Examinar
Ya sabemos que las noticias de portada van y vienen. Incluso parecen muy relevantes, y luego se olvidan.
Esta semana ocupa todos los espacios la EBAU, o como se llame en cada lugar. Un examen que determinará el futuro de nuestros adolescentes. Para que sean lo que quieran ser, lo que puedan ser, o lo que les dejen. Así, en tres días de nervios, de concentración, de trucos para aprobar, incluso de triquiñuelas (legales, por supuesto), miles de jóvenes estarán en el punto de mira de cualquier mirada. Se preparan para saltar la valla terrible de una nota que corta, que cercena. Tres días.
En los viejos tiempos existían las reválidas (cosas válidas que hay que revalidar) y la selectividad (con un mensaje exclusivo). Usted ha aprobado cuatro cursos de bachiller, nos decían, cuatro, con sus notas, con su profesorado, pero ahora vamos a comprobar si aprendió de verdad. Pero, ¿si me aprobó usted? Ya, pero por si acaso. Y después, al acabar el bachiller, otra reválida. ¿A ver si va a ser que usted no me enseñó bien y necesita comprobarlo tantas veces?
Ahora las cosas han evolucionado, con la fórmula de exámenes trascendentales a los que se les suman partes de la vida docente anterior. Cuidado con lo que hiciste antes, cuando eras casi un niño, porque todo importa y tiene consecuencias. Y seguimos necesitando comprobar si te aprobamos bien.
Todos estamos atrapados esos tres días. Los expertos dicen que no es razonable, los responsables que algo hay que hacer, las academias se frotan las manos, las bibliotecas aumentan los horarios, el profesorado apurado buscan recetas, el alumnado tiembla, y las familias ponen velitas según sus creencias. La urgencia de aprobar sustituye definitivamente al valor de aprender y el fin justifica los medios, tanto, que los medios se convierten en el fin. Nadie pregunta cuánto has aprendido, sino qué nota has sacado. Y, sobre todo, si te servirá para elegir aquello que no estás seguros de querer elegir.
Con la fatídica nota de corte, a modo de moderna espada de Damocles, un número importante de jóvenes no podrán acceder a su primera opción profesional. La segunda tampoco está mal, dirán; medalla de plata, o de bronce. Lo importante es participar, dirán. Y aparece toda una retahíla de argumentos para justificar nuestras carencias: una educación orientada al servicio de la nota que corta.
Luego todo se normaliza. Los desajustes personales se realojan en la vida, nos acostumbramos, si puedo buscaré una universidad privada, dice aquella. Y nada vuelve a ser noticia de portada.
Pero volverán al año que viene y, como si fuera el día de la marmota, volverán los nervios y las velitas al santoral de turno. Volverá el aprendizaje condicionado por la terrible nota que limita.
Yo creía que examinar era observar, analizar con cuidado, revisar, cambiar la mirada para ver mejor, sacar conclusiones. Todo eso para educar mejor al alumnado, que falta nos hace a todos y todas. Pero ahora, a pesar de los esfuerzos, solo es sinónimo de evaluar.
Perdemos significados.
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