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CV Opinión cintillo

El derecho a la familia, más allá de las inocentes pantallas

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La novedosa campaña publicitaria #SPfuture ha abierto un encarnizado debate en redes sobre el uso de las pantallas durante la infancia. Rápidamente, todo se ha polarizado: si o no. Un debate dogmático con una avalancha de citas de autoridad e informes de organismos internacionales cruzados.

El problema no son las pantallas. El problema es el uso y el tiempo que le dediquemos. Sin duda, es urgente incluir ,en la agenda pública, el debate sobre el uso responsable de la tecnología. Y especialmente en cómo las redes han transformando la forma en la que nos relacionamos, vivimos, somos. Y articular medidas para cambiarlo.

Tengo que admitir que como futuro padre estoy preocupado y bastante perdido. Pocas certezas. Más allá de la teoría y la vasta literatura científica en base a las primeras recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre el tiempo que pueden pasar los niños, niñas y adolescentes jugando con pantallas (2019) donde se pauta que nada de pantallas hasta los dos años y menos de una hora al día hasta los cinco. También, destaca que el uso excesivo de aparatos tecnológicos conlleva problemas de déficit de atención e hiperactividad, agresividad, obesidad infantil, castra la imaginación y creatividad, entre muchos otros. No he encontrado ningún estudio que no alerte del incremento de la adicción infantil, cada vez más temprana, a las pantallas.

Vamos hasta aquí nada nuevo. Lo que me preocupa es que en twitter, ya sé como es el canal del pajarito, se omite cualquier tipo de análisis de base sociocultural o económico. Y todo, en ambas posturas, exhorta a la responsabilidad individual de los padres, unos cuantos zascas y frases mr. wonderful. Mucha gente critica duramente a las familias que prestan (o peor compran) teléfonos a los pequeños de la casa para que se entretengan mientras se cena. Curiosamente, en muchos casos, es la misma gente la que se queja al camarero cuando en la mesa de al lado hay niñas jugando, charlando y moviéndose... Un consejo, si quieres cenar en silencio, quédate en casa.

Inocentemente me prometo que no le dejaré mi teléfono, mucho menos le compraré uno antes de la edad indicada y que me implicare en su crianza de forma positiva todos los días de su vida. Quizás lo consiga, o no. Lo relevante, lo trascendente, son las causas estructurales para que tal horror ocurra de forma generalizada en nuestras ciudades. Podemos criticar, pontificar y que nada cambie. En eso las izquierdas tenemos cierta experiencia.

Pero, si rascamos un poco, observaremos las demoledoras causas que clonan niños pantalla. Las ciudades han sido secuestradas (aunque se haya avanzado mucho los últimos años) por los coches y se han convertido en lugares de tránsito fugaz que expulsa a los niños de sus calles y los encierra en sus casas (cada vez más pequeñas y sin espacios abiertos).

Y nosotros no disponemos del tiempo de calidad para la crianza, cuidar y crecer en familia. Seguramente, tengamos varios trabajos para poder llegar a final de mes. O trabajamos más horas de las que indica nuestro contrato, si tenemos. O nos engañamos creyendo que somos grandes triunfadores porque tenemos reuniones importantes (a veces,lo serán) hasta las tantas de la noche y cuando llegamos a casa nuestra hija ya se ha dormido. O hemos cedido la crianza a las abuelas que, en la mayoría de casos, físicamente ya no pueden agacharse a montar los cubos de colores o jugar al escondite.

La realidad es que para muchas familias no hay tiempo ni espacio alternativo para las pantallas. Si lo queremos, habrá que hacer política. Más protección social, ampliar los permisos de crianza retribuidos, reducción de las jornadas laborales y edad de jubilación. Recuperar espacio público. Y transformar las ciudades de lugares de paso (o de visita) en espacios seguros y amables para convivir.

Y por último, una alianza generacional que derribe el adultocentrismo. Perder el miedo y los complejos para aprender a convivir, hablar, jugar y divertirnos. No como niños sino con los niños, niñas y adolescentes. Y es que la gente adulta también tenemos derecho a jugar y pasarlo bien.

Solamente entonces, cuando no sea un privilegio para unos pocos, tendrá sentido recuperar el debate vehementemente. Mientras tanto habrá que hacer más política, menos ruido y bajar a las calles.

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