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CV Opinión cintillo

Las guerras de nunca acabar

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No es la primera vez, y me temo que tampoco será la última, que tengo la ocasión de escribir sobre uno de los momentos más terribles a los que puede verse sometido el ser humano. Posiblemente, de los cuatro jinetes del Apocalipsis, sea este el mayor generador de dolor, sobre todo porque se convierte en el gran desencadenante del resto de consecuencias que en él se anuncian.

Contemplamos en directo cómo el hambre, algo que parecía propio de otro tiempo, de otro tipo de hombres, de otra estirpe, está presente. Asistimos a la triste realidad de un sufrimiento absolutamente inhumano que padecen miles de personas. Y lo peor es cuando comprendemos lo inútil, lo innecesario de ese dolor: no es un castigo divino que arrasa las cosechas y deja sin víveres. Es algo mucho más grave: la falta de alimentos es intencionada y forma parte de la escalada de violencia. No puede haber nada más humillante para el género humano que ver a niños en Gaza soportando la forma más brutal de este horror, provocado deliberadamente por quienes deciden causarlo y ponen todos los medios a su alcance para lograrlo. Horrible, sin ninguna duda.

El siguiente jinete identificado en la Biblia, la enfermedad, es la pertinaz compañera de las bombas: cada día deja tras de sí heridos, inválidos, discapacitados, personas que nunca volverán a ser como eran antes de que empezara la guerra. Y, finalmente, el cuarto jinete: la muerte. Miles de personas que tenían ante sí un proyecto de vida y de futuro han visto truncado todo por la misma insensatez, por decisiones que han convocado a los cuatro jinetes a lomos de guerras que, a veces, ni siquiera merecen tal nombre, porque el enemigo carece de capacidad para responder.

Son guerras que no acaban, que solo dejan dolor y desolación. Podríamos escribir sobre otros cuatro, o cuarenta, jinetes de un apocalipsis que no proviene de ningún ser superior, sino de la soberbia humana, de la voluntad arrogante de imponer por la fuerza un fin del mundo que, para muchos, ya ha llegado. Para ellos, el día después no existe; para otros, la vida será un infierno; y para el resto de la humanidad, nada volverá a ser igual. Hemos sido testigos del terror institucionalizado, hemos contemplado, sin impedirlo, cómo el abuso de poder ha degradado al ser humano.

Y así, mientras los jinetes cabalgan bajo cielos enrojecidos por el fuego y el polvo, sabemos que no se detendrán solos. La historia seguirá escribiéndose con sangre hasta que alguien, en algún lugar, encuentre el valor de romper las riendas y hacerlos caer. Solo entonces el silencio volverá a ser paz y no antesala de otro trueno.

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