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Todos los menores son nuestros
A principio de curso, circulaba un dibujo en las redes en el que una madre le preguntaba a su hijo si había niños o niñas diferentes en su clase. El crío, con sabiduría infantil, contestaba: claro, si no cómo les van a distinguir sus padres. Otra ilustración decía: “¿Hay extranjeros en tu clase?” Y una niña contestaba: “En mi clase sólo hay niños”
Los niños lo ven claro y las diferencias las ponemos nosotros. Por eso me parece sumamente peligrosa la insistente política de Vox pidiendo que en los datos y en el presupuesto se discrimine entre menores “nacionales” y menores extranjeros. Que persistan en su estrategia de asociar menores migrantes con delincuencia cuando los datos oficiales no les avalan. Que insistan en alimentar el racismo hacia un segmento de la población frágil. Que busquen votos de esta forma.
Se les habrá olvidado leer la declaración universal de los derechos de los niños y niñas de las Naciones Unidas que lo dice muy claro. Los menores cuenta con:
- El derecho a la igualdad en todos los sentidos sin distinción de raza, religión, idioma, nacionalidad, sexo, opinión política u otros rasgos.
- El derecho a tener una protección especial para fomentar su desarrollo físico, mental y social.
“Es que ya con 16 años y 17 no son niños”, argumentan los mismos que miran a Greta Thunberg por encima del hombro porque a esa edad una cría no puede pensar por sí misma y seguro que “la están manipulando”. Los mismos que creen que las consecuencias del cambio climático a ellos no les van a llegar nunca son los que piden aumentar la seguridad para protegerse de los menores. Protegerse del futuro.
Por supuesto que hay casos de menores delincuentes, de todas las nacionalidades. Pero la responsabilidad de que no sea así es nuestra. Tenemos que crear una sociedad, unas ciudades, unos barrios donde haya alternativas, haya apoyos, donde los niños puedan cumplir su derecho a jugar y a aprender. Donde no tengan que cruzar un mar tumba como el Mediterráneo para buscar una vida mejor. Donde no tengan que rebuscar en los vertederos para encontrar algo que vender o comer. Donde no tengan que estar solos, como los migrantes no acompañados. Los niños y las niñas son de todos. Todos son nuestros. Estén donde estén, vengan de donde vengan. Y son nuestra responsabilidad.
Y distinguir entre los míos y los otros, colgarles un cartel de delincuentes antes de empezar, plantear un “primero los de aquí” es faltar gravemente a esa responsabilidad. Es, además, no dar un mísero voto de confianza a las generaciones futuras. Es no confiar, por ejemplo, en los que nos están dando una lección de movilización y dignidad peleando por un planeta mejor. Ellos aprenden y nos enseñan: he visto nietos enseñando a sus abuelos a reciclar, y abuelos enseñando a nietos a no desperdiciar la comida.
Si dejamos de mirar a los niños, si dejamos de cuidarlos, a todos, de luchar porque sean independientes y capaces, por que quieran dejar el mundo un poco mejor, poco podremos mirar hacia adelante. El pedagogo italiano Tonucci dice que “cuando la ciudad se olvida de los niños (…) se olvida de sí misma. Pero si recupera la relación con los niños, si les da tiempo y espacio para jugar, si les concede la palabra, les escucha y tiene en cuenta sus ideas, tal vez pueda salvarse”. Quizás, y sólo quizá, sirva no sólo para las ciudades si no para la sociedad. Si no somos capaces de dar su sitio a todos los menores, ¿cómo nos salvamos?
Y desde luego, la mejor manera no será dividiendo y diferenciando entre estos y otros menores, si no sumando. Porque todos los niños, todos, son nuestros.
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