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Julio Muñoz firma su séptima “rancionovela” con un “malahe” que quiere invocar al diablo en Sevilla

Julio Muñoz, @rancio, en los vestigios romanos de la Calle Mármoles, Sevilla

Javier Domínguez Reguero

Sevilla —

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Si Jesús nació en Sevilla (léase El enigma del evangelio “Triana”), el Anticristo no podía andar muy lejos. Julio Muñoz (Sevilla, 1981) acaba de publicar La profecía del malaje (El Paseo), una nueva entrega de la saga de “El asesino de la regañá”. Y ya van siete. Ocho si se cuenta la incursión madrileña de Operación Chotis en Adobo (Martínez Roca).

En esta ocasión no hay regañás, ni palodús ni serranitos. Tampoco mermeladas ni hombres lobo. Los inspectores Jiménez y Villanueva buscan resolver el robo de un objeto sagrado que está custodiado en Sevilla: la lanza de Longinos, con la que Cristo fue herido. Es, a priori, una misión rutinaria, pero no sólo la policía está detrás de la reliquia. El objeto capta la atención de la organización de extrema derecha alemana, Sol Negro, que contrata a una asesina sin piedad para hacerse con ella. Es la mayor ladrona de arte del mundo y una de las personas más buscadas por la Interpol.

La lanza, supuestamente, tiene poderes que ayudan a superar cualquier reto. Herodes, Carlomagno, Napoleón o Hitler la poseyeron. Se rumorea que puede hacer que el Betis pase a semifinales de la Copa del Rey (desternillantes los capítulos 27 y 28). Esta propiedad hace que Sol Negro la quiera para conseguir su siniestra empresa, pero tiene competencia: un malaje sevillano de fe perdida (SI8DO).

Para Muñoz “un malaje no es alguien que no tiene gracia sino un amargao”. Es la palabra que “los mayores utilizarían para decir hijo de puta a alguien”. Pero no lo hacen y usan ese adjetivo con su “h” aspirada: malahe. A este satánico, especie imposible en la ciudad, no le basta con ver al Gran Poder andando por las calles de Sevilla y quiere comprobar la existencia de Dios a través de una invocación al diablo. Para ello necesita la lanza sagrada porque, según se explica en la Biblia Negra de LaVey. “El Anticristo aparecerá si en un ritual de crucifixión se atraviesa a un inocente entre la quinta y la sexta costilla a la misma hora y en el mismo día en el que falleció Jesús”.

La profecía del malaje cuenta con esa “seña común” que combina misterio y humor: la rancionovela. En ese ¿género? Sevilla no es simplemente una localización sino personaje. La ciudad otorga “gotas de verdad” a unas situaciones que sus lectores reconocen y presenta a unos “personajones, como Jiménez, que no se dan en otro sitio”. La capital hispalense “marca las reglas propias” con sus rincones, expresiones, leyendas…

Tanto Sol Negro como la Interpol se quedan prendidos del inspector Jiménez, que es la “encarnación del instinto sobre la razón” y desmonta el estereotipo del sevillanito. “Lo más peligroso del tópico es cuando se acaba incorporando”. En el sur, generalizando, “no tenemos la constancia o el cariño a medio-largo plazo. Somos demasiado urgentes a pesar de ser muy creativos, muy espontáneos y muy ingeniosos”.

Un espía de botellín

Julio Muñoz, más conocido como Rancio, es director de contenidos de la productora ADM y forma parte de dos programas de Radio Sevilla (Cadena Ser). Además le ha puesto recientemente voz a un robot y también ha sacado una cerveza artesanal, Rancia (¡cómo no!), con un grupo de “majaretas”.

El sevillano tiene más frentes que Alemania en la II Guerra Mundial, pero optimiza el tiempo ante cada aventura de Jiménez y Villanueva. Se pone “a saco” y escribe una rancionovela en unos días. Pero el trabajo lleva años de gestación. Muñoz va recopilando ideas y apuntando las ocurrencias de la gente. Lleva la anécdota al papel y, así, “no se ríen sólo los cinco que estuvieron presentes”. Escribe como el que cuenta chistes. Tras “el golpetazo” y las risas sigue con “la coletilla”. Y eso en un texto, “te mata” porque da paso a la carcajada.

En su estilo no tiene “tanto mérito escribir sino escuchar”. Se enfoca en las conversaciones de bar donde “hay mucha materia prima”. Alguna vez se la ha visto tomando notas en el Cateca y en Casa Emilio de donde sacó su grito revolucionario: “la alegría nos hará invulnerables”.

Pero la pandemia hace que el escritor sevillano se quede sin sus lugares de inspiración favoritos. Y lo lleva “regular”. Ha descubierto que su paseo “se ha vaciado de significado” porque lo que le gustaba era “alargar el camino hacia el bar”. Ahora no tiene más remedio, restricciones COVID-19 mediante, que volver a casa. La crisis sanitaria también ha dejado ver la dependencia de Sevilla con los turistas. “Dios no murió para salvar el turismo”, se lee en La profecía del malaje. “Hay una pérdida de identidad que tenemos que saber gestionar con la debacle económica de tenemos encima”, dice Muñoz que quiere que la gente visite su ciudad, pero “que no la homogeneice: Lo que me preocupa es que cierren Casa Moreno y pongan un Starbucks”.

Con las limitaciones de continuar la paraíta en los bares con serrín, Muñoz avisa: “Como no vuelvan pronto los bares, me va a salir una novela de Burgos”. ¡Qué vuelvan pronto!

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