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25N, por la necesidad de erradicar la violencia sistémica contra las mujeres

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Aprovecho este espacio de reflexión para contribuir con una modesta aportación al grito global del feminismo por la erradicación de las violencias machistas. La polémica de éstos últimos días a la que están contribuyendo con verdadero énfasis los medios al servicio de la derecha política, o los intolerables insultos a la Ministra de Igualdad en sede parlamentaria, viene a evidenciar una rearticulación del patriarcado. Un rearme alentado por el avance de las fuerzas reaccionarias, que niegan la violencia contra las mujeres, al tiempo que añoran la vuelta al “hombre de verdad y a la mujer como Dios manda”, mientras claman contra el movimiento feminista, cuyo evidente auge en los últimos años está activando todas las alertas del establishment machista.

Ante el repugnante discurso negacionista de la caverna, las cifras de asesinatos, violaciones y agresiones sexuales siguen elevando una horrorosa estadística. Un total de 38 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en lo que va de año; 1.171 desde que hay registros. Unos datos tras los que se esconde mucho dolor. Muy a nuestro pesar, las mujeres asesinadas son solo la punta del iceberg, la manifestación más extrema de una violencia que, por desgracia, se expresa de forma física, psicológica, sexual y económica, y está muy presente en los centros de trabajo. 

Por la macroencuesta de violencia de género de 2019 sabemos que del total de mujeres de 16 o más años, el 40,4 % ha sufrido acoso sexual en algún momento de su vida. Son más de ocho millones, de las que el 17,3 %, más de 1,4 millones, señalan a alguien del trabajo como agresor (un 6,5 % a su jefe). Un mal endémico que tiene su raíz en la desvalorización de las mujeres y el trabajo femenino y en el sexismo como un rasgo cultural todavía muy presente en los centros de trabajo. A la menor presencia como población activa, menor poder, autoridad y salarios, se le suma la violencia estructural que nos exige un compromiso colectivo para eliminar, ya no solo el acoso sexual y por razón de sexo, sino también la discriminación laboral que lo sustenta.

Sin ánimo de eludir la responsabilidad que tenemos como sindicato feminista, la Ley de igualdad apunta a las empresas como las responsables de promover las condiciones de trabajo que eviten el acoso sexual y por razón de sexo. Una responsabilidad muchas veces esquivada, que nos exige extremar el celo en nuestras actuaciones sindicales, por lo que cobra especial relevancia la representación legal de las trabajadoras y los trabajadores en la empresa (RLT), competentes para negociar y velar por el cumplimiento de los protocolos para la prevención, sensibilización y formación.

Mucho queda por hacer, nos invade la sensación más que nunca, de que estamos en bucle, aunque todos los esfuerzos son pocos para atajar los factores estructurales que son el caldo de cultivo de las violencias machistas: la feminización de la pobreza, el desempleo, la precariedad laboral, la insuficiencia de recursos en el ámbito de los cuidados, la ausencia de una política de educación para la igualdad y la corresponsabilidad, la falta de políticas activas de igualdad, de recursos suficientes para la prevención, protección y atención a las víctimas, y así –como ustedes- podría seguir y no acabar. En ese contexto, volvemos a reivindicar este 25 de noviembre la necesidad de erradicar la violencia sistémica que sufrimos por el hecho de ser mujeres.

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