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Drogas y adolescentes

Esther Roig

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Ahora que ya tenemos una Ley de Protección Integral de la Infancia y la Adolescencia, necesaria e imprescindible en una sociedad civilizada, deberíamos hablar más de las y los adolescentes.  Hablar y dejar que hablen, que se expresen y que nos cuenten cómo ven esta sociedad en la que les ha tocado vivir y cómo encajan, si encajan, dentro de la misma.

Por ejemplo, nos hemos preguntado cómo se sienten en un mundo que los ignora, los aparta, los ningunea y los idiotiza con promesas de una vida mejor, más libre, más globalizada basadas en el consumo. Día a día les enviamos este mensaje: consume y serás, formarás parte.

Tengo tres hijos y tantísimas veces pienso... ¿qué falla? qué estamos haciendo mal cuando los informes sobre consumo de drogas realizados por entidades oficiales nos dicen que el 60% de los menores de 14 años ha consumido alcohol en el último año. Estamos hablando de una franja comprendida entre 13, 14, 15 y 16 años que se inicia en grupo en el terrible mundo de las drogas. Primero en las consideradas legales y seguidamente (casi a la vez) en las ilegales como el cannabis, la marihuana sintética. Esta última droga conocida como el ‘Pescao’ se trata de una sustancia muy peligrosa que les afecta el cerebro y les produce secuencias de delirio, estados de confusión, alucinaciones y síntomas psicóticos y paranoia. No son casos aislados, no es ciencia ficción, es real y próximo.  En los últimos meses se ha atendido a 12 menores en urgencias de hospitales valencianos afectados por esta droga.

Y las madres y padres, mientras tanto, asustados, al borde de un ataque de nervios, nos preguntamos qué está pasando. Porque si estamos fallando nosotros, también falla la sociedad. Y de alguna manera habrá que decirles a nuestras hijas e hijos adolescentes que son importantes, que valen, que cuentan y que deben cuidarse, que la salud es lo primero.

Me pregunto qué campaña contra las drogas vigente les da la información completa, les habla de tú a tú, no como si fueran niños y niñas, porque ya no lo son. La adolescencia es muy difícil, pero no es una asignatura imposible.

Sirva esta reflexión para que los escuchemos más, aprendamos a hablarles y hagamos un esfuerzo por ser coherentes con nosotras y con ellos y ellas, nuestras niñas adolescentes. Es necesario tejer un mundo más humano, que sepa escuchar, que integre, que muestre políticas sociales que los incluyan. Esas prácticas, sin duda, allanaran el camino de la compresión, de la comunicación e integración.

Las y los adolescentes confusos y aplastados entre la niñez y la juventud existen, aunque no figuren como segmento de la población (las estadísticas marcan la niñez de 0 a 14 años y los jóvenes de 15 a 24). Quizá analizando estas situaciones deberíamos pensar en visibilizar esa franja de 13 a 17 años y ponerse las orejas de oír. Reitero, escucharlos e integrar.

La exclusión social empieza a esa edad, justo cuando el fracaso escolar es una gran sombra que los va borrando. Los niños y las niñas del parque, los canis, las chonis, los otros, las otras.

No recuerdo el momento exacto en el que dejé atrás la infancia, pero debe haber un lugar en la memoria donde tengamos la grabación de ese instante primero en el que dejamos de ser una niña para entrar en el mundo nuevo, complejo y tan difícil de los adultos.

La adolescencia, como la niñez, paga los platos rotos de un mundo desigual y lleno de errores. Pienso que en las campañas de prevención contra la droga deberíamos invitarles a ser rebeldes, pero con causa, si quieren serlo; claro. Y esa rebeldía, esa causa debe ser crear una sociedad donde ellos y ellas, los futuros adolescentes tengan voz y voto y les dejemos construir. De lo contrario corremos el riesgo de que se destruyan y destruyan.

Esther Roig es periodista y presidenta de la ONG Menuts del Món.

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