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CV Opinión cintillo

La esperanza

8 de octubre de 2025 12:46 h

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Tal vez ha sido la vergüenza. Tal vez lo insoportable que es volver a ver cada día las imágenes de la impunidad. Tal vez han sido las muertes repetidas que han desbordado el vaso de nuestras conciencias. Tal vez la mecha que encendieron los más atrevidos. O todo junto. O muchas más razones que no caben en estas líneas, pero sí en las entrelíneas. Lo cierto es que las calles se han vuelto a llenar de sensibilidad, de miradas solidarias, de gritos multiplicados, de pancartas rojas, verdes, blancas y negras. Las calles se han hecho voz, han vuelto a ser un instrumento imprescindible para la democracia.

Los gobiernos puede ser que estén sujetos a leyes y acuerdos. Puede ser que tengan límites institucionales. Pero nosotros, la humilde ciudadanía, no los tenemos. Sospechamos que somos libres y estamos convencidos de que, además del voto, tenemos en nuestra mano el arma más poderosa: el grito unido en la calle. Junto a las pancartas en los balcones, a las consignas y el pin en la solapa, tenemos la unidad en el espacio público; el nuestro.

Y allí encontrarnos a los jóvenes. Esos que se sublevan por algo que va más allá de sus aulas, de sus programas docentes, de su edad. Por algo que sobrepasa sus conflictos cotidianos siempre presentes. Ellos y ellas, con toda la sociedad, se sienten dañados en algo mucho más profundo: la dignidad colectiva. En eso que supone acompañar al ser humano, sea de donde sea, esté donde esté. Y salen a la calle rompiendo el cliché mentiroso de que “solo les interesan sus pantallitas”. No necesitan consejos ni normas, no requieren raíles para caminar. Tienen su propia ley, una ley de convicciones, de ética sin contaminar, de música que conquista una y otra vez la libertad.

Porque la juventud no es sólo futuro, no es “ya os haréis mayores”. La juventud tiene un presente poderoso, imprescindible, esperanzador. Porque, ¿saben? la esperanza tampoco es futuro, es presente, se construye ahora y aquí, en la rebeldía ante lo impune, ante la sinrazón, más allá de acuerdos de paz trucados que solo se apoyan en el posibilismo y no en la justicia. Y es ahí, en esa solidaridad general, cuando aparece la política digna, la que marca el verdadero camino de la democracia. En las calles, con forma de movilización; en el mar, con forma de flotilla pequeña pero enorme.

Y ese día, cuando el pescador no piensa en su pesca, ni el carpintero en su sierra, ni la estudiante en sus exámenes, ni el profesor en sus programas. Cuando el albañil no piensa en sus ladrillos, ni la pintora en sus pinceles. Cuando la abogada no piensa en sus pleitos, ni el escritor en sus borradores. Ese día, en la calle, cuando todos y todas abren la mirada de par en par para ver más allá de cualquier horizonte, es cuando la sociedad se une y cada cual no piensa en sí mismo sino en ellos y ellas, en los últimos de la fila, en los masacrados, en los que no tienen casa, ni calle, ni lugar, ni siquiera un rincón, ni siquiera pan, ni siquiera llanto. 

Ese día, precisamente ese día, es cuando la humanidad recupera su razón de ser y todo tiene sentido. Entonces la Historia, con mayúscula, se escribe de otra manera.

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