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Pechos y despechos

Manifestación en Madrid con motivo del Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo / Gaelx

Miguel Lorente

Para el machismo la razón de todo lo que pasa alrededor de la violencia contra las mujeres es muy sencilla: “o es por pechos o es por despechos”.

Ni siquiera se han parado un momento en todos los siglos de humanidad que han tenido a pensar qué otras razones y motivos pueden existir para que en todo momento y en cualquier lugar haya existido violencia contra las mujeres en las formas más diversas, desde las amenazas y agresiones en las relaciones de pareja, hasta la mutilación genital femenina, los homicidios de género y la violencia sexual.

Para el machismo la razón de esa violencia es simple, y está en la propia actitud y conducta de las mujeres, al hacer o dejar de hacer aquello que no deberían o debían haber hecho. Es la idea de perversidad innata que Eva, al más puro estilo Femen, puso de manifiesto en el mismo Paraíso, y que como un tatuaje divino ha marcado la condición de las mujeres para el resto de los tiempos.

Los hombres, dice el machismo, siempre son las víctimas. Lo son de la desigualdad, puesto que en su juego velado las mujeres los atrapan en relaciones y circunstancias a las que no pueden resistirse por esos “encantos” y “sortilegios” que lanzan a su paso, ya sea en la calle, en el hogar o en un ascensor, como afirma el alcalde de Valladolid, León de la Riva. Y lo son también de la igualdad, puesto que con ella se viene a reconocer y a formalizar lo que antes sólo podían utilizar en la intimidad de las oportunidades.

Los hombres sucumben en la desigualdad por los “pechos” y ahora con la igualdad caen por los despechos.

Por eso la violencia de género está normalizada y un porcentaje de la población la entiende como una forma adecuada de abordar determinadas circunstancias, concretamente un 2% según el Eurobarómetro (2010), y un 1% cree que es buena para todas las circunstancias. Es decir, la cultura propone y el hombre dispone, al interpretar la realidad y entender que la responsabilidad de la violencia de género está en las mujeres que la sufren, no en los hombres que agreden.

De esa manera, ante una agresión, la interpretación que hace el machismo es que ella ha sido “una mala mujer merecedora de la reprimenda” y que él ha sido “un buen hombre al corregir algo que estaba mal”. No se cuestiona la violencia como tal, sino el grado de violencia utilizado en un determinado caso, que es justo lo que me decían muchas mujeres maltratadas como médico forense: “Mi marido me pega lo normal… pero hoy se ha pasado”.

Un relato de este tipo no puede pasar inadvertido para una cultura que, además, entiende que el estado natural de hombres y mujeres es una relación heterosexual para formar una familia. Si las mujeres son presentadas como “cazadoras-recolectoras de hombres” y dispuestas a “arruinarles la vida con sus pechos y sus despechos”, el mensaje es que deben ser controladas y sometidas para evitar males mayores y generar bienes superiores. Esa es la solución para el machismo, una solución que se refleja día a día y que explica la publicación de libros como 'Cásate y sé sumisa' por el Arzobispado de Granada.

El significado que el machismo da a la violencia es ese: “ningún hombre maltrata a su mujer porque sí, luego si lo hace es porque existen motivos en la conducta de esa mujer que 'obligan' al hombre a corregirla o castigarla”. Esta construcción hace que el hombre no sólo no sea presentado como autor de una agresión, sino todo lo contrario, como una persona responsable que vela por el mantenimiento del orden, aunque en ocasiones esa obligación le lleve a usar la violencia. Es la teoría de la “letra con sangre entra” o el “te pego porque te quiero” que antes se aplicaba en las aulas sobre los niños y que ahora se critica, pero que aún no se cuestiona lo suficiente en violencia de género.

Cuando muchos hombres denunciados por violencia de género dicen que se trata de denuncias falsas, intentan presentar esa idea de que “no es violencia, sino parte de un conflicto íntimo que ha necesitado ser resuelto bajo el criterio de quien tiene la 'autoridad', o sea, del hombre”; pero en el que no ha faltado la violencia de la mujer, empezando con ese “no hacer lo que debía” o el “llevarle la contraria” como primera afrenta.

El posmachismo intenta utilizar estas ideas para cuestionar la realidad de la violencia de género y los instrumentos que buscan erradicarla, como sucede con sus críticas a la Ley Integral. Se olvidan del pequeño detalle de que hoy ya conocemos el origen de la violencia contra las mujeres, y las estrategias utilizadas para haber hecho posible su presencia a lo largo de los siglos como parte de la normalidad.

Olvidan tambien que esa misma Ley no cayó del cielo al que tanto miran, sino de una conciencia crítica ciudadana que reconoce las manipulaciones posmachistas para mantener sus privilegios. Por esa razón, cuanto más hablan de denuncias falsas e intentan confundir con algunos casos, más al descubierto quedan ellos y sus tácticas.

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