Carta al negro que le escribe los discursos al rey
Estimado señor:
En primer lugar quiero decirle que le admiro profundamente y que siento mucho el mal trago por el que está pasando. Sé que su tarea, hasta ahora sencilla, se ha vuelto peliaguda. Ante todo tengo que decirle que aguante como sea, que no se le ocurra tirar la toalla. Piense que mañana todo volverá a ser monótono y tedioso, como lo era antes. Debe sobrellevar estoicamente como sea este chaparrón. El mercado laboral no está para tirar cohetes; podría resultarle muy arduo encontrar un nuevo empleo. Ganarse la vida de escritor en la sombra, de escritor fantasma, como llaman los ingleses a ese cometido profesional, se antoja imposible. Tiene que ser fuerte.
Sé que hasta ahora todo le resultaba coser y cantar, bastaban unas palabras corteses y huecas para el gremio castrense en la Pascua Militar, una alocución formal elogiando la marca España en la recepción de unos embajadores que estrenaban cargo ante la corte de Su Majestad, unas palabras precisas para dar ánimo a los magistrados del país –últimamente muy en entredicho- durante el acto de inauguración del curso judicial o un saludo y un texto de aliento para un puñado de deportistas de una exótica disciplina que habían alcanzado un título mundial. Hasta ahora, como veterano de guerra, capeaba con exquisitez todos esos asuntos; disponía incluso de plantillas a las que recurrir. Redactar esas líneas le llevaba un santiamén; era pan comido. Al día siguiente se cercioraba de que los titulares entresacaban lo más jugoso del discurso que había pergeñado y directamente se dirigía a almorzar con los amigotes.
Ahora, en cambio, todo se mira bajo una exigente lupa. Los últimos acontecimientos, las trastadas del rey emérito, le han puesto en el punto de mira. Sobre sus espaldas recae demasiada responsabilidad ¿A ver qué digo hoy? Intuyo que la ansiedad se haya podido apoderar de usted, su mujer le debe notar más nervioso que de costumbre; probablemente esté más inquieto y más agitado que nunca. Quizá debería acudir a un buen fisio. Confiemos en que pronto amaine el temporal. Ahora lo suyo es escribir con sumo cuidado, vigilar cada palabra y evitar interpretaciones torticeras de algunos periodistas desalmados.
No baje la guardia, ni se le ocurra. De su trabajo depende el futuro de la corona. Concéntrese en lo que hace, haga el favor. Asuma que el monarca está pasando una mala racha y debe apoyarle como sea. Recuerde que también están haciendo de tripas corazón (y de horas extras) otros compañeros suyos del curro: los que contratan los figurantes que deben aparecer en la calle en la gira que los reyes están haciendo por todos los puntos cardinales de nuestra geografía y que deben aparentar naturalidad; los que buscan modelitos de saldo de Zara para la reina Leticia; los asesores que tienen que plantear hojas de ruta realistas para evitar nuevos estropicios,… Pero sobre todo piense en su jefe que está atravesando por un vía crucis estival y que se rebela ante la posible quiebra del negocio y ante la eventualidad de tenerles que despedir.
Mire la parte positiva. Si abandona, si renuncia a su trabajo de negro elaborando discursos para el Jefe del Estado, igual le toca trabajar para Ana Rosa Quintana, en el caso de que sienta tentaciones de escribir una nueva novela, o para otras presentadoras o tertulianas de algún reality que desean consagrarse en el panorama literario. Eso sería muy duro para usted. No se lo recomiendo, está peor pagado y todo en B, digo en negro.
Recuerdo una anécdota que leí hace poco en la que en el sepelio de uno de los negros de Alejandro Dumas (dicen que llegó a tener unos 63 a su servicio durante su carrera) un señor se le acercó a darle el pésame. Este, extrañado, le preguntó quién era, aquel le respondió que era el negro de su negro. Ya sabe: extreme los argumentarios con los que construye los discursos que redacta. Hay mucho en juego. Procure no desfallecer. Seguro que muchos anhelan su puesto. ¡Resista!
Desde aquí reciba toda mi solidaridad. Le deseo mucha suerte. La necesita.
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