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Un modelo estadístico demuestra la importante correlación entre inmigrantes extracomunitarios y voto a Vox en la Región de Murcia

Mapa de la Región de Murcia con los datos de concentración de población inmigrante y votos a Vox por municipios

Carmarache

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No es despreciable la cantidad de población que ve en la inmigración un grave problema. ¿Pero realmente es así? Y en función de esto, ¿qué política migratoria se puede apoyar desde el nivel local al europeo en las próximas elecciones?

¿Qué nos dice la estadística?

Los resultados de las últimas elecciones generales han dejado en la Región de Murcia un cuadrante de municipios de auténtico polvorín xenófobo. Podemos identificarlos como aquellos donde el porcentaje de voto a la ultraderecha (Vox) ha sido superior a la media regional (ya alto de por sí) a la vez que el porcentaje de inmigración sobre el total poblacional también lo es. Teniendo en cuenta que el ideario de la ultraderecha encuentra en el rechazo a la inmigración uno de sus grandes pilares, ¿se podría decir entonces que cuantos más inmigrantes haya en un municipio más potencial de voto tiene la ultraderecha?

Para comprobar si existe esta relación y, si es así, cuantificarla, hemos aplicado un modelo estadístico con los datos de los municipios de la Región de Murcia, y el resultado (ver Figura) parece evidente: existe una correlación alta y positiva entre ambas variables (r=0.54), con una recta de regresión capaz de explicar, con una sola variable independiente (porcentaje de población extranjera), casi un tercio de la varianza de la variable dependiente (porcentaje de voto a Vox), y que incluso mejora si la correlación se hace con la inmigración exclusivamente no comunitaria (r=0.58).

Esto no quiere decir que el alto porcentaje de voto a Vox se explique únicamente por la inmigración. Sobre las claves del éxito de la ultraderecha en determinados territorios se ha escrito ya mucho en los últimos días: percepción de inseguridad ciudadana asociada a la inmigración, contexto cultural de medio rural profundo, desafección por la política, patriotismo español de respuesta a desafíos soberanistas, confrontación hacia la ideología de género… Vox aglutina todas estas ideas.

Habría que hacer un estudio que incluyera muchas más variables (índice de ruralidad, edad media, índice de delincuencia, superficie de regadío dependiente de infraestructuras hídricas de sustento ideológico, población con formación académica…), quizá mediante una regresión múltiple, e incluyendo también municipios de otras provincias. También habría que hacer un buen diagnóstico del modelo y procurar no caer en una posible falacia ecológica o en correlaciones espurias por trabajar con datos porcentuales. En cualquier caso, aun con una aplicación estadística básica, no hay duda de que el modelo calculado arroja una realidad socialmente palpable: una muy buena parte del voto a Vox se explica estadísticamente por la presencia de población inmigrante, y esto es una contradicción racional que esconde un victimismo primitivo ante las frustraciones vitales e ideológicas de un sector desinformado de la población, que encuentra salida fácil en culpar de todo a “los otros”.

¿Es realmente la inmigración un problema?

La población inmigrante, por sí misma, no puede ser considerada un elemento hostil por diversos motivos: en primer lugar, porque la conforman personas, que como tal merecen el mismo respeto y dignidad que cualquier otro congénere; en segundo lugar, porque enriquecen a la sociedad de destino con una pluralidad cultural que alimenta intelectual y emocionalmente; en tercer lugar, porque es gente con tan altas inquietudes vitales y laborales que han sido capaces de superar un exilio muy duro y normalmente poco voluntario, lo que, lejos de frenar una economía de acogida demandante de mano de obra en condiciones cuestionables, lo que provoca es una inyección de dinamismo que, empíricamente, las regenera y las hace más sostenibles; en cuarto lugar –no acaban las razones– porque es una población joven, que no solo regenera el territorio económica sino también demográficamente, lo que, en combinación, es un alivio para el mantenimiento del estado del bienestar, contribuyendo a dinamizar la vida pública, fortalecer las cotizaciones a la Seguridad Social y asegurar nuestras pensiones; y, finalmente, en quinto lugar (paramos aquí para ofrecer un top-5 de principales razones), porque la española es una sociedad tradicionalmente emigrante (¿quién no conoce casos cercanos de emigración?) que cuenta con una sensibilidad histórica hacia la movilidad humana, capaz de hacerle empatizar fácilmente con quienes lo han dejado todo en busca de un futuro mejor y sin pretender que sea a costa de otros.

Es comprensible que, dejándose llevar por sentimientos viscerales y siendo bombardeados por campañas masivas de desinformación, mucha gente sitúe riesgos puntuales en el centro de la cuestión inmigratoria y los magnifique. Por supuesto que la inmigración puede causar problemas de convivencia, o incluso delincuencia, al igual que la presencia de un bosque puede desembocar en su incendio. ¿Pero talamos todos los árboles para que nunca más haya incendios? Es absurdo; los árboles son las víctimas, no las causas, así que lo que hacemos es prevenir los incendios atendiendo a qué los provoca, y con la inmigración debe ser igual. Debemos atender las dificultades de integración ante la diversidad cultural y los riesgos de exclusión social ante la pobreza. El inmigrante no es un delincuente; lo puede ser (no en exclusividad, claro) el pobre, o el marginado, o el adicto. La responsabilidad de una sociedad avanzada es evitar que sus miembros, hayan nacido aquí o allá, caigan en la pobreza, la marginalidad o la adicción, y esto nos hace poner el punto de mira en los inmigrantes extracomunitarios que por sus pésimas condiciones de llegada son los que más riesgo presentan de caer en estas situaciones.

Quizá una de las claves está en un cambio de mentalidad de pertenencia colectiva: ¿somos de nuestro barrio/pueblo/provincia/país… o somos de la humanidad? No estamos cayendo en consideraciones hippies; este sentimiento, emocional, es compatible con la existencia de fronteras administrativas, de distinta naturaleza según la escala territorial y el ámbito a administrar. Y, por último, una vez cambiada esa mentalidad, probablemente otra clave esté en la educación, integral y continua, en los centros educativos y en el ámbito público, con alcance universal, sin distinciones, y con una carga muy importante de enseñanza cívica, normativa y ética, una educación en el marco democrático y sus pilares garantistas de una población crítica, libre, formada e informada, lejos así del temido adoctrinamiento partidista. Para desactivar el polvorín xenófobo de un territorio no hay que hacer disminuir la población inmigrante, sino aumentar la formación democrática y humanitaria de toda la población.

¿En este contexto es aconsejable una ultraderecha fuerte? Vox va radicalmente en contra de estas consideraciones, viendo y generando un problema donde en realidad existe una oportunidad (y a veces ya un hecho) de progreso y prosperidad. El modelo estadístico que hemos calculado (ver Figura del modelo y la cartografía de apoyo) nos muestra, como adelantábamos antes, un cuadrante superior diestro con los municipios que conforman lo que podríamos llamar “polvorín xenófobo”, puesto que son los que, teniendo un porcentaje de inmigrantes superior a la media relativa regional, más porcentaje de votos a Vox han emitido. Se trata de 13 municipios: Torre Pacheco, Fuente Álamo, San Pedro del Pinatar, Alguazas, Fortuna, San Javier, Totana, Mazarrón, Lorca, Beniel, Puerto Lumbreras, Alhama de Murcia y Los Alcázares. Pues bien, solo tres de ellos cuentan con una tasa de paro, por ejemplo, superior a la media regional, y nunca por encima de dos puntos. Los diez restantes se sitúan por debajo y algunos incluso encabezan la lista del empleo. Otro dato de dinamismo: la Región de Murcia es de las pocas comunidades españolas que, con gran influencia de la población inmigrante, no tiene una pirámide demográfica invertida y cuenta con una población activa superior a la población dependiente. Contradictorio, ¿verdad?

¿Hacia qué modelo de política migratoria queremos ir?

Próximamente podremos elegir nuevos plenos municipales (que decidirán, en lo que nos atañe en este artículo, medidas de integración local de la población con riesgo de marginalidad), parlamentos autonómicos (que decidirán, por ejemplo, qué prioridad presupuestaria otorgar a medidas contra la precariedad laboral) y, muy importante y demasiado olvidado, un nuevo parlamento europeo (que decidirá, entre otros postulados de importancia “glocal”, qué orientación dar a la ya iniciada Agenda Europa de Migración).

Las fuerzas democráticas españolas se movilizaron para frenar en las últimas elecciones generales el ascenso de la ultraderecha. ¿Perderán fuelle para frenarlo en nuestros pueblos, comunidades autónomas y en la Unión Europea? Esperemos que no, y que opiniones basadas en datos objetivos, como la derivada del modelo estadístico que mostramos aquí, contribuyan a generar conciencia de que un fenómeno global como la inmigración y el enriquecimiento cultural, demográfico, económico y social, con incidencia intensa en el ámbito local, autonómico, nacional e internacional, sitúa su mayor o menor viabilidad en la conformación de un marco institucional que comprenda bien el avance social global que está en juego, ahora mismo incierto entre un extremo de confrontación / conflicto/ nacionalismo/ bulos/ xenofobia… y otro de convivencia/ apertura/ humanidad/ veracidad… Nosotros decidimos hacia qué extremo queremos dirigirnos. Votemos el 26 de mayo, en todas las elecciones, y no seamos cómplices por pasividad del extremo bélico.

*(El autor desea expresar su agradecimiento a su compañero geógrafo Fulgencio Cánovas por las orientaciones estadísticas aportadas).

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