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Evitar el conflicto con los humanos, nueva meta con los osos pardos tras multiplicar por cinco su población

Viven, aproximadamente, 350 osos en la Cordillera Cantábrica

María Pérez Guerra

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En los años noventa había entre 60 y 80 osos pardos en la Cordillera Cantábrica, formaban dos núcleos incomunicados, estaban en peligro de extinción y, a pesar de estar protegidos por un decreto de especies protegidas desde 1973, el rechazo social les mataba. Ahora, la situación es bien distinta porque los programas de recuperación, la aceptación de la sociedad y el propio medio han propiciado que habiten la Cordillera entre 300 y 350 osos.

Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo, destaca el papel de la población local, a la que han implicado “a base de hablar mucho, de programas de educación ambiental muy potentes, tener contacto con los cazadores, los líderes locales y los ayuntamientos”. La Fundación reconoce que su trabajo, junto al de la Administración, la población y otros actores han contribuido a la recuperación del oso “en tiempo récord” -por sus características, es un animal lento en responder a programas-.

“Las medidas han sido positivas porque hemos ido a favor”, cuenta Ángel Serdio, codirector del Parque Nacional de los Picos de Europa, la institución que absorbe el peso de la gestión del oso. “El abandono de los montes, restringir el acceso a zonas críticas, repoblaciones forestales con especies autóctonas, tener en cuenta dónde están los animales y protegerles han favorecido la presencia de la especie”, explica.

Nuevos retos

El futuro en los programas de conservación del oso pardo en Cantabria pasa por la concienciación y un nuevo plan de recuperación de la especie. El anterior, como señala el codirector de los Picos de Europa, “tiene casi 20 años y está desfasado porque, afortunadamente, la situación no es la misma”. Además, los osos se están acostumbrando a la presencia humana y ya es habitual que se acerquen a los pueblos, lo que supone un nuevo reto.

Eso pasó con el oso Beato, un “cachorrón”, como cuenta Serdio, que se paseaba por Liébana y fue tratado de forma muy “amarillista” por algunos medios. Esto obligó a las instituciones a actuar más “por cómo apretaba la opinión pública a los políticos y ellos a nosotros, que lo que técnicamente hubiera sido deseable”, relata el codirector de Picos de Europa. La clave, dice, es educar a la población para que entienda que un oso, por si solo, no es agresivo, pero es un animal salvaje y si interfieres, sobre todo, entre una osa y la cría, puede atacar.

Es fundamental “acostumbrarse a convivir con la especie”, porque va a ser común que estos animales se acerquen a los pueblos, pero “no van a comerse a un niño ni nada por el estilo”, concluye Serdio. En este sentido, cuenta que las comunidades autónomas implicadas (Cantabria, Asturias, Galicia y Castilla y León) están preparando un protocolo de actuación con ejemplares “problemáticos” -aunque “no le gusta llamarles así, porque no son un problema”- que se habitúan a vivir y acercarse mucho a los pueblos. Eso tampoco está bien, “ni por ellos, ni por la gente”, apostilla.

Palomero comparte esta opinión: “Ahora que está creciendo la población cantábrica, es muy importante trabajar en evitar los conflictos con humanos”, afirma. Para esto, hay que controlar varios frentes como el turismo vinculado al oso en un tiempo en el que, como señala Ángel Serdio, “todo el mundo quiere hacerse un selfie con uno”. También, cuenta el presidente de la Fundación Oso Pardo, hay que enseñar a la gente “cómo comportarse cuando se encuentra un oso” y seguir ahondando en la prevención de los daños.

El sector de la apicultura es el más afectado. “Es verdad que no producen muchos daños en relación a los lobos, pero se ha agilizado mucho el pago por los daños y ahora se pagan entre 40 y 60 días después, cuando antes se tardaba años”, apunta. Esta medida, junto a labores de seguimiento y control de la especie, hacen que la población “sea más receptiva y esté más conforme con su presencia”, explica el codirector de los Picos. Para todas estas medidas se destinan “por encima de los 50.000 euros al año” que se dedican únicamente al oso.

La conservación de esta especie, reconoce Serdio, “es el ejemplo de un animal con el que se ha trabajo bien y ojalá todo fuera tan bien como va este caso, aunque hay que ser precavidos e ir poco a poco”. Destaca, también, el papel de las fundaciones, las ONG y la sociedad, que “ocuparon un vacío hace 30 años, cuando la Administración tenía la obligación de hacerse cargo y no lo hacía”. “Ahora, afortunadamente, no es el caso”, afirma.

La gestión del lobo

Los lobos conviven con los osos y, cuenta Palomero, “preocupa que la mala gestión del lobo contamine la buena gestión del oso y genere recelo entre los habitantes”. La clave, según él, está en “buscar consensos, tener consideración con la problemática y hablar con los líderes locales y los más afectados por los animales”. De esta forma, su deseo es aplicar al lobo “lo que nos ha ido muy bien con el oso”.

El presidente de la Fundación Oso Pardo entiende que la situación está cambiando y, ahora, “los ganaderos entienden que tienen que convivir con los grandes carnívoros y vamos trabajando en buscar las mejores fórmulas, sensatas y viables, y llegando a acuerdos”. Desde su punto de vista, es necesario hacer controles poblacionales “bien hechos, no como se hacen muchas veces” y “trabajar mucho” las medidas de compensación.

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