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Niña de la guerra y mensajera contra los nazis: la vida de película de Toti Vega

Toti Vega, en la terraza de su casa en Málaga

Néstor Cenizo

En la vida de Clotilde Vega caben varias películas: la aventura iniciática de una niña que huyó del Madrid sitiado, la historia de quien fue mensajera de la Resistencia en el Ostende ocupado por los nazis y la peripecia de quien vivió, en primera persona, la descolonización del Congo Belga. Clotilde es Toti, tiene 94 años, y es malagueña de origen, aunque la vida la llevara a mil otros sitios.

“Los besos no se ahorran”, nos suelta nada más llegar esta señora a la que saludamos por primera vez. Tres, como los belgas. “Me acaban de operar para quitarme las gafas. A estas alturas... Si ya estoy casada, ¿para qué voy a presumir de ojos?”, se pregunta. Es coqueta y hospitalaria, así que nos enseña su casa y la terraza, desde la que ve un parque, la comisaría, un centro de salud y el cementerio. Todo lo que pueda necesitar muy cerquita, comenta jocosa. Una pila de periódicos ocupa uno de los asientos del sofá de mimbre: “Dos al día”.

Enseguida, Toti nos enseña un par de fotos. En una se ve a más de treinta niños y a su maestro, recién llegados a Ostende. En otra, un recorte de periódico con un texto breve de Francisco Umbral dedicado a los niños de la guerra, con la foto de un camión cargado de chavales. “Es muy bonito ese texto. Hay quien dice que esa soy yo, pero como no se me ve la cara no estoy segura. Salían muchos camiones así”, recuerda. Ella huyó de Madrid en un camión. Contemos esa historia.

Para los niños la guerra se presentó sin avisar. Toti había llegado a la capital siguiendo a su tío, orgulloso maestro de los grupos escolares republicanos, después del divorcio de su madre, una pionera de la Ley de Divorcio de 1932. Un día empezaron a caer las bombas. “Oíamos los obuses y nos metíamos en los sótanos. No me di cuenta nada, sólo cuando ya fue”, dice. Llegó a pensar, así medio en broma, que caían porque cantaba mal, y entonces dejó de cantar. Las colas para el pan se hicieron eternas y a veces llegabas, y a veces no, y volvías sin pan. Entonces empezaron a evacuar a muchos niños.

En enero de 1937 Toti Vega, que tenía 14 años, abandonó Madrid y a su familia rumbo a no sabía dónde. Aquel grupo al cuidado del maestro Don Eloy Nogales Villazán y su mujer Doña Ramona, acabó en Mataró, donde les sirvió de hogar y escuela la Casa Ametller, una masía confiscada por la República a sus propietarios huidos a Italia. La llamaron Colonia Miaja, y allí pasó Toti casi dos años, hasta que la guerra la alcanzó de nuevo.

La mujer no recuerda nada de los días previos a abandonar España, del miedo o la angustia por que llegara el ejército franquista. Sí recuerda que salió por Camprodón el mismo día que se marchó el poeta. Como Antonio Machado, la noche del 28 de enero de 1939 ella y otros 35 niños cruzaron los Pirineos. Primero en camión y después a pie. Antes de seguir andando quienes huían arrojaban el vehículo precipicio abajo, para que no lo recuperaran los fascistas.

En aquel camino que los niños subieron despacio, cada uno con su manta, ella cayó por un balate y aunque perdió su maleta de cartón, salvó la vida. Allí odió la nieve: “Tiraban, y me cogía, pero resbalaba. Me quedó una impresión que me duró mucho tiempo, me daba miedo la nieve”.

Los niños de la guerra cruzaron Francia en autobús, en camión o a veces, en tren, y en las estaciones recuerda Toti que recibían cariño y galletas y caramelos. Al llegar a Bruselas los lavaban en un líquido amarillo que no querían ni ver, tan sarnosos estaban después de tres meses sin bañarse que les aplicaron azufre. Y de Bruselas acabaron repartidos por Bélgica miles de niños. A ellos los llevaron a Ostende, donde se repartían como en un patio de colegio se escogen los equipos. “La gente escogía más fácilmente a las niñas”, recuerda. Esa elección le cambió la vida. Vayamos con la segunda historia: de cómo una muchacha se convirtió en estafeta de la Resistencia nazi.

Un librero comunista y la ocupación nazi

Vivía en Ostende un librero llamado Mathieu Corman, un fotógrafo comunista al que su sed de aventuras había llevado a España durante la revolución asturiana de 1934 y después, durante la Guerra Civil. De él se sabe que recorrió los frentes con Ernest Hemingway, que le ametrallaron los aviones alemanes en su vuelo hacia Guernica, y que fotografió para un diario comunista aquel horror, justo después del bombardeo. También que era un tanto impulsivo. Según Pedro Corral en Si me quieres escribir: La batalla de Teruel, el corresponsal de The New York Times Herbert L. Matthews lo tenía por “completamente loco” y lo sitúa en el frente de Teruel con una pistola y una bomba de mano al cinto. Pues bien: el Corman librero eligió acoger a Toti.

Pronto se vio que aquel Corman era el mismo de siempre, comunista y rebelde, y eso arrastró a la muchacha. Ya no recuerda cómo, pero se vio como estafeta que repartía mensajes entre los miembros de la Resistencia a la ocupación nazi. “A veces llevaba mensajes a una madre con dos hijos perseguidos. Ella me había dicho que quitaría las macetas y los adornos que tenía en el poyete de su ventana, y que si veía algo no subiera porque había peligro”, recuerda. Un día vio una maceta, volvió a la bicicleta y se marchó. “Luego supe que se habían llevado a sus dos hijos. Siempre admiré esa mujer… Tuvo la presencia de espíritu de poner la maceta y a mí me salvó la vida”.

Corman, entretanto, estaba en España con la intención de huir a Canadá. Fue detenido en Figueres, pero no le habían quitado el pasaporte, así que cuando vio la que se le venía encima… “¿Sabe lo que hizo? Lo hizo mijitas muy pequeñas y se lo fue tragando”.

Terminada la guerra, Toti conoció a Paul Mandeville en un baile y partió con él al Congo Belga, un territorio 80 veces más grande que la metrópoli, entonces propiedad privada del rey Leopoldo II. Desde su posición de encargado del registro (“la misma persona hacía el trabajo de notario, de registro y de la inscripción de la mina”, explica él), Mandeville participó del proceso de descolonización y luego de la división de Ruanda y Burundi, que Bélgica había mantenido bajo administración única.

De todo aquello quedan recuerdos en forma de figuras africanas en su casa de El Palo, como hay también recuerdos de su amigo Marcos Ana, de Alberti y de las marchas de La Desbandá a en las que sigue participando. ¿Por qué?: “Porque yo pienso de otra manera, quisiera otro sistema para el mundo entero, un sistema más sociable y no tantos privilegios”. Sobre el sofá, la pila de periódicos atestigua que quien tanto vivió en el pasado sigue viviendo el presente. “Se ha luchado por tener derechos para todos y cada vez hay menos”, lamenta quien tanto ha visto.

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