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Los 345 cordobeses de Mauthausen vuelven a casa

El sobrino de Licesio López, con una foto suya y de sus hermanos, ante el monumento en recuerdo a las víctimas cordobesas del nazismo.

Carmen Reina

“En memoria y homenaje a las 345 víctimas cordobesas del nazismo alemán, que fueron deportadas a los campos de exterminio nazis por defender la libertad en la Segunda Guerra Mundial”. Es la leyenda que preside, desde este mes de abril, el monumento erigido en Córdoba en recuerdo de todos los cordobeses que estuvieron en los campos de concentración alemanes. Un lugar para el recuerdo, que trae al presente la memoria de aquellas víctimas, con sus nombres grabados, para que no se borren del espacio que ocuparon en la historia de esta tierra.

Licesio López fue uno de esos cordobeses. Natural de Alcaracejos (1917), se unió al Ejército republicano cuando comenzó la Guerra Civil, con 19 años. En la contienda, cruzó el río Ebro herido y, desde allí, se encaminó a cruzar la frontera francesa, rememora su sobrino, José Ávalos. Él apenas era un crío, pero recuerda los comentarios en casa sobre su tío, sobre su huida y sobre todo lo que después pasó.

Lo que después pasó fue que Licesio luchó con Francia formando parte de la legión extranjera y “abandonado por los franceses”, cayó preso de Alemania. Su destino fue el campo de concentración de Mauthausen. Como ocurrió con el resto de los 345 cordobeses que acabaron en manos de los nazis.

Licesio entró en Mauthausen el 27 de enero de 1941. Más de dos tercios de los cordobeses deportados al campo de concentración murieron allí. Solo 90 sobrevivieron. Licesio fue uno de los que lo logró. Salió de allí el 5 de mayo de 1945, cuando el campo de concentración fue liberado por el ejército estadounidense, recibido bajo una pancarta cuya leyenda quedó para la historia: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras”.

Su sobrino recuerda hoy, ante el monumento que trae hasta el presente la memoria de los cordobeses que estuvieron en los campos nazis, cómo Licesio fue uno de los pocos que soportó aquel horror y sobrevivió. Vivió después en Francia, tachado de apátrida y sin el reconocimiento como español por el régimen franquista, con miedo a volver a su propio país, a su tierra. No fue hasta 47 años después de salir de su pueblo cuando Licesio volvió a pisar tierras cordobesas. Pero solo vino de visita; su vida estaba hecha ya en Francia y allí, finalmente, murió.

Su nombre está grabado para siempre en el monumento que Córdoba ha levantado a las víctimas cordobesas del nazismo. Como el nombre de Manuel Tejero, natural de Villanueva del Duque, que también se exilió a Francia con 18 años y, desde allí, fue deportado por los fascistas a Mauthausen. Él fue otro de los que logró salir con vida del campo de concentración y siguió su vida en Francia, donde también murió.

El campo de los españoles

Decenas de nombres se agolpan en esta placa cobriza, como se agolpan los recuerdos, las historias de cada uno, las cartas y la documentación que conservan sus familiares. Familias que vieron salir a sus hijos y sus nietos durante la Guerra Civil desde una cincuentena de pueblos y la capital cordobesa.

Mauthausen fue el campo de los españoles, el campo de los cordobeses, todos procedentes de Francia. El franquismo los marcó como ciudadanos sin patria. La mayoría perdió la vida en el exterminio nazi. Los que lograron salir de allí, siguieron viviendo fuera de su país. Ahora, en la Glorieta de Nüremberg de la capital cordobesa, la vía pública que lleva el nombre de la ciudad donde se juzgó al nazismo y sus crímenes, hoy todas las víctimas de entonces han vuelto a casa de nuevo.

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