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“Puta pasada, pero no lo recuerdo”: crítica de 'Jauría', teatro documental sobre el juicio a La Manada

'La Jauría', dirigida por Miguel del Arco y escrita por Jordi Casanovas

José Antonio Fuentes

Murcia —

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Hubo un tiempo en que el teatro valía una revolución, por pequeña que fuese. Tenía ese potencial. Impulsar una sociedad diferente, artística, si se quiere. Hoy vamos al teatro pensando dónde tomar una cerveza cuando termine la obra y por muy diferentes motivaciones. Una de ellas, conocernos a nosotros mismos. Aquí el teatro se convierte en un espejo que, como ocurre a la vanidosa y malvada madrastra de la princesa Blancanieves, no siempre devuelve la imagen deseada. La presencia de 'Jauría' en la programación del Teatro Circo Murcia (TCM) ya perturbaba antes de subirse a las tablas del teatro y atrapa una realidad que cuesta mirar de frente. Que yo sepa, dos mujeres asiduas al teatro no asistieron al montaje de Kamikaze producciones por evitar el desgarro e impotencia que el caso de La Manada y similares sigue provocando.

El timing caprichoso quiso que el pasado 31 de octubre, dos días antes de la función en el TCM, se diera a conocer el fallo del tribunal en otro suceso de violación grupal en Manresa. Aunque la sentencia todavía no es firme, los jueces no observaron violencia o intimidación al hallarse la víctima, menor de edad, inconsciente. Principal razón por la que han sido acusados de abuso sexual y no de agresión. En la llamada Manada de Manresa un sexto hombre ha sido absuelto porque lo único que hizo fue masturbarse durante la ejecución del abuso sexual de sus compañeros.

En 'Jauría', uno de los platos fuertes de la temporada teatral murciana, una creíble y magistral María Hervás da voz a la víctima de La Manada junto a los actores Fran Cantos, Pablo Béjar, Ignacio Mateos, Javier Mora, y Martiño Rivas. Dirigida por Miguel del Arco y escrita por Jordi Casanovas, la obra está basada en un texto teatral construido íntegramente con las declaraciones de los violadores y de la víctima recogidas en la sentencia hecha pública tras el fallo del tribunal.

Se trata de un ejercicio clásico de teatro documental, impactante. La realidad se presenta dramatizada, bajo el artificio inevitable de lo artístico, pero reconocible, demasiado reconocible, y cercana. Es imposible que un hombre no se sienta interpelado por alguna de las expresiones de los cinco miembros de La Manada, por una de sus bromas, rituales, complicidades, códigos o justificaciones que se filtran por los entresijos de sus declaraciones. Una sucesión de vivas y alabanzas a una masculinidad inhumana que destila una confianza en sí misma y en el relato de los hechos, monstruosa. En contadas ocasiones, durante el transcurso de una obra de teatro, quiero desaparecer, hundirme en la butaca y volar de allí. El aburrimiento en teatro, mata. Pero la vergüenza, la repulsa y el martilleo constante durante cerca de 90 minutos es demoledor. No todos los hombre somos violadores, pero todos los violadores son hombres. Al finalizar la función un hombre sentado delante de mí, entre aplausos, gritó: “¡Bravo!”. No sé si escuché un grito de esperanza o qué fue lo que escuché, pero me trajo de vuelta al teatro. Casanovas ha articulado en una dramaturgia impecable, sobrecogedora de principio a fin, una concatenación de manifestaciones y réplicas de los protagonistas que cae como una losa sobre cada uno de los espectadores.

Desde el punto de vista formal es sobria ya que en las dramaturgias de lo real se tiende a sobreexponer los cuerpos y su relato, verdaderos protagonistas. Una sencilla y efectiva escenografía formada por seis sillas blancas y una pared de fondo que simula la fachada de un edificio con la entrada a un portal que reconstruye el pequeño espacio donde se llevó a cabo la violación grupal. Una oquedad de tres metros cuadrados con luz artificial. Conmueve ver a los seis actores de pie en su interior, con María Hervás en medio de un círculo formado por hombres. Una simple cuestión de volúmenes y contrastes de género, de voluntades y violencias que, en sí misma, perturba.

La verdadera potencia del teatro documental es arrojar luz sobre aspectos no tan obvios de los temas tratados. Como si al mirar una vieja fotografía descubrieras un detalle revelador que, hasta ese momento, había pasado desapercibido. Tanto en la puesta en escena de 'Jauría', como en la brillante dramaturgia y realización actoral, acierta al mostrar la soledad de la víctima durante todo el proceso. Desde la misma noche de la violación hasta el último día de juicio. Aunque sabes que estás en un teatro y son actores profesionales, inquieta ver cómo los cinco actores que dan vida a los miembros de La Manada, José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Jesús Escudero, Ángel Boza y Antonio Manuel Guerrero se convierten, en un momento determinado, en jueces y abogados de la acusación particular rodeando, una vez más, a la víctima de la agresión. Volvemos a hablar de física, de volúmenes y contrastes. De ver, desde otro ángulo, a María Hervás caracterizada de fiscal empoderada, de nuevo, sola, frente a los cinco acusados. Un efecto espacial devastador apuntalado por el contenido de unas declaraciones que no por conocidas resultan menos estremecedoras. Todo un símbolo de la estructura actual de nuestro sistema judicial.

Una soledad de la víctima sólo rota por el eco de miles de voces capaces de traspasar el hormigón armado de las paredes del juzgado. Un efecto sonoro que da un respiro y recoge la indignación y rabia de buena parte de un país que se concentró en un grito: “Yo sí te creo”. Voces que llegaron a colarse en el transcurso del juicio y dieron cobijo a una chica de veinte años sentada con una pierna cruzada porque el presidente de la sala se lo permitió. El caso de La Manada supuso un antes y un después en la lucha contra la violencia machista. Finalizada la función, el abrazo en círculo cerrado de los seis actores, mientras los espectadores comenzaban a aplaudir sofocó mi particular hundimiento, me arrancó también el aplauso y agradecimiento mientras pensaba a qué bar ir a tomar una cerveza detrás de otra. “Puta pasada”, escribió el Prenda en el grupo de WhatsApp la misma noche de la violación; “no lo recuerdo”, repitió una y otra vez a las preguntas de la fiscal durante el juicio.

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