“El 'Arriba España' se le ocurrió a Rafael Sánchez Mazas como traducción del 'Gora Euzkadi' en euskera”
El 18 de julio de 1936, en Vitoria, el militar de alta graduación Camilo Alonso Vega lideró la sublevación desde los cuarteles de la zona de Flandes e hizo que la capital vasca fuera la primera ciudad de España conquistada por los golpistas que luego lideraría su amigo y vecino ferrolano Francisco Franco. El 18 de julio de 2025, en la misma zona, reconvertida ya desde hace tiempo en campus universitario, los historiadores Fernando Molina y Xosé Manoel Núñez Seixas han analizado el papel que jugó “lo vasco” -el euskera, la cultura, la identidad o el folclore- durante la Guerra Civil y la dictadura. El segundo, profesor gallego, ha resumido la disquisición con un ejemplo sobre el gran grito de exaltación del régimen: “El 'Arriba España' parece que se le ocurrió a Rafael Sánchez Mazas [bilbaíno y con calle allí hasta hace pocos años] como traducción del 'Gora Euzkadi' en euskera”.
El coloquio, moderado por Sara Hidalgo dentro del simposio anual del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la EHU, ha girado en torno a la dualidad de la “represión” de la lengua vasca y su borrado de la vida pública y, a la vez, la apropiación por parte del régimen de elementos de la identidad vasca para hacerlos pasar por valores genuinos de la nueva españolidad. Ha sobrevolado también el hecho de que, en aquella época, en “lo vasco” había espacio para lo navarro e incluso para los territorios de Francia.
Núñez Seixas, que ha recordado una anécdota del ministro franquista Manuel Fraga -luego fundador del PP- acompañado de libros en euskera en un evento en el extranjero, ha afirmado que el franquismo tiraba del “folclore” y del “localismo trivial”, peculiaridades siempre “al servicio de la nación franquista”, muy influida de inicio por el fascismo italiano y el nazismo alemán. Ha apuntado que, de hecho, para determinado sector que apoyaba la dictadura la región era un espacio más natural que la provincia, por ser ésta una concepción liberal del siglo XIX. Ha dado ejemplos claros de que también Adolf Hitler se valió de esos “localismos” para su concepto de sociedad.
Ha señalado que era bastante corriente que en los certámenes de bailes y danzas hubiera incluso “grupos de Albacete cantando zortzikos”. Y ha mostrado el ejemplo de un evento en 1937 en la España conquistada en el que había representantes de todos los territorios ya bajo control franquista. La de Gipuzkoa era “Manolita Pagadizabal”, una “cashera” que hablaba en “vascuence”. Sin embargo, Núñez Seixas ha concluido que con el paso de los años la dictadura terminó abrazando las “españoladas” en su búsqueda de la “españolidad” a pesar del aparente “odio” del falangismo genuino del “flamenco de tablao”.
Molina, a su lado, ha señalado que no se puede negar la “violencia institucional” sobre la lengua vasca, una “represión clara, brutal y orquestada”. Se hacía porque “el euskera era un bien cultural potencialmente instrumentalizable por aquello que se llamaba separatismo”. Los niños euskaldunes en la escuela recibían “palizas y humillaciones” si empleaban ese idioma. Sin embargo, el historiador ha aportado dos matices. Uno: “Lo que se produjo en el País Vasco español se produjo en el País Vasco francés de una manera pretendidamente ordenada y democrática”. Y, dos: esa misma represión la sufrieron en la escuela y en otros espacios otros derrotados en la Guerra Civil en todo el territorio, incluidas las ejecuciones extrajudiciales.
El nacionalismo español no era mayoritario entre los franquistas vascos, lo que daba vías de escape a “lo vasco”, según Molina, que es profesor de la EHU. Entiende que el hecho de que el nacionalismo vasco fuese esencialmente católico hacía que existiera un humus cultural compartido con parte del franquismo sociológico. Así, “el uso del euskera fue relativamente común en celebraciones religiosas en los años 1940, 1950 ó 1960”, según ha expuesto. Citando una anécota del fallecido Mario Onaindia, ha contado que “los hijos de los guardiaciviles destinados en Lekeitio hablaban en euskera y jugaban con los otros niños en euskera” en plena dictadura.
Después, ha puesto ejemplos de situaciones de uso de “lo vasco” por parte del régimen. Ha citado a José María de Areilza, primer alcalde de Bilbao tras la conquista y ministro en la Transición, que reimpulsó Euskaltzaindia (Real Academia de la Lengua Vasca) en 1941, que la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País editaba ya en 1947 “un suplemento en euskera” o la recuperación de la figura de Joxemiel Barandiaran con su regreso en 1953 “a tierras vascoespañolas”.
“La cultura vasca católica fue una de las terapias de la nación enferma”, ha llegado a sentenciar, poniendo el énfasis en la obsesión franquista por la “contaminación” de las ciudades y áreas industriales por las ideologías “rojas”. Las guías de viaje -ha contado- dibujaban una especie de “parque jurásico” en las tierras vascas con “fósiles vivientes” de un 'modus vivendi' no contaminada por las veleidades modernas.
Y eso se llevó a la “cultura popular”. Ha hablado del cómic 'Pacho Dinamita', editado en Madrid. Era un fornido y piadoso boxeador de Asteasu y que “hablaba euskera de forma natural” mientras “noqueaba” a negros o comunistas. Tenía un parecido indisimulado con Paulino Uzcudun, de Errezil y requeté. También ha aludido a una película de Joselito en 1964 cantando en euskera en una romería vasca tradicional. Y a otra de Sara Montiel descartando pretendientes para quedarse con un pelotari “honrado” y muy vasco. Ha deslizado que también el Athletic y su filosofía de jugar exclusivamente con jugadores locales -que se mantiene en la actualidad con matices- formó parte de aquel imaginario.
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