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Melancolía

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Tengo la impresión de que los actos estrella de los dos grandes partidos: el Congreso Nacional de PP, y el Comité Federal del PSOE del pasado fin de semana, han tenido efectos opuestos entre los ciudadanos en función de sus respectivas ideologías. Por resumirlo: una euforia impostada entre quienes ven la solución a su problemática vital en un inmediato gobierno que reduzca sus impuestos; y un sentimiento de melancolía entre la gente que cree que solamente una política clara de redistribución de la riqueza puede hacer llegar los beneficios del Estado de Bienestar al mayor número posible de conciudadanos. No voy a tratar de cuestionar aquí a quienes, con salarios de miseria para como está el coste de la vida, llenan contentos las urnas de votos de aquellos que en cuanto pueden les recortan prestaciones y les abocan a contratar caros servicios privados. Trataré, en cambio, de analizar el problema que nos afecta a los segundos.

Melancolía es, según la RAE, una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas y morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión por nada. Y, me temo que, al margen del ruido que ha generado el circo de tres pistas de IFEMA, donde se han ido sucediendo los imitadores de David Copperfield, empeñados con la mayor desfachatez en hacer desaparecer todos los casos de corrupción y de desgobierno de un partido que incluso fue condenado penalmente en su día, lo que nos ha quedado a muchos después del Comité Federal del PSOE es una gran sensación de pesimismo.

Porque no hace falta haber estudiado sociología para anticipar que si ya antes del sábado pasado había una general coincidencia en las encuestas de todos los colores sobre una victoria aplastante de las derechas en unas futuras elecciones generales, eso sí sumando los escaños de PP y de VOX, la cosa no habrá mejorado ahora para las izquierdas. Y la razón es la que ya he expuesto: euforia pepera, y melancolía socialista ante la ausencia de medidas drásticas dirigidas a recuperar la moral de la progresía (perdón por el palabro). Porque no es con los votos de los militantes como se ganan unas elecciones; sino recuperando a quienes, sin tener el carnet del partido, han perdido la fe en unas siglas y en consecuencia han bajado los brazos.

Uno podrá estar más o menos de acuerdo con la línea de acción que ha diseñado el Secretario General basada en su Manual de Resistencia, dirigida a alargar la legislatura todo lo que los socios y aliados le permitan, pero de nada sirve discutirla ahora. Pero esto no es obstáculo para dudar de que, sin otra propuesta que resistir el asedio, las expectativas vayan a mejorar en los dos años que, como máximo, quedan hasta las próximas elecciones. Y la intención de este artículo es la de aportar modestamente propuestas que puedan ayudar a la recuperación de la citada moral como paso previo a la revitalización del voto perdido.

Si, como los datos evidencian, la sociedad está dividida prácticamente al 50% entre quienes siempre votarán a la derecha, indistintamente a una de ambas; y quienes se inclinan por el voto a las izquierdas y al independentismo, no es creíble lo que reflejan las encuestas; y tampoco es esperable que en lo inmediato pueda haber un trasvase de uno al otro bloque. En otras palabras, la debacle que en mi opinión pronostican los datos es debida a un importante aumento de la abstención de votantes del PSOE, unos votos que solo anecdóticamente puedan irse a partidos más a la izquierda, y mucho menos que crucen la línea para votar a las derechas, y en ambos casos sin efectos perceptibles en el número de escaños.

Si esto es así, y no me cabe duda de que la dirección del partido dispone de datos al respecto; la siguiente cuestión es definir qué grupos sociales están engrosando mayoritariamente la cifra de abstencionistas. Personalmente, yo juraría que la mayoría la componen mujeres y jóvenes: ellas por la ausencia de una política feminista que, más allá de las proclamas de UP, se dirija a protegerlas efectivamente en su seguridad, a facilitarles la conciliación entre cuidados y trabajo fuera del hogar, y a garantizar que la igualdad no sea solo un slogan de campaña electoral; y ellas y ellos ante la ausencia de una acción contundente dirigida a facilitar las condiciones de acceso a la vivienda.

Entiendo que existen limitaciones, tanto presupuestarias como competenciales y de apoyo parlamentario para afrontar estas dos problemáticas, y que la falta de lealtad institucional allí donde gobiernan las derechas no ayuda a resolver estos problemas, como se ha demostrado con el rechazo de las CCAA gobernadas por el PP a la propuesta de inversión combinada en vivienda que hizo el gobierno hace unas semanas. Pero es hora de evitar la dispersión en proyectos de efecto retardado, y aplicar aquello que en marketing se llama la “única propuesta de venta”, que consiste en concentrar toda la artillería en uno o dos objetivos que nos diferencien visiblemente del adversari , y que sean capaces de movilizar una masa de desencantados suficiente para equilibrar las perspectivas electorales.

Entiendo que es una tarea titánica, que además requerirá centrarse en defenderla en un Congreso y un Senado donde la oposición tratará de llevar sistemáticamente los debates al terreno de la descalificación y del insulto. Precisamente, por este motivo es necesario negociar para conseguir que los socios, e incluso los demás partidos, apoyen al gobierno en esta misión.

Y, una última recomendación: hay que trabajar desde las sedes locales de los partidos para movilizar a la ciudadanía, que debería salir a las calles para demostrar que todavía hay partido, y que este hay que ganarlo, o lo pagaremos muy caro.

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