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Más vale perder, que más perder

José V. Egea

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En una vida anterior, en la eventualidad de decidir sobre si adoptar, o no, acciones correctoras de decisiones anteriores que se habían demostrado desacertadas, mi responsable financiero siempre me decía que “más vale perder, que más perder.” Viene esto a cuento de algo que está pasando delante de nuestras narices, para lo que el aforismo viene que ni pintado, y que no es otro que la nueva batalla de València: el proyecto de la nueva ampliación del Puerto. Para no cansar al personal no entraré a relacionar los daños ya sufridos como consecuencia de la ampliación anterior, y me centraré en los aspectos más discutibles del proyecto actual, empezando por el punto de partida: Un proyecto de ampliación diseñado en los años de “vino y rosas” del desarrollo sin límites, y previo a la crisis en que llevamos inmersos doce años. Y si el tiempo transcurrido no lo ha hecho en vano, no sería razonable ignorar sus consecuencias en este proyecto, salvo que nos empeñemos en que los árboles nos impidan ver el bosque.

La primera consecuencia la situaré en el nivel sociopolítico de la economía global, porque afecta a causas por encima de la capacidad de decisión, no ya de las empresas interesadas en el proyecto, sino incluso de las decisiones que pueda adoptar un gobierno regional o estatal: Trump, que será lo que sea, pero no tonto, ha visto el peligro que China representa para su gente, y ha marcado el camino para una tercera guerra mundial, comercial esta vez, pero con consecuencias claras en la reducción de las importaciones desde el Extremo Oriente. Habrá que ver lo que tarda una UE en crisis profunda, como muestra la actual guerra por el Presupuesto, en aplicar medidas similares, a pesar de las resistencias de unas Alemania y Francia que son claras beneficiarias por ser exportadoras de artículos de lujo. Además, el incremento de las exigencias de los trabajadores chinos está empujando los costes hacia arriba; y hay empresarios en Europa que han comenzado a recuperar parte de su producción porque no les sale a cuenta traerla de allí. Y, para acabar de arreglarlo, el la crisis del coronavirus está dejando sin suministro a muchas empresas que hasta ahora habían confiado a ciegas en la fiabilidad de China como proveedor. Por todo ello, pretender que la explosiva combinación de estos tres factores no va a representar a medio plazo, ya no al inmediato que está siendo tremendo, una disminución, del número de megaportacontenedores que lleguen a los puertos europeos, es creer en milagros; o pretender hacernos creer en ellos. En linea con lo anterior, la disposición a renunciar a uno de los argumentos más potentes para justificar la ampliación, el del incremento del calado para permitir la llegada de monstruos de medio Km de largo, y así mantenerse competitivos con Tánger y Barcelona, muestra la inconsistencia de la justificación, máxime cuando el bálsamo de Fierabrás de mentar la competencia de Barcelona, tan querido por algunos políticos además de por los promotores, se ha caído tras la renuncia de los catalanes a cualquier tipo de ampliación, tanto por no estar justificada, como por motivos ecológicos.

Esto último me da pie a hablar de la segunda consecuencia del paso del tiempo: no es coherente seguir ignorando que nuestra sociedad no puede, salvo que nos importe un comino nuestro futuro y el de nuestros descendientes, continuar consumiendo sin control unos recursos no renovables, como el petróleo y otros combustibles fósiles; o seguir comprando cada semana una nueva prenda de vestir, sólo porque es muy barata al venir de China. Se me podrá argumentar con aquello del Tenorio de “cuan largo me lo fiáis”; pero, si nadie podía hace doce años imaginar la gravedad de los desastres ecológicos con los que nos estamos enfrentado hoy, ¿qué no podrá suceder en los años que deben transcurrir desde hoy hasta terminar la planeada ampliación? Sería terrible que acabáramos enterrando miles de millones de Euros de los nuestros, los que necesitamos para el túnel pasante y otras obras fundamentales para los ciudadanos, en una obra faraónica más innecesaria que las propias pirámides.

Acabaré dirigiéndome a a los políticos, a quienes les recuerdo su obligación de servir a la mayoría de la sociedad, y a quienes les pido que no se escondan en actitudes salomónicas. Asumo, faltaría más, que todo lo dicho aquí puede ser rebatido si hay argumentos objetivos, tanto de tipo sociopolítico, como económico (datos estadísticos y proyecciones de futuro), y científico sobre la realidad y las tendencias en materia de medio ambiente. Y su obligación de recabar todos los datos posibles antes de permitir un hecho consumado. Ante el miedo humano de que esto les pueda pasar factura personal, no les vendría mal tener cerca a alguien que les recordara aquello del esclavo al Cónsul romano victorioso, de “memento morí”; y como decía mi colega, que vale más perder, que más perder.

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