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¿Quo vadis, Pedro?

Xavier Latorre

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Estamos ante una ocasión única: queda muy poco para disfrutar de la última gran oferta electoral del PSOE. ¡Aproveche su oportunidad! El candidato precario a presidente por ese partido tiene fecha de caducidad, marcada por sus propios compañeros de travesía, que le harán pagar caro si se deja adelantar en la curva 26, la más fatídica para la escudería socialista. Hay que disfrutar de estos últimos días de apogeo socialista. Como las fugas electorales a chorro le supuran por la izquierda les oiremos reivindicar a la gente humilde, trabajadora y machacada de este país y les oiremos renegar del PP (y puede que de Ciudadanos). ¿Liquidación de existencias? Nadie en España apuesta en un Madrid-Barça por el empate. O Rajoy, o Iglesias. Las medias tintas, la ambigüedad, las anunciadas tibias reformas a leyes infumables promulgadas por el PP les han abocado a perder su privilegiada posición en la parrilla de salida.

Están gafados: todo lo que digan ahora les hace perder votos. La defensa de sus propuestas les parece a sus clientes tradicionales impostada, oportunista. Hasta Rajoy les pone en evidencia, y no digamos el se equivocan de adversario de Pablo Iglesias que les hace tambalear en las encuestas. El voto útil hoy para darle en los morros al PP es el de Podemos, y viceversa. El autobús electoral del PSOE se despeña cuesta abajo. Cuanto más dure la campaña, peor. Hable quien hable, todo se traduce en deserciones masivas de electores. Lo mejor sería, quizá, estarse calladitos, mandar a Sánchez de vacaciones, con Felipe y algún notable barón, a un balneario, hasta que pase el temporal y puedan salvar algunos muebles, aunque no sean de IKEA.

Dicen que hay ocho millones de indecisos. ¡Pobre PSOE! Muy pocos de esa bolsa de vacilantes electores se van a apiadar de ellos. La gente quiere blanco o negro. Nadie tiene la certeza de que los diputados socialistas no vayan luego a caer del lado del PP o del de Podemos, y eso les penaliza. Los indecisos no quieren perpetuar la incertidumbre política. Las clases medias han sufrido un ataque descomunal, y sus huestes han sido diezmadas; así como los votos de los que decían representarlas. El PSOE está de capa caída. Le pasó al británico Blair (el de la foto de las Azores), al germano Schöder (que trabaja a las órdenes de Putin en una empresa de gas). O como le puede pasar a Hollande, si se empecina en revolucionar a media Francia. Peor le fue a Papandreu, de la dinastía socialista helena, que ha quedado reducida a ruinas o a Craxi, en Italia, que huyó por piernas a Túnez. Aquí no somos tan desagradecidos y les vamos a dar un tiempo de gracia.

Pedro Sánchez es un mar de contradicciones. Un día se despertó y le hizo un epitafio a Botín como si se tratara de un pariente próximo; otro, hace muy poco, en Vigo, se zampó unas lentejas a lo pobre en un comedor social, rodeado de indigentes. Igual se presenta con su mujer en un escenario adornado con una bandera gigante de España, que parecía bordada por Bono en los ratos libres que le deja la escritura de los tomos de su insulsa biografía; que aparece en Catalunya, rodeado de banderas cuatribarradas, junto a políticos suyos en peligro de extinción. El aspirante socialista al trono de la Moncloa, que pretende apropiarse del legado de Suárez, puede prometer y promete que se contradecirá tantas veces, que podrá votarle todo el mundo o nadie, según le parezca al cuerpo electoral.

Este candidato puede posar escalando una montaña, cocinando una tortilla gigantesca, contestando un cuestionario de la prensa rosa, o pilotando un bólido, que, por cierto, se ha quedado sin combustible ideológico a mitad carrera. El día 27, Sánchez puede optar por ser el vicepresidente de Rajoy, o su ministro de Exteriores, y conservar el liderazgo de su partido. ¡Allá él! Sin embargo, los capataces de su escudería podrán prescindir de este efímero piloto en cuanto se les antoje. Su carrera política saltará por los aires dentro de nada, o dentro de una breve legislatura. ¡Pobre chaval!

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