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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Prepublicación: 'Hacia mundos más animales', de Laura Fernández

Cubierta de 'Hacia mundos más animales', de Laura Fernández, editado por ochodoscuatro ediciones

Laura Fernández Aguilera

  • Publicamos la introducción de Hacia mundos más animales, de Laura Fernández, editado por ochodoscuatro ediciones, que estará disponible en los próximos días.

Hablar de animales. Me di cuenta de que muy frecuentemente, y a pesar de esfuerzos y estratagemas, las declaraciones de intención que se pueden hacer a las bestias no solo son insípidas, sino que suscitan una especie de molestia, un poco como si por distracción se hubiera traspasado un límite y caído en una cosa fuera de lugar; cuando no obscena. Nada más doloroso que la elección que entonces se impone: retractarse por discreción o hundirse en su discurso solo por insistencia [...] Contra esta potencia de afecto, el pensamiento, sobre todo el occidental, ha creído que es bueno armarse. Lo ha hecho menos alzando murallas alrededor suyo que encerrando a los animales en vastos espacios –conceptos de dónde supuestamente no pueden salir, mientras que el hombre se definiría precisamente– ¡así tan simple! –por el hecho de haber sabido escapar a ese cerco, dejando bien lejos tras de sí, lo más lejos posible, la bestialidad, humillada, y la animalidad, como etapas o malos (pero acosadores) recuerdos. Ya sean reconocidas como criaturas, pero de un rango inferior, o consideradas como máquinas complejas pero desprovistas de todo acceso al pensamiento, las bestias se han visto asignadas a un lugar y emplazadas a no moverse más. Pero sea cual sea la dominante -tanto en los saberes como en los comportamientos- de esta estructuración jerarquizada de las existencias, lo que sin cesar se ha visto es que los animales no se han quedado quietos jamás, ni por sí mismos ni en el pensamiento y los sueños de los hombres.

   [...]

                                                                                                               Baily, 2014: 18 -20

Estamos a principios del año 2018 y la justicia para la humanidad dista de ser cercana: guerras que devastan los territorios y cuerpos, obligando a miles de personas a buscar asilo fuera de sus hogares. Se calculan cifras de más de 23.000 muertos entre los años 2000 y 2014 en las rutas migratorias hacia Europa (Grasso, 2014) y, mientras tanto, la extrema derecha europea va haciéndose un hueco, implantando en la sociedad la semilla de la xenofobia y perpetuando la idea del otro como enemigo. En el año 2016, solo en el Estado español se documentaron 105 feminicidios por causas sexistas (Feminicidio.net, 2017) y en 2017, las cifras señalan ya 99 feminicidios. Mientras tanto, los movimientos sociales en el Estado español lidian con la implantación de la ley de seguridad ciudadana, popularmente conocida como ley mordaza, que coarta la libertad de expresión y criminaliza la protesta social, aumentando la represión hacia quienes luchan por la justicia social. El sufrimiento psíquico y las prácticas de autolesión ascienden en la civilización del control y la hipervigilancia.

Y sin embargo decido hablar de animales.

¿Tiene sentido, en este contexto, hablar de animales no humanos? Lo que busco en este ensayo es justamente cuestionar la lógica que nos separa de los demás animales y los sitúa en un lugar de subordinación, de prioridad secundaria. Quiero invertir esa misma lógica que llevaba antaño a los movimientos revolucionarios a sostener que la lucha de las mujeres era una lucha secundaria, que debía esperar a la llegada de la sociedad soñada. No hay luchas primarias o secundarias, hay apuestas ético-políticas enmarcadas en contextos complejos y en dimensiones espacio-temporales limitadas. Pero la guerra es la guerra y hay cuerpos que siguen sufriendo, independientemente de su especie.

Ha llegado el momento de hablar de animales, de ampliar el concepto de justicia social para que quepamos todas en él. Al contrario de lo que pueda parecer, esto no es un manifiesto misántropo, sino una apuesta por la creación de conexiones frente a fronteras, muros y rejas. Un aporte para privilegiar la unión, la continuidad entre humanos y los demás animales frente a la separación que históricamente ha primado en nuestras interrelaciones.

Este no es un estudio sobre cómo son los otros animales, sino más bien sobre cómo nosotras, las humanas, nos construimos a partir de situarlos en un lugar moral de inferioridad. La humanidad está construida a partir del devastamiento de cuerpos y vidas tanto humanas como no humanas. La reflexión que quiero compartir es la de resignificar, paralelamente, la animalidad y la humanidad desde una nueva apuesta relacional entre especies lejos de la dominación o más bien, dar pasos hacia el fin de dichas categorías que oprimen y jerarquizan nuestros cuerpos.

No quiero hablar de los demás animales desde un afecto personal, aunque tampoco voy a censurar ni deslegitimar dichos afectos que se producen entre diferentes especies. Pretendo referirme aquí a los demás animales por justicia, porque considero que merecen ser urgentemente incorporados al debate en la construcción de mundos alternativos a la devastadora realidad que nos ha tocado vivir.

También quiero examinar las relaciones entre las humanas y los demás animales en las sociedades capitalistas europeas modernas desde una mirada antropológica, aunque no antropocéntrica. Realizo esta revisión desde el cuestionamiento de las relaciones entre especies que sustentan una serie de prácticas basadas en la dominación, opresión y violencia que categorizo como especistas, y que están fundamentadas en los supuestos de superioridad moral de los humanos sobre los demás animales. En esta revisión me interesa conocer los lugares comunes de diferentes opresiones existentes en las relaciones interhumanas, y argumentaré que el especismo está en un continuum con dichas opresiones y que todas ellas proceden de una ontología común. Esa ontología, la ontología binaria, es una configuración concreta del mundo de la que se sucede una organización social, cultural y político-económica determinada que alcanza niveles globales. Mi interés aquí es ubicar dicha ontología, caracterizarla, cuestionar y generar reflexiones ético-políticas en relación a la misma.

Este trabajo pretende ser una aportación que permita explicar desde un lugar innovador la violencia ejercida sobre los cuerpos de los animales no humanos. Gran parte de las teorías que dan cuenta de la violencia existente en las formas de relación entre humanos y no humanos en las sociedades capitalistas modernas lo hacen desde una perspectiva filosófica racionalista o utilitarista. Mi interés, por el contrario, es ontológico: desvelar las raíces sobre las que se asienta la construcción de unos sujetos, unos cuerpos (y con ello unas epistemologías y cosmovisiones) como válidos a partir de la contraposición de quienes no son merecedores de tal estatus. Afirma la antropóloga Sally Linton que “las preguntas siempre determinan y limitan las respuestas” (1979: 37). Considero que situar como eje las corporalidades violentas para preguntarme por las causas del lugar (físico y moral) que ocupan, así como los puntos en común en la construcción de la otredad que las subalterna y legitima su opresión, es una oportunidad para plantear nuevas preguntas y posibles respuestas que aporten teóricamente e incidan en la transformación radical del estatus moral atribuido a los demás animales y a otras corporalidades históricamente oprimidas.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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