Terrorismo 'prime time'
Estaba ayer viendo una tertulia televisiva de media mañana, cuando de pronto la emisión se interrumpió y la pantalla fue ocupada por un yihadista barbudo y sonriente, que hablaba en español: “Mensaje a nuestros hermanos en España, especialmente en Melilla: que se muevan y se dirijan a cualquier sitio en que haya yihad. Necesitamos que los hermanos musulmanes nos ayuden, que cojan las armas. Espero que respondáis a este mensaje”.
A mediodía volvió a suceder: durante el telediario de una cadena privada, el televisor mostró interferencias, y la señal fue pirateada por Daesh: un tipo siniestro, con ropa militar y fusil en mano, amenazó en un perfecto francés: “Sabed que tenemos muchos candidatos a mártires. No será nuestra última operación, seguiremos salvo que presionéis a vuestro gobierno como hizo el pueblo español contra la guerra de Irak”.
Por la noche, en el telediario de otra cadena, un nuevo incidente: los terroristas pincharon la emisión y mostraron la portada de un “manual de reclutamiento”, del que ofrecieron algunos consejos para captar nuevos miembros en Europa. Así, en prime time recomendaron a posibles reclutadores cómo actuar con los candidatos a terrorista: “Acompáñale al trabajo, o a la universidad, y al rezo. Llámale a diario y envíale mensajes de móvil con contenido religioso. Invítale a comer y hazle regalos”.
Si los terroristas necesitan propaganda para difundir su ideología, captar nuevos miembros, enviar instrucciones y extender el terror, ayer hicieron pleno en las televisiones españolas: un vídeo llamando a los “hermanos” a unirse; otro asustando a los ciudadanos; y un tercero con consejos prácticos. Los tres vídeos fueron emitidos tal como los he contado. Pero no, no hubo necesidad de interceptar clandestinamente la señal: fueron los propios medios los que decidieron regalar esos valiosos minutos de televisión, esas audiencias millonarias.
Sé que Daesh ha sofisticado su “política de comunicación” hasta niveles nunca vistos en la historia del terrorismo: productoras audiovisuales, realización profesional, medios propios, community managers que manejan las redes con una habilidad que ya querrían muchas empresas, y un sentido del espectáculo muy cinematográfico. Además de canales tecnológicos para hacer llegar mensajes a los suyos donde quiera que estén.
Pero su principal recurso está aquí, en occidente: unos medios y unos espectadores fascinados con el terrorismo. Asustados, sí, pero también fascinados. Desde que vimos el 11-S en riguroso directo y desde todos los planos posibles, nos dura esa fascinación. Si hay atentado, queremos verlo, a todas horas y con todo detalle. Si hay operación policial, queremos saber el minuto y resultado, hasta que las autoridades tengan que pedir discreción porque se les iban a escapar los terroristas con solo poner la tele o asomarse a Twitter. Nada nos pega tanto a la pantalla como un cintillo de “Última hora”.
No pido censura, qué va. Ni siquiera eso que pomposamente llamamos “autocontrol”. De poco servirían. Como espectador, soy parte de esa fascinación. Y si no me enseñan el vídeo, o cortan las “imágenes que pueden herir su sensibilidad”, corro a buscarlo en las redes. Si esto es una guerra, la batalla de la propaganda la tienen ganada los malos desde hace tiempo.