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“Desde que pones un pie en Marruecos, hasta que te vas, te sigue la Policía. Incluso para ir al baño”

Altamira Guelbenzu y Ana Sebastián.

Óscar F. Civieta

Zaragoza —

Altamira Guelbenzu y Ana Sebastián tienen varias cosas en común: ambas son abogadas, forman parte de la Agrupación Libre de Abogados de Zaragoza (ALAZ) y las dos decidieron viajar a Marruecos (en coordinación con el Observatorio Aragonés para el Sahara Occidental) para ver in situ cuál es la situación del Sahara Occidental tras casi 41 años de ocupación. Ahora, alejadas de esa injusticia que parece interminable, nos cuentan su experiencia.

La ‘aventura’ de Altamira está muy reciente. Ella formó parte del grupo de ocho juristas que la semana pasada, el 6 de abril, viajó a Rabat con el objetivo de comprobar el estado de los presos políticos de Gdem Izik, encarcelados en la prisión de Salé, que llevaban 37 días en huelga de hambre. No pudieron verlos. Ni a ellos, ni a nadie: “Fuimos del aeropuerto al hotel, del hotel a comisaría, vuelta al hotel y otra vez al aeropuerto”. Poco más de 24 horas en Marruecos rodeada, en todo momento, “hasta para ir al baño”, de la Policía.

Estaban en sus habitaciones, tres horas después de aterrizar, cuando las fuerzas de seguridad les hicieron bajar al hall del hotel. De allí directos a comisaría, donde les requisaron los móviles y los ordenadores: “Continuamente nos decían que era algo rutinario, que todo estaba bien, que Marruecos era un país democrático y con libertad de expresión, pero la realidad es que estábamos detenidos ilegalmente e incomunicados”.

Pasaron varias horas en una habitación de comisaría. Reclamaron un traductor y poder hacer una llamada, pero no, “todo eran largas”. Les hicieron rellenar un cuestionario en el que debían indicar, entre otras cosas, sus sueldos, los bienes a su nombre, los países a los que habían viajado y si pertenecían a algún partido político, asociación o sindicato.

Un peligro para la seguridad nacional

Finalmente, les reconocieron que había una orden de expulsión, ¿por qué?: “Porque habíamos incumplido muchas leyes marroquíes y éramos un peligro para la seguridad nacional”. Querían enviarles en un ferry de Tánger a Algeciras o Tarifa esa misma noche. Pidieron que les devolvieran los móviles y les dijeron que cuando llegaran a Tanger, pero se negaron a subir al furgón. Ese, recuerda Altamira, fue el momento de mayor tensión, “dijimos que no nos montaríamos en el furgón si no nos daban los móviles”. Finalmente subieron, pero por la fuerza. 

Ya a las puertas de hotel, aunque todavía en el furgón, hubo momentos de duda mientras los policías hablaban entre ellos. Definitivamente decidieron dejarles pasar la noche (con la prohibición de salir del hotel) y regresar al día siguiente.

Ahora tiene más ganas de ir que antes. Quiere volver, pero no sabe si se lo permitirán. Lo sucedido, le dijeron algunos de sus compañeros que ya habían ido más veces, era extraño; quizás el hecho de que el mismo día de su llegada hubiera una protesta de familiares saharauis a las puertas del Tribunal de Rabat, pudo tener algo que ver.

“Eres una persona inteligente y ya sabes lo que tienes que hacer para no meterte en líos”

El viaje de Ana Sebastián dio más de sí. Aunque en algo fue idéntico al de Altamira: “Continuamente había varios policías siguiéndome, desde que llegué a Marruecos”. Ana viajó a El Aaiún, el 22 de noviembre de 2015, para asistir como observadora al juicio de un preso político: el periodista saharaui Salah Lesbir, condenado a cuatro años de cárcel “por poner en su Twitter algo que no gustó al Gobierno, aunque la acusación oficial es por desórdenes de orden público”.

Viajó sola, y reconoce que en momentos estuvo asustada: “Estaba en un sitio donde no tenía ninguna garantía de que se fueran a respetar mis derechos”. Nada más aterrizar, varios policías pidieron su documentación y comenzaron a hacer preguntas. Ese primer escollo lo logró superar.

Fue al juicio, donde comprobó que todo está preparado para que los saharauis no salgan en libertad. Incluso le dijeron que al periodista encarcelado le habían tenido dos horas desnudo en los calabozos, porque querían evitar que portara una bandera saharaui y la mostrara en el juicio.

Cuando Ana regresó al hotel, después de la vista, le estaban esperando cuatro personas. Dijeron que su trabajo allí ya había terminado y que, por tanto, solo permitían que se quedase como turista: “Eres una persona inteligente y ya sabes lo que tienes que hacer para no meterte en problemas”, le espetaron. 

Al día siguiente dio un paseo por el mercado con Brahimi, el traductor que no se separó de ella. Al igual que la Policía, que les seguía unos pasos por detrás. Descubrió una sociedad asustada: “Se percibía el miedo, el silencio”. El traductor, cuenta Ana, “me dijo que no nos parábamos a saludar a gente que él conocía porque podrían detener a esa otra persona por hablar con él”.

“Tienen la esperanza de seguir resistiendo”

Más tarde fue a comer a casa de Mohamed Dihani, un preso político excarcelado dos meses atrás. Le detuvieron del 28 de abril de 2010 y se lo llevaron al centro de tortura de Temara; posteriormente pasó cinco años en distintas cárceles. En total, tres años de aislamiento “con continuas torturas psicológicas y físicas”.

Le contó que él y toda su familia tienen todo el rato a la Policía detrás, y que, debido a las torturas que sufrió, estaba a punto de perder los genitales“. Habló con él, con su familia y con la presidenta de una asociación de derechos humanos del Sahara.

En todo momento la Policía estuvo en la puerta de la casa esperándola. El traductor les dijo a las fuerzas de seguridad que “ellos eran muy hospitalarios, que iban a darle de comer y, después, bajaría”. Y así fue. Ana conoció de primera mano el sufrimiento. “No tienen libertad de pensamiento, parece que solo les queda la esperanza de seguir resistiendo”. 

Cuando dieron por finalizada la sobremesa salió de la casa y, como era de esperar, le comunicaron que debía abandonar el país. Tenía el vuelo al día siguiente, así que permitieron que durmiera en el hotel (sin salir de allí) y al día siguiente directa al aeropuerto. 

Ana recuerda la experiencia con claridad. Aunque por momentos se asustó, asegura que quiere volver: “El Gobierno de España no hace nada, la ONU tampoco, si nosotros no vamos esa población va a morir”. 

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