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Coche 1, bicicleta 0 en Castellón

Un ciclista en Castellón.

Belén Toledo

“Hay una tendencia imparable en todo el mundo de políticas públicas hacia un transporte más sostenible”, explica Ramón Marrades, experto en urbanismo y movilidad. Se trata de aumentar el uso de la bicicleta y el transporte público, y para eso hay que restringir el uso del coche. En este proceso, Castellón va despacio. Pese a las expectativas que levantó la llegada al poder de PSOE y Compromís hace un año y medio, hoy los ciclistas de la ciudad tienen casi los mismos problemas que antes y el coche disfruta de las mismas facilidades.

Es cierto que en los últimos diez años, la ciudad ha avanzado enormemente en la materia. El número de viajes en bicicleta es 50 veces superior, con 13.419 desplazamientos en 2016, según los datos que maneja el Ayuntamiento. Las razones de este aumento hay que buscarlas en Bicicas, el servicio público de alquiler de bicicletas, que nació en el año 2008. Y también en el aumento de la red ciclable, que ha pasado de 44 kilómetros a 89.

No obstante, el uso de la bicicleta sigue siendo muy minoritario, con un porcentaje menor del 3% de los desplazamientos globales en la ciudad. La razón, según el colectivo Castelló en Bici, es la inseguridad por la “impunidad del coche”, según su coordinador, David Aguilar. Añade otras razones: las deficiencias en la red de carriles bici y, sobre todo, la inexistente política de pacificación del tránsito, que consiste en obligar a los coches a bajar la velocidad y priorizar el paso de las bicicletas en el interior del núcleo urbano.

“El PP hizo más por la movilidad ciclista”

Los miembros del colectivo recibieron con ilusión la llegada de un gobierno de izquierdas. Pero esperaban más rapidez y ahora están decepcionados. “Hizo más el PP por la movilidad ciclista que el llamado gobierno del cambio. Pensamos que sería otra cosa”, afirma Aguilar. En un paseo por algunas zonas de la ciudad, desgrana sus quejas concretas: “Se siguen haciendo carriles bici que no están comunicados entre sí, como el del nuevo trazado hasta Almazora”. Y añade: “No se han hecho más aparcamientos de bicicletas desde 2015 y no se ha establecido el límite en 30 kilómetros por hora”.

También se refiere a las señales de “stop” que cuajan la inmensa mayoría de los carriles: “No se da prioridad a los ciclistas en las vías ciclables, aunque lo establece el Reglamento General de Circulación”. Compara esta situación con la de otras ciudades, como Copenhague, donde “las bicicletas siempre tienen el semáforo en verde”. Aguilar pide, sobre todo, campañas de concienciación. “No hay multas, el carril bici siempre está ocupado por coches, y se están haciendo campañas para que los ciclistas sepan cómo circular, pero no se hace lo mismo con los conductores”.

Afirma que el nuevo gobierno ha seguido con los mismos errores a la hora de construir el carril bici que sus antecesores. Pone el ejemplo del nuevo trazado en el entorno de la estación de autobuses. Incumple varias de las recomendaciones de los manuales de referencia en la materia, como la guía del Ayuntamiento de Barcelona. El nuevo carril pasa por dentro del recinto de la estación, tan cerca de los autobuses que hay marcas de ruedas por encima de la pintura. Luego ocupa gran parte de la acera y acaba abruptamente en una calle en dirección prohibida. Además, tiene curvas de 90 grados, prácticamente impracticables para una bicicleta.

“La guerra cultural del coche”

El malestar llega también a Castelló en Moviment, la agrupación de electores que desde la oposición hace posible el gobierno de Compromís y PSOE con los votos puntuales de sus cuatro concejales. José Luis Azpitarte, responsable de movilidad en el colectivo, cree que “hay un miedo por parte del Ayuntamiento en señalar al coche como parte del problema”. La razón es que su uso está muy arraigado, “sobre todo entre la gente mayor”.

“Es como si estuviéramos viviendo una guerra cultural del coche”, reflexiona, “y el Ayuntamiento quiere agradar a todo el mundo”. Azpitarte cree que Castellón está desperdiciando la oportunidad de hacer una transición “más suave”, a diferencia de Madrid o Barcelona, que tienen tantos problemas ambientales y de tránsito que ya no tienen elección. “¿Queremos llegar a un punto de colapso en el que los coches ya no puedan circular o queremos avanzarnos?”, se pregunta. Y pone el ejemplo de Valencia, cuyo gobierno “está siendo más valiente” en materia de movilidad.

Pero es precisamente es ese, el de la capital del Turia, el modelo que no quiere seguir el concejal de Movilidad de Castellón, Rafael Simó. “Creo sinceramente que ha demonizado el coche”, dice en referencia a Giuseppe Grezzi, su homólogo en Valencia. “Está recibiendo muchas críticas por priorizar demasiado la bici”. Simó defiende que “no es una cuestión ni de miedo ni de valentía”, sino de hacer “cambios progresivos, no cambios radicales”.

“¿Por dónde va a ir, si no?”

En esa línea, defiende el trazado del carril bici en el entorno de la estación de autobuses: “¿Por dónde va a pasar si no? Es un vial principal por donde pasa una gran cantidad de coches. No podemos eliminar un carril porque se harían unos embudos tremendos”. Sobre la peligrosidad que supone circular dentro del recinto de la estación, Simó explica que es una cuestión de “perseguir y sancionar actos de poco civismo en cualquier medio de transporte, pero no podemos decir que el carril bici no está bien hecho porque haya algunos autobuses que pasan cerca”.

El regidor también defiende el paso del carril bici por la acera “porque el diseño urbanístico de Castellón es el que es, y aunque no nos gusta, hay algunas zonas en las que no tenemos otra”. Añade, además, que “hay otros sitios de la ciudad en la que desgraciadamente no podemos introducir el carril bici porque no tenemos espacio, y lo que tampoco queremos hacer es demonizar el coche”. Sobre la pacificación del tránsito, el concejal aseguró que hay campañas de concienciación y se ponen multas en esta materia.

Así las cosas, Castellón avanza hacia la movilidad sostenible, pero a una velocidad muy lenta. Para esta ciudad, todavía quedan lejos las predicciones de Ramón Marrades, que explica que “tener un coche en propiedad es algo que probablemente quedará obsoleto en el futuro”. Augura que la movilidad se basará en compartir coches eléctricos, en la bicicleta y el transporte público. El vehículo privado quedará reservado a personas con problemas de movilidad. “Es verdad que estas medidas pueden resultar impopulares pero la tendencia es imparable”, concluye.

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