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'Relaxing' medidas de seguridad y 'stressing' en las terrazas

Relajante taza de café con leche en la Plaza Mayor de Madrid.

Elena Cabrera

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Le preguntaban a una señora con un micro a pie de calle, delante de unos comercios que acababan de abrir después de días criando polvo y telarañas, que qué había salido a comprar. Pijamas, dijo ella. Nos dio risa porque pensábamos que después del confinamiento nos esperaban fiestas sofisticadas con trajes elegantes y zapatos de tacón de aguja. Salir a comprar pijamas, para seguir estando en casa de esa guisa, no es la desescalada más glamurosa del mundo. “Es que los tenemos todos raídos de tanto usarlos”, explicó la señora, resumiendo el confinamiento en pocas palabras.

Este año nos hemos comido la ropa de entretiempo. Me lo decía con tristeza mi amiga I. cuando fuimos a su portal para felicitar el cumpleaños de N., su compañera de piso. En Madrid es que no tenemos entretiempo, pasamos de la lana al tirante en cuestión de tres días. Yo tengo un vestido liviano de manga larga que solo me puedo poner si me dan la oportunidad de salir de casa en uno de esos tres días. Pues este año, ni eso. Todavía hace un par de semanas que he guardado los jerseys de lana (los de Eleonor ya desaparecieron a finales de abril). Ayer, mientras observaba el chaparrón que nos caía en la ciudad, propio de una furia de dioses mitológicos, me arrepentía de haberlos guardado ya. Hay que estar preparada para lo que venga y hay que confiarse menos, me decía a mí misma, un poco hartita de no aprender las enseñanzas de este sorprendente año 2020. Qué risa el día que nos acordamos de que Madrid quería celebrar los juegos olímpicos este año con una relaxing cup of café con leche in Plaza de Mayor. Yo no sé si se han hecho suficientes memes sobre este asunto.

Hay muchas terrazas ahora mismo que de relaxing tienen bien poco. Stressing caña de cerveza en los bares de la Guindalera, el barrio contiguo al mío, según me cuenta mi amigo H., un periodista capaz de sacar una historia de un alcuza y de inmediato explicarte la historia del origen de la palabra alcuza. Hay un bar (voy a omitir los nombres para no levantar suspicacias) que se ha puesto de moda. Dice mi amigo que podría estar en la Malasaña de hace quince años o en el Lavapiés de hace diez, pero que ha surgido en la Guindalera de hoy en día quien sabe si como una amenaza de futura gentrificación. Para hacer uso de la terraza hay que reservar y solo se puede estar un tiempo cronometrado. Mi amigo fue educadamente desalojado a los 20 minutos; menos mal que las vacía rápido. La misma fuente, sin duda una de mis mejores conexiones con los bajos fondos de la ciudad, me informa de que en el mismo barrio la policía está haciendo una intensa labor de marcaje a la expansión de los bares por las aceras. Un restaurante añadió una mesa más a su despliegue callejero, con la esperanza de que nadie se diera cuenta; les hicieron retirarla. Un bar sin terraza improvisó con picaresca unas banquetas en la acera, sin mesas, rollo pub de los 90; no coló. En un bar de viejos de toda la vida sacaron todo su arsenal interior y lo desplegaron por la acera, quizás pensando que su titulación “bar de viejos de toda la vida” le daría privilegios sobre el resto, como las señoras y señores de cierta edad que se cuelan en la cola del súper; y no fue así. La desescalada está llena de estas historias y es un tema de conversación recurrente cuando te sientas en una terraza a tomar algo.

Volviendo a la ropa, que es a lo que iba, pero al igual que mi amigo H. me perdí en una digresión, al hacer el cambio de mi ropa de temporada tuve que admitir que algunas camisetas con agujeros y otras —también con agujeros, en verdad— en las que hace diez años y un confinamiento que no quepo, merecían pasar a mejor vida. Abrí la bolsa de ropa para tirar que lleva girando por diferentes habitaciones de la casa desde que me encontré el contenedor textil precintado a mediados de mayo, y le metí algunas prendas más. Aquella vez, estuve tentada de dejar la bolsa abandonada en la calle, como una protesta pueril e incívica, junto a otros que habían hecho lo mismo. Pero no tengo talento ni para villana. Sin mucho conocimiento sobre qué pasa con la recogida de ropa en la fase 1 de la desescalada pero con la intuición de que si las tiendas de ropa están abiertas, también lo estarán las portezuelas de los contenedores de este tipo de residuos (porque el mercado es voraz y se alimenta de esta manera), salí a la calle con la bolsa en la mano. Caminé hasta un depósito diferente al que me había encontrado cerrado la primera vez y resultó que, aunque no estaba precintado y, por lo que noté, estaba más bien vacío, igualmente había bolsas de ropa tiradas fuera, apoyadas contra él.

Por aprovechar el viaje de una manera temática, acarreé también la bolsa que acumulamos en casa con medicamentos caducados y blísteres vacíos. Entré en la farmacia toda decidida para echarlo en el punto Sigre y me pararon los pies. Aunque habían estado recogiendo restos de medicinas durante toda la cuarentena, les acababan de comunicar que por motivos de seguridad no podían seguir haciéndolo. La farmacéutica se encogió de hombros como única manera de expresar el poco sentido de lo que acababa de decir. Antes de volver a casa, pasé por una farmacia diferente, pregunté si podía dejar mi bolsita de medicinas inservibles y me dijeron que claro que sí, que cómo no. Vamos a terminar la desescalada sin haber solucionado estos detalles.

Como el asunto de Wallapop, que tampoco está claro si se puede o al menos si se debe o no quedar pero da lo mismo. Como sabrá todo aquel que use este tipo de aplicación de compra y venta de objetos de segunda mano, el comercio está que arde. A nivel de semana antes de Reyes. Para muchas personas, Wallapop es un segundo trabajo, a veces un primero, y en tiempos de ERTE y paro, es una ayuda importante. Los encuentros son mucho más fugaces que antes, por supuesto más distanciados, intercambiando mercancía (un libro ya leído, una figurita repe, unos zapatos que nunca me sirvieron) por dinero (cinco, diez euros como mucho) estirando mucho el brazo, elevando la voz desde detrás de las mascarillas. Supongo que mis compradores dejarán los libros o las sandalias en cuarentena, sin tocarlos durante unos días. Yo es lo que haría, pero hay tal relaxing con las precauciones que hace solo unas semanas seguíamos a rajatabla que no apostaría nada.

¿La situación actual? 240.660 casos de COVID-19 confirmados en España. 2.168.227, en Europa y 6.366.788, en el mundo.

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