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Opinión

La crisis en la frontera con Bielorrusia es el resultado de tratar a las personas como si fueran armas

La frontera entre Polonia y Bielorrusia, en el paso de Bruzgi-Kuznica Bialostocka, la semana pasada.

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Las gélidas temperaturas y la falta de ayuda humanitaria en la frontera entre Bielorrusia y Polonia han provocado en las últimas semanas al menos 13 muertes, entre ellas la de un niño sirio de un año. Decenas de personas han denunciado heridas, robos y abusos por parte de las autoridades. Hemos sido testigos de otra catástrofe humanitaria a las puertas de la Unión Europea.

Además de dirigir sus gases lacrimógenos y cañones de agua contra los solicitantes de asilo, Polonia respondió llevando a 20.000 policías fronterizos a la zona, reforzando las vallas y bloqueando el acceso a periodistas y organizaciones de ayuda humanitaria. 

Es comprensible que Polonia haya sentido la necesidad de responder ante la atroz utilización de refugiados y migrantes impulsada por Alexander Lukashenko. Con el objetivo deliberado de crear una crisis fronteriza, el presidente bielorruso los ha atraído durante semanas desde Oriente Medio para usarlos como peones en su juego político. Pero la respuesta militarizada de Polonia es desproporcionada y, según la ONU, una violación de los principios del derecho humanitario y de asilo.

Bielorrusia anunció este jueves que los campamentos de migrantes construidos apresuradamente en su frontera con Polonia habían sido despejados, en una señal de que Minsk busca ahora desactivar la crisis política desatada con su país vecino y la Unión Europea.

Si bien las acciones de Lukashenko son atroces, la responsabilidad última de esta crisis recae en la serie de acuerdos miopes y transaccionales que se han firmado en los últimos años con los países vecinos de la Unión Europea.

El miedo de la UE

Además de las tropas polacas y de un número de soldados británicos, esta última escalada en el conflicto involucra sanciones de la Unión Europea (UE) contra Bielorrusia así como una fuerte condena de la OTAN y de los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero su verdadera raíz reside en el miedo a la migración que ha dominado la política de la UE desde 2015. 

“Disuadir a cualquier precio” ha sido el dogma de la política migratoria desde el referéndum por el Brexit. Entre las prácticas de devolución ilegal en las fronteras ha habido detenciones irregulares, remolques de migrantes hasta aguas no europeas en las mismas embarcaciones en las que habían llegado y agrupamientos en tierra de refugiados que luego eran devueltos al mar.

El Gobierno polaco lleva mucho tiempo aplicando un estricto programa de inmigración. Con el cierre de sus fronteras ha llegado a incumplir la legislación de la UE resistiéndose a quienes exigen un trato humano para los solicitantes de asilo.

Usar migrantes como armas

Polonia no es un caso excepcional. Las divisiones internas de la Unión Europea aumentan y la posibilidad de un plan para acoger a los refugiados parece cada vez más lejos. Ceder la responsabilidad de la gestión migratoria a países de fuera de la UE, a través de acuerdos migratorios, se ha convertido en la solución para los Estados miembros.

Para garantizar que Turquía frenase la llegada de refugiados a las islas griegas, en virtud del acuerdo firmado en 2016 entre Ankara y la UE, los Estados miembro hicieron la vista gorda ante las violaciones de los derechos humanos por parte del Gobierno de Recep Tayyip Erdoğan. Al pagar al presidente turco para que “mantuviera alejados a los migrantes”, la UE convirtió a los refugiados en moneda de cambio de su política exterior.

Se pueden encontrar acuerdos similares a lo largo de toda la frontera de Europa. En Libia, la UE apoyó a los guardacostas para que interceptaran en el mar a los solicitantes de asilo y los devolvieran a centros de detención en los que eran víctimas de abusos físicos y sexuales

Marruecos es otro de los socios de la UE en el control de la migración desde países de África. Los sucesos de esta primavera en la ciudad costera de Ceuta siguieron el mismo patrón: usar a los migrantes para conseguir ventajas políticas.

Después de que España permitiera el tratamiento por COVID-19 del líder del Frente Polisario del Sáhara Occidental, Marruecos permitió la entrada de migrantes a través de su frontera. Entre ellos, 2.000 menores no acompañados. Las imágenes del bebé de pocos meses rescatado por la Guardia Civil, o las de los menores nadando hasta la orilla con botellas de plástico como flotadores, son un crudo recordatorio de cuáles son las verdaderas víctimas del miedo europeo a la migración.

Retórica militar

No es solo el enfoque transaccional de las políticas migratorias europeas. Estos enfrentamientos recurrentes también tienen su explicación en el lenguaje utilizado. Los refugiados y los migrantes suelen presentarse como una amenaza para la seguridad nacional por partidos políticos de todos los Estados miembro.

En Grecia, Polonia y Turquía los medios de comunicación usan la retórica de la “guerra” para referirse a las fronteras. También Bruselas ha adoptado un lenguaje militarizado. Cuando ocurrieron los incidentes en la frontera de Bielorrusia, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, prometió en verano luchar contra lo que ella llamaba “un ataque híbrido para desestabilizar Europa”.

Hablar de los refugiados como si fueran armas es una forma de desviar la atención del asunto verdaderamente importante, que es la protección de los derechos de las personas atrapadas en las fronteras y de su integridad.

Que la UE haya externalizado el control de sus fronteras no justifica la estrategia deliberada de crear una crisis humanitaria patrocinada por el régimen bielorruso. Pero debería alertar a los líderes de la UE sobre los peligros de usar a seres humanos como elementos de una negociación.

Firmar dudosos acuerdos migratorios y repetir mensajes contra los migrantes no solo son formas de atentar contra el derecho de asilo. También implica socavar unos fundamentos del proyecto europeo que tal vez sea necesario recordar: promover la paz, los derechos humanos y la dignidad; y ofrecer libertad, seguridad y justicia sin fronteras internas.

Países como Bielorrusia, Marruecos y Turquía seguirán explotando el miedo europeo a la migración mientras los Estados miembro sigan sin respetar las leyes de asilo y mantengan un trato hostil y violento contra los refugiados. La UE ha creado su propio talón de Aquiles y son seres humanos los que lo están pagando.

Anna Iasmi Vallianatou es investigadora del Programa Europa en el centro de estudios británico Chatham House.

(Este artículo ha sido actualizado por elDiario.es para reflejar la última información disponible sobre la situación de la frontera).

Traducción por Francisco de Zárate.

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