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“El relato íntimo es la puerta grande para entender lo que ha significado el terrorismo”

Luisa Etrxenike. Foto: Estitxu Ortolaiz

Txema G. Crespo

La última novela de Luisa Etxenike, Absoluta presencia (Ediciones El Gallo de Oro), transcurre en París, aunque sus principales protagonistas son vascos, una familia donostiarra que se exilió en los años de plomo, cuando ETA impuso la “socialización del sufrimiento”, un eufemismo más de los que han surgido en estos años, cuando “se fundía el hierro del lenguaje para darle otra forma”, como se sugiere en el relato. 

Una novela más sobre las consecuencias del terrorismo de ETA se podría decir, pero Absoluta presencia es más, es también una reflexión sobre la experiencia, la memoria, el olvido, el destino…Absoluta presencia

Es verdad que ha habido obras literarias y cinematográficas anteriores al cese de ETA y a su disolución y es cierto que ahora parece que hay un boom, que yo no lo atribuiría al fenómeno Patria, porque al mismo tiempo se estaban escribiendo otras novelas que han salido cercanas en el tiempo. Ahora bien, creo que no ha hecho nada más que empezar el tratamiento de la literatura de lo acontecido en estos años de violencia terrorista. Porque la literatura lo que hace es colocar las experiencias y las dinámicas sociales en el foco. Es lo que identifica a todas estas obras, o a muchas, que están apareciendo: esa mirada muy cercana a la intimidad de las personas, al impacto que ETA tenía en esa intimidad y en el entorno social cercano. En ese sentido, mi novela se sitúa ahí.

Parece que era necesario recuperar el relato íntimo de lo ocurrido en estos años.

Es que es fundamental, el relato íntimo y singular parece la puerta pequeña, pero es la puerta grande para entender lo que el terrorismo ha significado. Yo digo con frecuencia que cuando nos acercamos a la Shoah, al Holocausto tengo un conocimiento mayor de lo que sucedió gracias a la literatura o el cine que a lo mejor a través de otro tipo de testimonio. Estos dos artes narrativos lo que hacen es transformar la información, los datos, en experiencia humana. Y en este sentido, la creación artística sobre lo ocurrido en Euskadi en los últimos 60 años es necesaria y hasta inevitable. Porque tenemos todavía muchas cosas que saber de lo que pasó, por eso es “la puerta grande” de las convicciones, de los sentimientos, de los pensamientos, de las acciones cotidianas.

En su novela, el protagonista llega a decir: “El presente se hace tan libre, tan independiente de la línea de tiempo que incluso puede alterar el pasado”. ¿Qué papel juega la literatura en el ordenamiento de lo acontecido en el tiempo?

La literatura convierte en experiencia lo que a veces tenemos como información de lo sucedido. Y a través de esa experiencia, puede convertirse en conciencia, en conciencia muy profunda de lo que aconteció. Además, una novela es organización, es estructura, y en ese sentido también pone a la experiencia pasada una estructura, la que sea, pero que es una estructura coherente a lo largo de la obra. Pero diría algo más, la literatura se construye con personajes, sí, pero también buscando y encontrando detalles, detalles expresivos, elocuentes. Yo creo que la memoria son detalles. Se ha hablado del relato de lo sucedido, a mí me gustaría hablar de los detalles de lo sucedido porque creo que en esos momentos, en esos gestos precisos se encuentra mucha elocuencia y mucha cercanía.

En otra ocasión el narrador señala: “La vida seguía, mirando para otro lado, y continuaba la fiesta. (…) ETA asesinaba, pero los atardeceres se hacían sobre la Bahía de la Concha con la misma, asombrosa, elegancia. ETA volvía a matar, pero la naturaleza no se conmovía. Tampoco la humana”. ¿Cuál es el papel de la novela como instrumento moral?

Decía el escritor Hermann Broch algo que comparto profundamente: decía que “la única moral de la novela es el conocimiento”. El conocimiento nos lleva a una interrogación moral porque nada de lo humano es ajeno a lo moral. En el caso de mi novela, se centra en dos aspectos, el primero es el dilema del personaje acerca de si tiene que transmitir esto que he vivido (toda la persecución por parte de ETA y su entorno que les llevó a París) a su hija.

Y también está el aspecto de cuando el personaje se siente desamparado en su ciudad natal, en su ciudad materna, podríamos decir, se siente abandonado por su entorno, que ni le observa, que le lleva a vivir su tragedia ignorado por los demás. Cómo amparamos las tragedias que nos rodean, tragedias personales, que siempre son sociales, es parte de Absoluta presencia. Qué hicimos con las personas que estaban sufriendo, como el protagonista, Andrés Lasa, las amenazas, la violencia directa. Y a partir de ahí, qué hacemos también en el presente.

Ese es el otro elemento moral: la mirada que la sociedad puso o dejó de poner en las víctimas del terrorismo y la mirada que no tenemos que dejar de poner en lo que está sucediendo a nuestro alrededor.  Esos dos son los ejes en los que se articula el aspecto moral de la novela. Pero siempre digo lo mismo: ética y estética están tan cerca en la sonoridad de las palabras, que nos obliga a mantenerlas en vinculación constante a la hora de abordar la obra artística.

Siempre ha mantenido un profundo interés por el lenguaje, que también se observa en esta novela, como cuando se dice en determinado momento “Y se fundía el hierro del lenguaje para darle otra forma”, en referencia a esa neolengua que se fue creando durante esos años.

Efectivamente, creo que aquí hemos vivido esa situación y lo he lamentado y he escrito sobre esa falta de fiabilidad, de confianza en las palabras, porque eran utilizadas mal, con indigencia. Se ha utilizado el lenguaje por inercia, llegó un momento en que todo el mundo llamaba a las cosas de la misma manera y así se instalaron hábitos de lenguaje. Pero también las apropiaciones indebidas cuando los victimarios parecían las víctimas, los perseguidos. O los eufemismos que ocultaban la absoluta realidad de los crímenes, en lugar de llamar a las cosas por su nombre. Esa manera de encubrir, de retorcer, de disimular, incluso de descuidar, porque muchas veces ha sido descuido, nos ha llevado a que el lenguaje no fuera un aliado del conocimiento de lo que estaba pasando, sino un enemigo del conocimiento de lo que estaba ocurriendo. Para la literatura, el lenguaje es esencial. En la medida en que se cuidan las palabras, la devolución de la calidad del lenguaje a lo narrado será también la devolución de la calidad a la experiencia, a la conciencia. En el arte no hay eufemismos. Las palabras están desnudas en toda su riqueza. Decía Rulfo que él quería escribir novelas con palabras de adobe. Yo también quiero escribir novelas con la verdadera materia prima del lenguaje. Ahora que está de moda el pan, yo quiero escribir novelas con la masa madre del lenguaje, con limpieza, calidad, que no excluye la metáfora, la imagen, pero con toda la grandeza del lenguaje.

A la hora de recoger lo que ha ocurrido en los últimos 50 años, se habla de relato, un término literario. ¿Cómo se ha de afrontar la escritura de esa narración?, ¿Se han de tratar los hechos ocurridos en 1968 de igual modo que los de 2011?

Tenemos distintas distancias con la memoria. No es lo mismo algo que sucedió hace 50 que hace 10 años. Hay distintas miradas y experiencias de lo sucedido. No tienen la misma mirada para lo ocurrido una persona de 80 que una de 30 años. La idea de la pluralidad o, como yo digo, coralidad, es uno de los elementos principales. Por lo tanto, no hablaría de relato sino de relatos. Puntos de vista, distancias temporales, discursos distintos. Dicho esto, lo que no creo que sea aceptable es distorsionar los hechos. Es decir, la sociedad no tiene que llegar a un consenso sobre los hechos sino a una evidencia. López de Lacalle volvía a su casa con los periódicos y un pan debajo del brazo.  Alguien le pegó un tiro. No podemos distorsionar elementos que son hechos. Y por lo tanto creo que es un trabajo fundamental presentar con claridad lo que fueron los hechos y desde luego no falsificarlos. Y esa evidencia será fácil o difícil, necesitará liderazgos políticos, pero es necesaria para transmitir a las siguientes generaciones. Hay una verdad objetiva que no podemos distorsionar ni consentir ni aceptar que se distorsione. Porque tiene que ser un contenido objetivo. Luego están las visiones subjetivas, y aquí yo hablaría de sinceridad. La verdad puede tener muchas facetas, pero la sinceridad solo tiene una: significa no mentir. Yo me puedo equivocar, cometer un error, pero no estás mintiendo si eres sincero.

Volviendo a la novela, además de ese hilo conductor que puede ser el desamparo en el que de un modo u otro habitan tus personajes, también aparece un elemento recurrente, el viaje, el concepto del trasladarse de un lugar a otro y lo que eso supone en la transformación de las personas.

En toda la novela, todos los desplazamientos llevan a mejor. El destino del viaje no es puramente una reflexión, sino una construcción. Los personajes, de algún modo, depositan el liderazgo de sus propias vidas en el irse. Tiran del carro. Deciden. Los desplazamientos son siempre liberadores. Por ejemplo, Luc que está encerrado en una lectura negativa de su pasado logra tomar ese tren que tanto le cuesta y al desplazarse al estudio de la artista consigue liberarse. O cuando los dos protagonistas llegan a decir: “Nosotros desterramos la memoria, para no ser nosotros unos desterrados”.

Es una visión positiva de lo que entendemos como exilio.

Es que es el exilio lo que dejan atrás. Yo echo de menos en el debate sobre el exilio, sobre los refugiados, que nunca se tenga en cuenta que esa circunstancia tenga un componente liberador, que en el exilio existan posibilidades de reinventarse, de reconstruirse. Para mí el viaje es siempre algo sin nostalgia, en el desplazamiento no hay anhelo por regresar, sino la búsqueda de oportunidades para una vida mejor, más feliz. Esto se ajusta a mi idea antideterminista: tengo una especie de reacción a la idea del destino, al fatalismo, a que todo está escrito. Y eso lo traslado a mis personajes. La vida como una página en blanco en la que poder verdaderamente construirse y esperar la sorpresa. Si hay destino, no hay sorpresa. El viaje es eso: todas las posibilidades humanas abiertas. En este libro, no hay tentación de nostalgia.

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