El acoso hostelero une a los vecinos de Santander y saca a la calle a dos mil personas: “Somos el trastero de los bares”
“No nos falta nada para la rabia”. Carmen supera los 80 años, lleva viviendo en el barrio toda la vida y hoy marcha en contra de las decisiones del Ayuntamiento de Santander, gobernado por el Partido Popular. Nadie lo hubiera dicho hace unos meses, pero hoy cerca de 2.500 personas se han manifestado en la zona de Puertochico y es difícil encontrar un perfil único. Lo que los une es el rechazo a la avanzada autorización para la apertura de un McDonald en el viejo mercado del barrio. La franquicia, que ocupará más de 400 metros y una terraza de uso público, pagará un canon de solo 6.800 euros anuales durante 40 años y amenaza la tranquilidad de unos vecinos que hace tiempo que no la tienen.
El negocio redondo del McDonald ha logrado que rebose el vaso de la paciencia de los vecinos de unos barrios acomodados de la ciudad. Puerto Chico y la zona conocida como el Ensanche de Santander acumulan algunas de las rentas medias familiares más altas de la ciudad (entre 57.800 y 70.716 euros, según el último informe del INE de octubre de 2025) y sus vecinos votan de forma mayoritaria al Partido Popular (43% en 2023), pero las políticas de la alcaldesa Gema Igual, con mayoría absoluta del PP, están llevando al hartazgo.
“Gema Igual, el barrio te da igual”, gritaba una mezcla insólita de manifestantes. Algunos recuerdan las manifestaciones masivas de 2018 contra otro proyecto fallido del Ayuntamiento, el denominado como Metrobús. Hoy, en 2025, se reúnen personas mayores con carteles en contra del Mcdonald, familias diversas que viven en el barrio, representantes de 15 asociaciones de vecinos de toda la ciudad, jóvenes con banderas de Palestina… y toda la oposición. Anda frente a los micrófonos Daniel Fernández, portavoz del grupo socialista; también Felipe Piña, representante del PRC en el Ayuntamiento. Entre los manifestantes y sin hacer ruido camina Keruin Martínez, el único concejal de IU; hay varios miembros del partido Cantabristas, que no tiene representación en el ayuntamiento, y el responsable de prensa del Vox en Santander aprovecha para tomar fotos a Laura Velasco, una de las tres concejales del partido ultraderechista en la corporación municipal, que ha logrado colarse justo detrás de la pancarta. La política ultra aprovecha su cuenta en Instagram para matar dos pájaros de un tiro: “Lamentablemente la extrema izquierda ha querido monopolizar la manifestación con sus banderas palestinas y hemos tenido que decirles que las bajasen, ya que es un movimiento de todos los santanderinos y no de unos pocos”. (Ahora la verdad: nadie le ha dicho a las personas con banderas palestinas que las bajasen y han ondeado hasta el final de la protesta).
Lo que se vive en este soleado sábado en la zona con más afluencia de turistas y visitantes de Santander no es un hecho aislado. En el salón parroquial ubicado a sólo 40 metros de una de las plazas donde se concentra la noche santanderina —la Plaza Cañadío—, una treintena de vecinos y vecinas se reunía el pasado 25 de noviembre. “Somos el trastero de los bares”, se queja un hombre que roza los 80 años. Las personas mayores son uno de los colectivos que más sufre la sucesión infinita de terrazas de hostelería en un barrio de aceras estrechas y sin zonas verdes. De hecho, Cruz, otra vecina mayor, distribuye unas hojas con las reclamaciones de “las personas mayores a la sra. alcaldesa”: aceras libres, bancos, árboles, jardineras, limpieza, control del ruido… Las mismas reclamaciones de un padre que ronda los cuarenta y que comparte con sus vecinos que no hay sitio donde jugar con sus hijos y que cuando lo hacen es rodeados de terrazas de bares.
“Estamos educando a nuestros hijos en un barrio hostil donde les enseñamos que lo normal es beber”, explica Isabel López, la presidenta de la Asociación de Vecinos de Pombo-Cañadío-Ensanche. López ha hecho un repaso de las alegaciones presentadas ante el ayuntamiento al Plan de Acción contra el Ruido, o las 21 sugerencias ante la nueva ordenanza de terrazas, o las que tienen que ver con la pírrica Zona de Bajas Emisiones, aprobada esta misma semana en el pleno del Ayuntamiento una vez desestimadas las muchas alegaciones presentadas.
La reunión de vecinos es una especie de terapia de grupo en la que hay un consenso: el barrio se ha vuelto invivible. “Esto ocurre porque el modelo de Santander es convertirse en un gran bar, sin importar la vida de los vecinos”, se queja otra asistente.
Unas personas se quitan las palabras a otras porque hay necesidad de contarlo. “Es que el problema no es la ley, que la hay, sino el incumplimiento y cómo la policía municipal no hace nada”, concluye otro.
La licencia del McDonald, en el mismo barrio, sale también en la discusión. Su ocupación en un mercado donde ningún local debería tener más de 80 metros cuadrados, los olores, el tremendo horario de apertura (de las 6 de la mañana a las dos de la madrugada), el atentado contra el patrimonio cultural que supone el tradicional Mercado de Puerto Chico, las concentraciones de personas en la madrugada para consumir… “Llueve sobre mojado, el único modelo para esta ciudad es que la gente venga a pasárselo bien a costa de nosotros”.
Hace sólo unos días, Gema Igual -a vueltas de la polémica ordenanza de terrazas- pedía «llegar a un consenso entre el descanso de los santanderinos y no frenar la economía y los puestos de trabajo que generan los negocios de hostelería. Estoy segura de que van a ponerse el uno en el lugar del otro y llegaremos a la mejor solución». Pero ese consenso no parece viable. Los hosteleros, con 690 terrazas tomando la ciudad, dicen que limitar el horario a las 00:30h. en días “normales” supone abocarlos a la ruína. Los vecinos lo ven diferente. Además de pedir la limitación horaria, solicitan que las concesiones no puedan superar el 50% del espacio cerrado del negocio y piden que hay mediciones de ruido sorpresa que acaben con su infierno.
“Lo que pasa en esta ciudad” -argumenta un elegante vecino de una calle cercana a la Plaza Pombo- “es que la ganancia está privatizada pero los gastos los pagamos todos”. No les parece justos a los habitantes de estos conocidos barrios que con sus impuestos se pague la limpieza de la huella nocturna. Este mismo sábado, antes de la manifestación en contra del McDonald, las máquinas del ayuntamiento han limpiado con agua a presión la calle Santa Lucía, uno de los ejes de los desvelos vecinales. “Todos los sábados y domingos las limpian a tope… ¿te imaginas lo que cuesta? Pero el beneficio de las copas es para los bares. Ellos deberían pagar el estropicio que dejan”, se desahoga un vecino de la calle.
No hay nombres apenas en este texto, porque muchos son de personas conocidas o de conocidos votantes del PP. Incluso un ex alto cargo en un gobierno de este partido se lamenta de los “botellones improvisados” en su calle, en plena madrugada. “Y cada vez que llamo a la policía, o no me hace caso o me dicen que no tienen personal”.
Ya es la hora de los vinos y los manifestantes de Puerto Chico se van dispersando. Unos, hacia sus casas; otros a algunos de los locales tradicionales de la calle Tetuán o de Casimiro Sainz. Ya huele a rabas y algunos vecinos indignados reivindican ese olor u otros para que no sean sustituidos por el de las hamburguesas industriales. “¡Que huela a chistorra, mortadela y balao!”, grita a través de la megafonía portátil un clasico del barrio.
Las calles cortadas vuelven a ser ocupadas por automóviles y la estatua de La Sardinera, homenaje a las mujeres que vendían pescado en este barrio a principios del siglo XX, luce un delantal con el logotipo tachado del McDonald. Una mujer en silla de ruedas es empujada por su marido. En sus manos, aún, una pequeña pancarta en la que reza: “Si La Cruza levantara la cabeza”, en referencia a un personaje muy popular en la zona: María Cruz López Muriedas, una de esas “sardineras” reciclada a vendedora de chufas y dulces. “Pero yo creo que al ayuntamiento le da igual”, sentencia la señora: “Por eso ya conocemos a la alcaldesa como ‘Gema MedaIgual’”.
En la puerta del Mercado de Puerto Chico, un comerciante y dos vecinas analizan la situación: “¿Tú crees que el ayuntamiento va a recular?”, pregunta una de las mujeres. “Muy poderoso es el dinero. Lo dudo”. Sentencia el hombre con delantal. Frente a ellos, los últimos manifestantes cantan “Santander la marinera”, la canción de Chema Puente que se ha convertido en el himno popular de la ciudad.
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