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Matemáticas

Andreu Escrivà

Hace años tuve que escoger mis optativas en el instituto: iba a empezar segundo de bachillerato en la rama de Ciencias de la Salud, y tenía claro que mi objetivo era la Biología, o quizás aquello tan nuevo de las Ciencias Ambientales. Las posibilidades eran o bien optar asignaturas como gimnasia o informática (digamos que poco relacionadas con mi probable futuro académico), o bien física y matemáticas. Fui el único de mi grupo que se cogió como optativas los dos huesos (en un acto que mis amigos calificaron de suicida), lo que obligó al centro a ponerme en dos clases distintas a la vez: mi horario era un sambori constante, y –qué raro- no pudieron ofrecerme las clases en valenciano.

Pero lo preocupante no fueron mis penurias y frustraciones debidas a los exámenes; lo grave fue que mis compañeros cursaron una rama de ciencias sin matemáticas ni física en el instituto. Al llegar a primero de Ciencias Ambientales, descubrí que el patrón se repetía, y muy pocos estudiantes venían con conocimientos frescos de matemáticas y física. Como era previsible, el bofetón fue descomunal: los que no habían dado matemáticas fueron perdidos durante todo el curso, y arrastraron el déficit a lo largo de toda la carrera, en todas y cada una de las asignaturas que necesitaban una base matemática. Yo también las pasé canutas, y fue justamente por eso –porque sabía que no era bueno en matemáticas- por lo que me amargué el último año en el instituto y bajé mi nota media. A cambio, eliminaría el peligro de un año en blanco: desperezar el cerebro no parecía una tarea fácil. Y, a la vista de la experiencia de mis compañeros de clase, no lo fue.

Ahora Wert, quien parece que intenta superarse día tras día mientras trata de hundir aún más su valoración ciudadana, abre la posibilidad de que un estudiante pueda llegar hasta Economía (por poner un ejemplo) sin haber visto nada de matemáticas los dos años previos. No sé si son ustedes conscientes de la salvajada que significa eso: la economía son modelos matemáticos, números, gráficas, modelizaciones complejas, estadística. Medio mundo cachondeándose del error del Excel de Rogoff y Reinhart y aquí hacemos todo lo posible por repetirlo.

Pero el asunto no tiene trascendencia sólo porque precipitará la llegada de miles de estudiantes sin la formación necesaria a la Universidad. La decisión de Wert, el ministro anumérico, va mucho más allá: privará, de hacerse realidad, a una generación de una de las herramientas más poderosas para entender el mundo. Cuando el siempre repulsivo Salvador Sostres publicó una columna ignominiosa alentando al desprecio de las matemáticas, retrató una cosmovisión analfabeta y simplona. Fue rebatida de mil formas distintas, desde la exhibición del amor que muchos divulgadores profesan a las matemáticas –bellas y fascinantes-, hasta mediante una visión utilitarista y fría, pero igual de eficaz para justificar su necesidad.

A mí, personalmente, Sostres me produce ya una indiferencia color de vómito, una apatía marrón de la que no creo que lo rescate nunca. El problema -y ahí no hay lugar para la indolencia- es que quien se proclama como cruzado de los analfaciencios en España no es un triste columnista de segunda: es el ministro de Educación del Gobierno.

Houston, tenemos un problema. O quizás no, porque sin matemáticas, olvídense de viajes espaciales. Y, por supuesto, de todo lo demás.

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