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Malos tiempos para la lírica (política)

Simón Alegre

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Decíamos ayer, que es un decir muy unamuniano, que la política hispana adolece de futbolización. Y la semántica del fútbol, por otro lado, se está importando, cada vez más, del campo bélico. Ya saben: escuadras que atacan, coberturas por los flancos, lanzamiento de obuses…

Desgraciadamente, nos hemos malacostumbrado a integrar en nuestra jerga todo tipo de eufemismos para camuflar la perplejidad ante la violencia: daños colaterales, terrorismo de baja intensidad, fuego amigo…

Las actuales tertulias políticas –o, más bien, politiqueras- nos venden este maniqueísmo bajo apariencia de debates moderados desde la neutralidad. El discrepante antipático sirve para legitimar el punto de vista políticamente correcto, según la orientación de la emisora. Charlotada.

De esta manera se está canalizando el aumento del interés por la política entre la ciudadanía. Con aficionados ubicados en sectores separados, como en los partidos de alto riesgo. Los mass media huelen esta demanda de forofos. No en vano, una vía de aproximación natural a la política, en nuestros días, estriba en pontificar a través de los muros de Facebook, a modo de modernos paredones en los que el pelotón de fusilamiento de quien firma las sentencias dispara sin piedad ni juicio garantista.

No puedo sentir simpatía por estas dictaduras del timeline, que siempre juegan en casa y con el árbitro a favor.

En esta tesitura frentista, resulta normal que se dé la batalla por el dominio del lenguaje. Supone, incluso, un soplo de aire fresco, aunque haya más importaciones (casta) que originalidad. Al fin y al cabo, jugar con las palabras de los otros es empezar a perder. Si no te gusta el marco, cambia el marco (tablero). Alfa y Omega de la psicología política.

No se trata, obviamente, de una técnica reciente. Veamos unos ejemplos cañís. El franquismo se caracterizaba por su retórica recargada hasta el empacho. No lo digo solo por la archiconocida conspiración judeomasónica. Los “peligros de la patria” eran los demonios familiares; los espacios de diálogo dentro del régimen (el particular concepto de democracia –orgánica- del franquismo) se denominaban contraste de pareceres. La adhesión siempre era inquebrantable; la sequía, pertinaz. Y todo ello, impasible el ademán. No obstante, considero que el circunloquio que se lleva la palma es “el insoslayable hecho biológico”. Cualquier cosa, menos mentar la bicha.

En el otro bando, la sobredosis de materialismo histórico se manifestaba en la querencia por las condiciones objetivas o la correlación de fuerzas. Eufemismos con los que resultaba complicado conectar con el gran público (franquismo sociológico también constituye un término muy práctico).

Y, por último, tampoco resulta innovador el campo semántico en el que los asesinados son ejecutados; los secuestrados, prisioneros; los zulos, cárceles del pueblo; y un largo etcétera de oprobios.

En definitiva, en contra del empobrecimiento de la noción misma de política que producen el partidismo de los soldados digitales y las tertulias-linchamiento. Lejos queda la salida a hombros de Indalecio Prieto por la puerta del Congreso de los Diputados…

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