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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Los que llevan cinco décadas vendiendo belenes, árboles y bromas en la Plaza Mayor de Madrid

Ana muestra alguno de los adornos navideños que vende en la Plaza Mayor

Diego Casado

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El derecho a estar en una de las 104 casetas del mercadillo de la Plaza Mayor no se gana fácilmente. En la mayoría de casos, hay que llevarlo en la sangre: muchos de los que allí venden cada año sus productos heredaron el puesto de sus padres, abuelos o incluso bisabuelos. Este particular linaje de vendedores castizos, minoristas de lo navideño, abrió de nuevo sus puestos el 26 de noviembre, aunque su historia hay que buscarla varias décadas atrás.

José Luis Jiménez empezó a vender figuritas para el belén en 1976, echando una mano a la familia durante los fines de semana, cuando no había colegio. “Desde entonces no he faltado ni una sola Navidad”, cuenta hoy. Entonces tenía diez años y, aunque los toldos de aquella época se acabaron convirtiendo en las actuales casetas, los mostradores tenían esculturas similares a las actuales. Su negocio es el de los belenes artesanos, piezas únicas fabricadas en Murcia muy apreciadas por sus clientes madrileños y de fuera.

La mayoría de sus figuras vienen de Puente Tocinos, un pueblo junto a la capital murciana de donde sale casi toda la producción nacional, bajo una una delicada elaboración: “En cada figura participan hasta cinco personas, el vaciador que la saca del molde y la repasa, luego el que la sumerge en el líquido para que coja la pintura, después está la persona que le pone las telas, la que las pinta a mano y por último la que la embala. Hacer una sola figura lleva unos 20 días”, detalla como buen conocedor del producto que vende.

Cuando era niño estaba a las órdenes de Mari Carmen Laserna, su madre y la que inició el negocio. Entonces se vendían muchas figuras de barro. Luego empezaron a llegar personajes del nacimiento entelados y después el movimiento, con las actuales escenas mecanizadas de palestinos en actitudes costumbristas como lavar la ropa, tamizar la harina o tomar té y fumar una shisha junto a una mesa. “Las primeras las vendimos en pesetas, tuvieron mucho éxito y desde entonces cada vez hay más modelos”, apunta mientras observa el trajín de la parte del mostrador donde los tiene colocados. Estos autómatas se demandan mucho en restaurantes y comercios -desvela- para colocarlos en el escaparate y que al viandante se le vaya el ojo al pasar delante de sus tiendas. Son también los que antes se acabarán este año, porque la producción ha sido escasa en el contexto de la pandemia. “El primer fin de semana ha venido mucha gente a por ellas, se ve que la gente intuye que se van a vender rápido”, añade.

Mecanizados aparte, lo que más se vende en el puesto de José Luis es el misterio, con María, José, Jesús, la mula y el buey. Después los Reyes Magos y a continuación los pastores... y animales, muchos animales, un tipo de figura que “se rompe más, porque están más expuestas, y además salen bastante económicas”. Más allá de la tradición, el belén en Madrid sirve también como termómetro de estatus social: “El cliente que tiene casa grande y se lo puede permitir, siempre ha llevado figura grande, en los pisos más modestos se ponen más pequeñas, es una cuestión de espacios”, explica este belenista, que ha llegado a vender piezas artesanales de hasta 80 centímetros de altura. “Esos tamaños son un dineral, ahora si un Ayuntamiento o un comercio quiere poner un nacimiento de esa altura lo encargan de origen industrial, fabricados en resina”.

Luces y movimiento

José Luis cree que la costumbre de poner el belén no se está perdiendo: “Todo lo contrario, yo creo que incluso ha vuelto a subir. Que cada año vengan niños ayuda, porque ellos son los que incitan a sus padres a poner el nacimiento”. Tampoco ha ido a menos la tradición de colocar un árbol de Navidad en las casas, aunque sí que van cambiando los materiales de los que están hechos. Ana María (58 años) y María del Mar Cañada (60), lo conocen bien: llevan desde los años sesenta con un puesto en la Plaza Mayor, que heredaron de su familia. “Nos recordamos con tres y cuatro años aquí, con matasuegras y juguetes, entonces se vendía hasta Reyes”. Llevan tanto tiempo que cuando llegaron casi tenían la edad de Chencho en La gran familia, la popular película que rodó el despiste del niño entre sus puestos.

El negocio familiar lo inició su bisabuela Trinidad, cuando este tipo de tiendas estaban en la aledaña Santa Cruz porque en la Plaza Mayor solo se permitían puestos de comida. Eso cambió en 1944, cuando el Ayuntamiento de Madrid unificó todos los puestos en su actual ubicación. Natividad López, de nombre muy adecuado a su profesión y abuela de Ana y María del Mar, abrió entonces un negocio navideño de decoración hecha a mano que ellas acabaron heredando.

Los árboles de Navidad son su producto estrella. Antiguamente se vendían ramas y pinos auténticos, pero eso ya pasó a la historia. Luego llegó la fascinación por la tecnología y los árboles con luces de fibra óptica. “Eso fue hace unos doce años, ahora se venden pero muchos menos”, aclara Ana. Lo que más prevén despachar este año son árboles de plástico, pero de gran realismo, que simulen el aspecto tradicional. Los tienen incluso con piñas. “El de 1,50 metros es el que más vendemos, sale a 60 euros, tenemos precios muy económicos”, añade.

Aunque se siguen utilizando bolas para decorar estos árboles, los estilos también han cambiado: antes predominaban las de cristal, más frágiles, y ahora se imponen las de madera, con decoraciones de estilo nórdico o estrellas y muchas luces. “Tolo lo que tenga luz, música y movimiento, eso encanta”, apuntan las hermanas. También despachan muchas decoraciones en movimiento de pequeñas escenas navideñas al estilo alemán, con gente patinando. La mayoría de sus productos vienen del país germano o de Italia, apenas quedan proveedores españoles de este tipo de artículos, explican.

Más ventas y muchos visitantes

Las perspectivas económicas son buenas para este año, después de unas navidades aciagas en 2020 por la pandemia y la falta de movilidad. El pico de ventas llegó el pasado puente de la Constitución, cuando se juntaron los clientes de Madrid y los que venían de fuera. En ese momento se suelen empezar a agotar existencias de algunos modelos de figuras de belén, sobre todo de las piezas más grandes y también de las mecanizadas. Las más pequeñas tendrán más salida cuando más se acerquen las fechas festivas. También es el mejor momento de llevarse el árbol de Navidad. “Este año hay más alegría, el pasado sábado se vio mucha gente de fuera de Madrid. Aunque todavía estamos vendiendo menos que hace tres años”, cuenta Ana.

En el puesto de Gemma también esperan que vaya mejor este año que el pasado, cuando decidió no abrir por la situación sanitaria y económica. Sus padres montaron el puesto de venta de artículos navideños donde trabaja en 1965, hace 56 años. Ella acudía a ayudarles desde muy joven, a despachar objetos imperecederos como zambombas, panderetas o artículos de broma. “Muchos productos que se venden no han cambiado desde que era niña, como los polvos para estornudar o las bombas fétidas”. Otras travesuras llegaron después, como el grifo que da color al agua corriente o las placas que suenan a cristales rotas.

Hubo una época en la que el Ayuntamiento de Madrid quiso desterrar este tipo de puestos fuera de la Plaza Mayor, para concentrar en su interior los más “tradicionales” de decoración y nacimientos. Ese tiempo ya pasó y ahora Gemma cuenta con una de las mejores ubicaciones, cercana a la entrada por la calle de la Sal. Su mostrador destila fiesta: desde las típicas gafas con los números del año entrante para Nochevieja como todo tipo de complementos para las cabezas. “Las pelucas siempre estuvieron de moda, lo de los gorros llegó después”, puntualiza una de las responsables de que en los alrededores de Sol los paseantes luzcan pelos de colores o sombreros con pinos, renos o chimeneas con los pies de Papá Noel asomando. “Este año tenemos muchos animalitos y diademas, que es lo que gusta a los niños y los que demandan lo que hay que comprar. Esos son a los que más mimo, porque los adultos luego hacen lo mismo que sus hijos”, dice sonriendo.

Aunque la parte más visible de su trabajo se da ahora, en diciembre (las casetas abren hasta el día 31), prepararlo lleva todo el año. Los vendedores de la Plaza Mayor comienzan a visitar ferias internacionales y fábricas españolas en enero, para hacerse una idea de lo que se podrá vender en las navidades siguientes. Después calculan sus pedidos y encargan la mayoría del género entre marzo y abril. Llevan mucho tiempo haciéndolo, pero acertar siempre es difícil: “Lo que un año te sobra al siguiente se te acaba en dos días” -dice José Luis, el belenista- “nunca aciertas pese a que tengamos experiencia”.

El trabajo en las casetas de la Plaza Mayor es más intenso de lo que parece ¿Habrá continuidad generacional en su mercado navideño? José Luis no lo tiene claro, porque sus hijos creen que el trabajo es muy duro, debido a las largas jornadas y al frío que se pasa en el puesto. En el caso de Ana y María del Mar confían en tener el relevo asegurado a través de hijas y sobrinas. Serán la quinta generación de vendedoras de decoracíon en la plaza.

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