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Historia Madrid
De hierbas, agua y leyendas: ¿cuál es el origen del topónimo Atocha?

Postal de la Estación de Atocha, hacia el año 1900

Luis de la Cruz

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“La virgen de Atocha ya era mujer”. Esta frase pronunciada por Isabel Díaz Ayuso a propósito del cambio de nombre de la estación de Cercanías y AVE por Atocha Almudena Grandes ha puesto el foco sobre un término muy madrileño, pero del que la mayoría de habitantes de esta ciudad no tienen claro su origen y las referencias históricas tampoco definen con exactitud.

“El prado de Atocha esté adehesado desde la fuente del Manzano, donde se unen los arroyos de los valles, desde allí hacia abajo hasta donde terminan los huertos, como lo delimitaron los expertos del concejo. Y otro ganado que allí entrare, pague una cuarta por cabeza; y sea siempre destinado por fuero para la obra de la muralla. Y si el dueño del ganado se resistiere a la toma de prendas, pague un maravedí a los fiadores; y el que allí lo tomare, reciba la mitad de esta multa. Y esto pruébese con testigos; y si no, preste su juramento y devuélvanle su ganado”.

El párrafo anterior está sacado del Fuero de Madrid, el conjunto de normas para administrar la vida local de la Villa que data de 1202, en el que aparece el prado de Atocha. En realidad, se trata de una traducción de Javier Alvarado Planas y Gonzalo Oliva Manso, pues el texto original está escrito en un dialecto mozárabe de origen toledano difícil de entender hoy en día (en el que prado de Atocha es Prato de Thoia).

Los límites del prado en aquellos momentos no son precisos, pero tiempo después se entendía que estaba ubicado aproximadamente entre el camino que llevaba este nombre (la calle de Atocha), el convento de dominicos de Nuestra Señora de Atocha (que está en la calle Julián Gayarre) y el cerro de San Blas (donde está el Observatorio Astronómico, en El Retiro).

En el Fuero no aparece una descripción precisa de Madrid, pero sí encontramos algunos topónimos de su alfoz, como este u otros que se reservan como dehesas y abrevaderos comunales del concejo para el ganado de la villa. De esta forma, Atocha aparece en este código primigenio a través de su regulación. Su mal uso conllevaba multas que iban destinadas a las obras de la muralla y quien introdujera ganado en las tierras del concejo sin autorización debía preparar los maravedíes. El arrendamiento de tierras del prado también derivaba en ingresos para el concejo.

Que el topónimo es viejo, uno de los de más raigambre de nuestra ciudad, es claro. Pero, ¿de dónde viene Atocha? Esto, ya, es un poco más discutido. Una de las teorías más plausibles es que provenga de atochar, campo de esparto, lo que cuadra bien con el cariz rural del espacio al que se refiere el Fuero. La etimología, según muchos, vendría del mozárabe taucha, que a su vez tendría un antecedente prerromano en taucia o tautia.

Pero casi no hay historia del viejo Madrid que no tenga su versión piadosa: las relacionadas con la devoción a la Virgen de tal nombre. De Jerónimo de Quintana proviene una explicación etimológica muy dudosa al respecto: la denominación vendría del nombre griego Theotoca, que significa Madre de Dios, que se mandó dar a la Virgen en el Concilio de Éfeso, y de allí se pudo formar el nombre Atocha. Según el historiador del XVII, el propio San Pedro habría traído la imagen de dicha Virgen a la Península. Una derivación de este origen foráneo de la imagen lleva su etimología a la procedencia: Antiochia (Antioquía), cuya deformación daría Atocha.

Sea como fuere, con esta imagen se habría fundado posteriormente la ermita de Nuestra Señora de Atocha. En otras versiones piadosas, simplemente, la imagen fue encontrada entre hierbas, que ya hemos quedado que podrían estar en la naturaleza del topónimo.

En todo caso, las referencias al santuario son anteriores al Fuero. Por ejemplo, en el año 1150 se tiene constancia de la ermita a través de don Juan, arzobispo de Toledo –de donde dependía eclesiásticamente–. Será ya en el siglo XVI cuando la advocación, muy popular entre los madrileños, será adoptada como propia por la realeza y fray Juan Hurtado de Mendoza, confesor de Carlos V, impulse su reforma, fundando también el convento de dominicos encargados del Santuario.

El doctor en Historia Medieval José Miguel Lorenzo Arribas propone aún otra posible etimología:

“Propongo otro origen etimológico de Tocha o Atocha. El DRAE, nuevamente, define atocha como «lomo hecho de atocha, romero o broza y tierra, para contener el agua en los bancales».

Basándose en referencias encontradas en archivos, el autor explica su propuesta: “Teniendo en cuenta que el Fuero de Madrid cita Atocha como hidrónimo (el arroyo), en un contexto de prados, junto a fuentes y huertos, quizá de las atochadas que se hacían para encauzar aguas y desviar corrientes pudo nacer el nombre que hoy, en tiempos menos piadosos, asociamos a una estación de tren. O quizá no, pero quede aquí como plausible conjetura”.

Este origen hídrico del término también fue defendido por Georg Gross, estudioso del Fuero de Madrid. Según sus estudios, las primeras fuentes probadas están en castellano antiguo y no se refieren a las hierbas sino a un arroyo y a un lugar cercano a Madrid, constituyendo un nombre propio: arroio de Tocha, prado de Tocha, huerta de Tocha, vega de las huertas de Tocha, etc.

Como en tantos otros casos, no aparecerá el documento definitivo que despeje totalmente la incógnita etimológica de nuestra madrileñísima Atocha. Sea legendario o real; piadoso o mundano; o relacionado con el entorno agrícola del viejo Madrid (de hierba o agua, quién sabe), la próxima vez que quedemos en la puerta de El Brillante podemos entretenernos pensando que allí, antes, pastaban las vacas.

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