Las lágrimas del cinismo
El próximo 3 de julio se cumplen diez años del accidente del Metro en Valencia. Diez años ya y aún andamos liados sobre las causas del siniestro. Ha sido un tiempo impensablemente largo. Insoportable, sobre todo para las víctimas supervivientes y para las familias que se han visto despreciadas por quienes gobernaban con mentiras este país nuestro tan en demasiadas cosas desgraciado. Desde el primer día fue así: mentiras y más mentiras para esconder lo único que exigían las víctimas: verdad y justicia. Desde el primer día, con los cuerpos todavía enredados en los restos de chatarra, el gobierno del PP se infló a mentir, se infló a burlarse de la desesperación, se infló a buscar excusas para no atender lo que las víctimas clamaban sólo con el ánimo de que la memoria de tanta tristeza acumulada ese día y los que vinieron luego pudiera descansar tranquila.
La Comisión que habría de investigar las causas del accidente fue una burda simulación. Los testigos fueron aleccionados por el gobierno de Francisco Camps para saber lo que tenían que contestar a las preguntas de esa indecente Comisión. La RTVV cerró cualquier información y se centró en la visita del Papa que esos días era para esa cadena la única noticia reseñable. Ahora se ha destapado -aunque ya lo sabíamos casi desde entonces- lo que había detrás de ese silencio informativo: una pila de millones de euros en manos de responsables de ese medio y de algunos políticos y empresarios amigos del Partido Popular. La visita del Papa llenó de mierda y de dinero sucio la conciencia y el bolsillo de esos individuos.
Desde el primer día la Asociación de Víctimas ha sido un ejemplo de tenacidad y de nobleza. Cada día 3 de todos los meses la Plaza de la Virgen ha sido su casa, con lluvia y con sol. Con frío y con un calor que asaba como chuletas las plantas de los pies. La pancarta -su pancarta- nos llamaba a seguir insistiendo en la exigencia de verdad y de justicia. Así durante nueve años, hasta la última vez, después de las elecciones del 24 de mayo de 2015. La pregunta de aquella tarde quedaba en el aire: ¿haría el nuevo gobierno de izquierdas los deberes que quedaron insultantemente incumplidos por el PP durante nueve inacabables años? La respuesta fue inmediata: lo primero que haría ese gobierno sería poner en marcha una nueva Comisión de Investigación. Y así fue. Y así van desfilando estos días por ese tribunal jerarcas del PP, técnicos de Ferrocarriles de la Generalitat, miembros de la Asociación de Víctimas. El día grande fue el de la comparecencia de Juan Cotino y Francisco Camps. Parecían dos hermanitas de la caridad. Ellos no eran responsables de nada. Hicieron lo que tenían que hacer. Cumplieron con su deber. Las mentiras de siempre. Quien se acostumbra a vivir contando mentiras es muy difícil que cambie su relato. Mintieron entonces y mienten diez años después. El jefe de la operación corrupta para la visita del Papa era Juan Cotino. No lo digo yo. Lo dice el juez que instruye la causa de esa visita y el papel que jugaron RTVV y los capitostes de la Gürtel en Valencia y Madrid. También, según un testimonio de entre las víctimas, fue el mismo Cotino quien ofreció trabajo a algunas familias para que no incordiaran en la búsqueda de la verdad. El entonces presidente de la Generalitat dice que sintió en el alma el dolor de las víctimas y que lloró por ese dolor aquellos días. El presidente lloró. Eso dice. El que era su vicepresidente, Víctor Campos (también en el sumario de los corruptos), asegura que el presidente lloró y que con eso ya tenía bastante la Asociación de Víctimas. Y les soltó: no habrá foto vuestra con el presidente. Estos días, Beatriz Garrote, en su comparecencia ante la Comisión investigadora, contestó maravillosamente, con esa energía que surge de la razón y también de la rabia, que nadie le pedía al presidente que llorara sino que buscara la mejor manera de hacer justicia después del terrible accidente.
Me entra la risa con lo de las lágrimas de Camps. El cinismo no tiene límites para esa gentuza. Para ellos todo vale. Luego se confiesan en sus misas y arreando. Han pasado diez años desde aquel fatídico 3 de julio de 2006. Las mentiras de tanto tiempo irán dando paso a la verdad. El dolor sigue ahí, como ese alacrán que picotea insistentemente los recuerdos. Pero también sigue ahí lo principal: la noble perseverancia de la Asociación de Víctimas, esa gallarda cabezonería que les hacía desplegar su pancarta delante de la Catedral todos los meses durante nueve años, la seguridad de que no van a parar hasta que se aclaren todos los detalles del accidente. Y ahí seguiremos también mucha otra gente. Es lo menos que se merece la memoria de las víctimas. Ahí seguiremos. Ahí.