congeniar en el día a día”, y reconoce que recibió mucha ayuda tanto del equipo de servicios sociales como de los propios vecinos.
Esa fue una parte importante, porque las imágenes capturan a la persona en un instante, pero para conseguir un trabajo más completo, explica, “me contaron las historias de muchas personas que en ocasiones son terroríficas”. Algo que queda en la composición, la expresión, el encuadre, el color… “He intentado contar sus historias hasta conseguir ser uno más”.
De un tiempo a esta parte parece que hay una leyenda negra sobre la inmigración y eso altera la convivencia y estas noticias, las de Villamalea, te dan esperanza
No descarta, Carlos, que el proyecto continúe y espera que tenga visibilidad en otros espacios “porque es una historia que es importante contar, y que llegue a más gente”.
Momentos cotidianos, tierra de ir y de venir
Villamalea, explica el trabajador social Floren Alfaro “atrae población por la industria agroalimentaria como el champiñón o el campo. Por eso podemos decir que una de cada cuatro vecinos ha nacido fuera de España”. Aunque hay muchas personas, explica, que ya son nacidos aquí. “Te dicen: sueño en español”. Él reconoce que trabajar la inclusión y la convivencia siempre ha sido un reto para los servicios sociales del municipio.
Pero Floren, que se quita protagonismo, aunque su trabajo ha sido decisivo, recuerda que “desde hace décadas estamos realizando un trabajo social comunitario que favorezca espacios donde la gente se encuentre”. Aclara que parte de lo que se ve ahora aquí es fruto de 20 años atrás, porque a principios de los dos mil hacían encuentros de acogida, comidas comunes, algún acto deportivo o de bailes.
Posteriormente, el propio consistorio y sus equipos de trabajadores sociales han ido favoreciendo el clima de diálogo, “por ejemplo, con una exposición fotográfica, que mostraba como muchos vecinos de Villamalea fueron migrantes décadas atrás”, recuerda Floren. Una noticia de CMMedia, la televisión autonómica, se hacía eco de esta exposición recordando que más 100 vecinos de Villamalea encontraron trabajo a finales de los años sesenta en una fundición holandesa. Pero no queda ahí la cosa, de la generación anterior, familias enteras migraron a Zaragoza y Navarra, donde trabajaron el champiñón, y de vuelta se trajeron el cultivo a su comarca, donde hoy no sólo es un símbolo, también es la actividad económica más importante de la zona, cuya actividad se canaliza en gran medida a través de una de las cooperativas más grandes de Castilla-La Mancha: Champinter.
Años después, en 2015, elaboraron un corto documental gracias a Nestor Cuenca y Carlos Cuenca llamado Villamalea, historias circulares, en el que se compara la migración de la generación anterior con la inmigración de esta. Situaciones, motivaciones, necesidades que han llevado a los vecinos a ir y volver, y que han llevado a muchas personas a elegir Villamalea como su hogar.
La imagen de diálogo común para construir una ciudadanía común
La exposición está compuesta por imágenes de la vida cotidiana de los vecinos. La que sirve de cártel anunciador de la exposición guarda una anécdota que comparte el propio fotógrafo. “Cuando fuimos a hacer la fotografía, en la que el imán y el párroco comparten espacio estábamos en la mezquita. El párroco me dijo que no sabía si ponerse el hábito”, recuerda Carlos Navarro. Aunque continúa explicando que cuando comentaron que parte del valor de esa foto era visibilizar a las distintas religiones compartiendo el lugar “lo comprendió y se puso la sotana y la estola”.
Julia Caballero aparece con Noura, en una escena tan cotidiana como tomar café. “Me pareció muy bien, porque nos llevamos muy bien”, explica. Son vecinas, puerta con puerta. En su día a día esta vecaina tiene una relación muy cordial con la población migrante: “Cuando voy al curso de la memoria, me cruzo con muchas chicas que llevan a los nenes al cole y nos saludamos muy amablemente”. Aunque reconoce que con Noura... “Superbién”. Julia está jubilada, y mira al pueblo que ha ayudado a construir con orgullo: “Aquí hemos acogido a todo el mundo muy bien, yo creo que no tienen rechazo de nadie”.
Aquí hemos acogido a todo el mundo muy bien, yo creo que no tienen rechazo de nadie
Noura Bourmane es la vecina que ha abierto sus puertas para la foto, la que ha puesto el café y la que ha trabajado intensamente para agasajar al equipo de Carlos Navarro y a Julia con exquisitos postres marroquíes. Vive con sus cuatro hijas, algunas ya en el instituto, que reconoce sentirse respetada y acogida.
El padre de la familia trabaja en Marruecos y en contra del tópico de que los migrantes viven, trabajan y se llevan los recursos a su lugar de origen el marido de Noura mantiene a su familia en España. No lo hace por dinero. Lo hacen para mejorar las posibilidades de futuro y educativas de sus cuatro hijas.
Con la mirada que le aporta a Julia el paso de los años y el haber vivido lejos de los prejuicios contra la migración reconoce que “si no fuera por ellos, el champiñón y el cuidado de los abuelos, no sé yo cómo estaría”. Da así valor al papel fundamental que desempeñan para la sociedad, recordando que “para el cuidado de mi madre nosotros tuvimos la ayuda de una chica de Rumanía durante tres años”. Y en la conversación acaba reconociendo que, si no llega a ser por ella, no sabe qué habrían hecho.
Impacta una foto que no solo muestra la concordia, sino también la acogida. Ahmed Pervaz, recibe a Ascensión en su restaurante de kebab mientras una bandera de Paquistán, tierra de origen de Ahmed completa la decoración de fondo. “Villamalea mucho y bueno”, explica el emprendedor de la hostelería. Todavía le cuesta algo la lengua española, pero eso no le ha impedido relacionarse y llevar su bar durante cinco años.
Ahmed llegó al pueblo desde Barcelona y Tarragona y afirma: “Pueblo bueno, gente buena”. Se instaló en Villamalea, donde reconoce sentirse a gusto. Tiene tres hijos, dos de ellos escolarizados: “Sí, hablan español muy bueno”. Siguiendo con el tono positivo, toma el testigo Ascensión Olmeda, la vecina que acompaña a Ahmed en su bar kebab: “me parece una iniciativa buena. Me llevo muy bien, pero no sólo con él, con la que vive allí en la esquina y aquí arriba también”.
Pero Ascensión no puede evitar el chascarrillo, tan de la España rural: “El de la esquina tiene una nena; cosa bonica”.Es una familia marroquí. Ella nos apunta una clave para mejorar la convivencia: “Yo no paso al lado de un inmigrante ignorándole; para mí es una persona igual que otra”, afirma tajante. Curioso que mirar al otro como igual sea la idea que ha impulsado a Villamalea a ser reconocido por practicar una acogida diferente.
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