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“Existe una gran pereza intelectual que prefiere que otros le digan qué pensar”

Ángel Lafuente.

Eduardo Azumendi

“La palabra hablada es como una fina lluvia que cae y que necesita tiempo para ser absorbida por la tierra” ha explicado Ángel Lafuente, profesor del Instituto de Técnicas Verbales en el curso ‘Hablar siempre con eficacia: en público, en privado, en radio y en televisión’, dentro del marco de los cursos de verano de la Universidad del País Vasco.

Según Lafuente, “la sociedad está montada para que nos hundamos en la miseria y nos sintamos inseguros y vulnerables. Tomar la palabra nos ayuda a fortalecer nuestra personalidad y a empoderarnos frente a aquellos a los que les interesa que nos callemos”.

“Para comunicar bien”, añade, “debemos llegar al corazón. Un mensaje sale del cerebro del emisor a su corazón y llega al corazón del receptor para, finalmente, acabar en el cerebro del receptor”. A su vez, Ángel Lafuente ha reivindicado la necesidad de desvincularse de toda doctrina impuesta por la sociedad. “De entrada no debemos aceptar nada de nadie. No debemos agarrarnos a ninguna verdad impuesta. Debemos colocarnos siempre nosotros primero. El que crea que hemos llegado a la verdad definitiva es un talibán”.

“El poder tiene miedo del libre pensamiento y existe una gran pereza intelectual que prefiere que otros le digan qué pensar, qué hacer, siempre en función de la opinión de los demás. Así nos ha ido”. En este sentido, el profesor ha criticado la importancia que se le da a la libertad de expresión en relación con la indiferencia que supone la libertad de pensamiento y el pensamiento crítico. “El pensamiento crítico debe ser, junto con ciertos criterios, la base a partir del cual interpretar el mundo que nos rodea”.

Entre las “reglas de oro” que hay que tener en cuenta a la hora de comunicar, la primera, según Lafuente, es no decir nunca la frase antes que la idea “pues el pensamiento siempre debe ir antes que la palabra”. La segunda es no interrumpir una frase propia porque las frases incompletas no comunican nada y confunden. La tercera regla es construir frases breves que se puedan comprender fácilmente. La cuarta, tener una mirada interpelante para que los que te escuchen se den cuenta de que les estás escuchando.

Y finalmente, se encuentra el factor de la velocidad adecuada al contexto en el que se desarrolla el proceso comunicativo. “Muchas veces pensamos que por hablar más rápido nuestra intervención se desarrollará mejor. Eso es un error, porque la mayor parte de las veces hablar rápido equivale a no vocalizar lo suficiente, lo que dificulta la comprensión de lo que decimos. Por lo tanto, es mejor tomarnos nuestro tiempo para saborear cada palabra, incluso exagerar la forma en la que hablamos para después hablar mejor en nuestro día a día”.

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