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No te cortes: vota a otro Zaplana

Xavier Latorre

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Dicen que Telefónica una vez fue de todos, como Hacienda. Luego de Aznar y su fiebre privatizadora ahora es de alguien, seguro. Su expresidente, César Alierta, quedó salpicado en un presunto caso de enriquecimiento súbito (llamémosle sin eufemismos a las cosas de comer) cuando estaba en Tabacalera. Luego el hombre, para lograr emparentarse socialmente con el poder, decidió cobijar como altos directivos al cuñado del rey, Iñaki Undargarín (para supervisar, no se rían, por favor, el mercado latinoamericano), y a Eduardo Zaplana (para expandirse, ¡lo que hay que ver!, por la vieja Europa). Dos reos de cuidado.

Alierta es de la generación de tiburones que dura y dura, como el inefable Francisco González, del BBVA, desaparecido también de los consejos de administración antes de explosionar la bomba Villarejo que llevaba adosada al pecho. Este hombre había sido investido rey de la banca desde los remotos tiempos de Aznar, el patriarca de la dinastía de presidentes del PP, incluido el actual Pablo Casado. Carlos Menem, en Argentina, copió el chollo de las privatizaciones masivas y ahora allá no tienen ni empresas públicas estratégicas ni ahorros ni nada de nada; Uruguay, sí; que se sepa. Lo grave del señor Alierta, retirado hace tres años, es que no haya salido en este tiempo a la palestra en algún programa de la televisión de pago para pedir, qué menos, perdón a todos y para decirnos a los españoles que pagamos religiosamente el recibo que nos libra mensualmente Movistar que no lo volverá hacer más. El monarca emérito Juan Carlos I creó escuela con las excusas; es muy sencillo imitarle. Un poquito de arrepentimiento postrero, señor Alierta, nos vendría bien a todos, incluidos los inversores de la que fue “su” compañía. Al menos su sucesor podría abrir una línea telefónica gratuita para desahogarnos. “Si quiere denunciar algún chanchullo relacionado con nosotros marque el uno o diga sí”.

Y si Undargarín y Zaplana fueron de la mano en Telefónica, el expresidente de nuestra Generalitat recorrió en otros menesteres sustanciosos el mismo camino que Oriol Pujol. Ambos privatizaron las ITV, un negocio redondo, rentable y sencillo de administrar, para concederles un favor a unas empresas amigas de sus familias. Luego todos esos ingresos extras y otros más, subrepticios todos ellos, ese inmenso caudal de dinero negro, lo llevaban ambos, o a base de “mulas” que hacían de testaferros, hasta Andorra donde se cobijaban bajo un manto de nieve blanca y pura. Los Pujol de toda la vida, con los Zaplana de toda la vida, con los Aznar de toda la vida, con los Cotino de toda la vida, hacían sus pelotazos al descubierto desde sus respectivos castillos inexpugnables votados por todos los primos secundarios y figurantes de esa larga serie por capítulos, todavía no emitida, en un canal de pago. Y mientras España entera se apiadaba de un Eduardo Zaplana, gravemente enfermo, él desde el hospital apañó algunos flecos contables; la policía incautó las voces de esas confabulaciones financieras.

Las últimas noticias, como las que dan cuenta Sergi Pitarch o Adolf Beltrán en eldiario.es/cv nos deben poner en alerta máxima: ¿cómo pueden obtener impunemente nuestros votos con la misma pasmosa facilidad con la que se apoderaron de nuestros ahorros?, ¿cómo pueden levantar adhesiones de camioneros, parados, barrenderos o camareros que jamás se han asomado a las tablas del IBEX 35?, ¿cómo pueden distraer a la ligera a los inminentes electores y desviarles la atención con otros problemas ajenos y distantes, al menos a unos 300 y pico kilómetros de distancia en Barcelona o en el otro lado del charco donde habita Maduro y su corte?

Cuando vayan a aparcar su voto en el carril derecho piense en los Zaplana, Pujol, Cotino, Aznar, el del BBVA, el comisario Villarejo, el expresidente de la comunidad de Madrid –otro González de la saga-, el de Telefónica, Urdangarin, la mujer de Aznar -la que vendía al por mayor pisos sociales- o en el propio Felipe González, otro que tal. Y si, su indignación le desborda, llame al teléfono de los desagravios y dígale a la teleoperadora que está harto de tanto manejo y componenda. A lo mejor debe cambiar de compañía o de voto. Seguro que le derivan al departamento de averías: su conciencia política no da más de sí; padece usted de una ingenuidad congénita y de un candor alarmante.

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