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ENTREVISTA

Etxahun Galparsoro, historiador: “Marcelino Bilbao para ciertas élites representó una amenaza por nacer pobre y querer cambiar su destino”

'Carte de deporté politique' de Marcelino Bilbao, el combatiente republicano español que sobrevivió a Mauthausen. |

Juan Miguel Baquero

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El preso número 4628 quiso “cambiar su destino”. Marcelino Bilbao nació pobre y esa idea, cambiar el mundo, era “una amenaza” para “ciertas élites”, como resume Etxahun Galparsoro, autor del libro Bilbao en Mauthausen (Editorial Crítica|Planeta de Libros), con el subtítulo Memorias de supervivencia de un deportado vasco, del que eldiario.es ha adelantado uno de sus capítulos: ‘De camino a Viena (9 de mayo de 1945)’.

La obra recoge el crudo testimonio de Marcelino Bilbao Bilbao (Alonsótegui, Baracaldo, Vizcaya, 16 de enero de 1920 - Poitiers, Francia, 25 de enero de 2014), que penó en campos de concentración nazis como Mauthausen y Ebensee, en Austria. Ahí, “arrastrado hasta las tinieblas”, atesoró una memoria íntima a la que da voz Galparsoro, historiador y sobrino nieto de Bilbao.

Porque Marcelino fue una suerte de víctima desde la cuna. O en la escuela y en la fábrica. Un resistente que quizás combatió al fascismo desde antes de saberlo y cuando estalló la Guerra Civil “no pudo sino coger el fusil que le entregaron” porque los golpistas eran los mismos verdugos de siempre, cuenta Etxahun Galparsoro en esta entrevista.

El que llegó a ser teniente del batallón Isaac Puente de la CNT de Euskadi, condecorado con la Medalla al Valor, “presentó batalla en todo lugar que podía”. Contra cada “injusticia”. En la Francia que le dio cobijo, y donde murió, “Le Pen o Haider fueron sus bestias del momento”. Ahora, dice Galparsoro, “Vox representaría ese espacio” y Bilbao, “se echaría las manos a la cabeza” ante el resurgir de los discursos del odio.

¿Quién era el prisionero número 4628 de Mauthausen?

Alguien que fue arrastrado hasta las tinieblas en contra de su voluntad. Una persona que para ciertas élites representó una amenaza –real o imaginaria– por el simple hecho de nacer pobre y querer cambiar su destino. Y el 18 de julio de 1936 unos militares iniciaron una rebelión contra la gente como él. Esa rebelión se tornó en guerra civil y acabó en exterminio.

Siempre fue un actor secundario, ya que apenas sabía leer o escribir. Nunca fue un líder. Pero sus superiores tanto en la Guerra Civil como sus compañeros de Mauthausen lo apreciaban mucho, probablemente por su labor callada y silenciosa. Como nunca había poseído nada, nunca tuvo apego a objetos materiales. Todo lo compartía. Es así como sale reflejado en las memorias de los demás deportados. Un gregario con criterio propio.

¿Cómo conoce la historia de Marcelino Bilbao?

Recuerdo escucharle desde siempre, desde que tengo uso de razón. Los tíos solían venir a nuestra casa dos o tres veces al año a pasar algunos días. El tío contaba sus vivencias a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharle. Por ejemplo, recuerdo que con seis o siete años yo ya sabía que mi tío había estado preso en un lugar muy malo, que es todo lo que un niño de esa edad puede razonar. También recuerdo saber quién era Hitler mientras mis compañeros de escuela lo ignoraban.

Digamos que en la adolescencia me puse a escucharle de verdad. Y con el transcurso de los años cada vez más, hasta que a los 18 hice un pequeño trabajo sobre él para una asignatura durante mi carrera de Historia. Fue un proceso natural.

Bilbao tuvo una vida rota desde que nació.

Así es. Era huérfano de nacimiento y lo adoptaron. Esto en sí mismo no fue ningún problema, porque la familia adoptiva le dio el mismo trato que a sus verdaderos hijos, mucho cariño. El problema fue la sociedad en la que le tocó nacer, en la Margen Izquierda de la ría de Bilbao, en aquella época uno de los núcleos urbanos más industrializados de Europa.

Las tensiones sociales que se vivían allí eran extremas: el cura del pueblo, que veía que el catolicismo estaba perdiendo influencia y poder, lo expulsó de la escuela por ser hijo de socialistas. Luego, cuando pasó a trabajar a la fábrica, las cosas no fueron mejor: el patrón explotaba a sus empleados –acumulaba infinidad de denuncias por explotación infantil y malas condiciones laborales– y la conflictividad era enorme.

Hay que tener en cuenta que la tasa de desempleo en 1933 en Bilbao llegó a ser del 25%. Siendo un adolescente Marcelino fue despedido de la empresa, pero tras un juicio lo tuvieron que readmitir. Y finalmente, cuando los militares iniciaron la rebelión, Marcelino no pudo sino coger el fusil que le entregaron, ya que creyó que los que habían iniciado la rebelión eran los amigos de los que le explotaban.

Resumiendo, fue víctima de una ruptura que se dio en las sociedades europeas al finalizar la Primera Guerra Mundial: el “viejo orden” –representado por los grandes imperios, la aristocracia con poder económico, parlamentos de sufragio restringido– frente a una nueva sociedad de masas que crecía en torno a la grandes urbes industriales como Bilbao, con nuevos modos de vida y reivindicativas en lo social y lo político. Esa tensión generó víctimas como Marcelino. De ahí nacieron el fascismo y el nazismo. Y de ahí vino la Segunda Guerra Mundial.

En el libro aparece de nuevo la importancia del testimonio oral para construir relatos que por su carácter de memoria íntima escapan de los libros de Historia.

Sí, el clásico ensayo basado en el análisis de la documentación es fundamental para avanzar en la comprensión de cualquier proceso histórico. Pero el testimonio oral, a pesar de los errores que pueda conllevar, aporta una visión muy enriquecedora. Debemos tener en cuenta que la memoria de cualquier individuo no es un elemento objetivo ni fiable.

Yo podría decir que “a lo largo de la Segunda República española hubo un grave conflicto religioso debido a la pérdida de influencia de la Iglesia católica sobre la sociedad del momento”. Pero a una persona que carezca de grandes conocimientos de la época le resultará más sencillo que le diga que “el cura del pueblo no quería que la carnicera vistiera de falda corta porque le parecía inmoral e impuro”. Son dos caras de una misma moneda. Por tanto, el testimonio oral enriquece lo que nos dicen los documentos.

La historia de Marcelino casi se habría desvanecido sin este libro, como ha ocurrido con tantas otras. ¿Qué importancia tienen estos relatos paralelos a la gran Historia para construir la memoria colectiva?

En general, son muy importantes, pero en este caso concreto tienen una importancia absoluta. La explicación es muy sencilla: la memoria de estos testigos es crucial para documentar los crímenes que se cometieron en los campos de concentración. Debemos tener en cuenta que la SS anotaba sus asesinatos como “fallecido por paro cardíaco” o “suicidio”. En ningún papel se dice: “hoy hemos asesinado a tantos”. Sin embargo, gracias a estos testimonios, sabemos que lo anterior es falso. Y lo sabemos porque el testimonio de uno refuta a la del otro, con datos precisos, formando una tela de araña.

¿Cómo sobrevive Marcelino Bilbao a los campos de concentración nazis?

Fundamentalmente, gracias al azar. Como todos los que sobrevivieron. Esto se demuestra con una pequeña anécdota. Marcelino fue seleccionado al azar con otros 29 individuos para realizar un experimento médico. La SS entró a la barraca en el que se encontraba y se los llevaron a todos, sin tener en cuenta el rango que ocupaban en la jerarquía presidiaria. Por tanto, en Mauthausen no había nada que te asegurara la supervivencia. Nada.

Y luego hubo otra serie de factores que influyeron en menor medida, pero que son destacables: ser alguien popular por jugar bien al fútbol en el campo, participar en el engranaje clandestino de contrabando que habían creado los prisioneros de rango superior y por último la Resistencia que organizaron los propios republicanos españoles una vez que dejaron atrás su peor época de exterminio.

¿Y cómo vivió la liberación?

A quién se acerca por primera vez al testimonio de Marcelino le suele llamar la atención la crudeza con la que describe la venganza que se tomaron contra los guardianes y los kapos. Según parece ha sido un capítulo que los deportados prefirieron olvidar, no por mala conciencia sino porque recordar aquello tampoco debía de resultar sencillo. Marcelino ha debido de ser la excepción.

Por lo demás la liberación fue un calvario. Los republicanos españoles representaban un gran problema para los Aliados, porque carecían de un país al que regresar y había que encargarse de ellos. Por tanto, era un colectivo “molesto”. Esto les generó un gran sufrimiento, porque a pesar de ser liberados, allá a donde iban sentían que no eran bienvenidos.

La vida, tras la victoria, tampoco fue fácil.

No fue nada fácil. La mayoría se tuvo que instalar en Francia, un país absolutamente extraño para ellos: no tenían ni familiares, ni conocidos, ni una casa a la que regresar, ni siquiera un antiguo empleo… Luego también estaba la actitud de muchos franceses que los trataban con desdén, como si hubieran llegado al país para aprovecharse de sus recursos. Hasta que el testimonio de los deportados franceses y la actitud de los propios republicanos españoles ayudaron a que esta percepción fuera cambiando.

Y también está el gran tema que se suele obviar cuando se habla de la deportación: y es que parece que todos los males acabaron en 1945, pero esto está lejos de la realidad. El programa de exterminio nazi se prolongó durante muchos años, aunque fuera invisible: las muertes prematuras de los compañeros, las enfermedades crónicas, los grandes traumas… Problemas que no sólo cargaron los supervivientes, también las familias de estos deportados los tuvieron que sobrellevar.

Me preguntaba mi hijo (13 años), hablando del libro Bilbao en Mauthausen, si en los campos nazis hubo algún conato de rebelión. ¿Cómo era la resistencia en aquella arquitectura concentracionaria?Bilbao en Mauthausen

Más que de rebelión hubo un conato de fuga. Algunos centenares de rusos trataron de armarse, derribar las alambradas y fugarse. Salió mal, porque todos fueron eliminados o apresados. El problema de pretender rebelarte en un campo de concentración estriba en que si una cárcel “rompe” al prisionero por medio del aislamiento, uno de concentración “lo ahoga” por exceso de compañeros. La falta de espacio elimina cualquier tipo de acción o iniciativa individual, y no digamos ya colectiva. No hay posibilidad de organizar nada “gordo” en secreto. Y por tanto, tampoco una fuga.

La resistencia fue inexistente hasta el año 1943, momento en el que hubo un cambio en la jerarquía presidiaria: los prisioneros alemanes fueron reclutados para la guerra y su lugar fue ocupado por los españoles. Y los republicanos españoles primero pudieron saciar un poco su hambre y, a partir de ahí, pensar en otras cosas. La idea central de la resistencia básicamente se reducía a dar respuesta a un posible exterminio general en el momento en que las SS vieran perdida la guerra y se decidieran a no dejar vivo a ningún testigo.

Y ese “padecimiento sin límite” del cautiverio da paso al “tormento interior” que describe en el libro.

Un tormento interior que a todos los acompañará el resto de sus vidas. Y que lo paliarán mediante los viajes colectivos a Mauthausen, asambleas, congresos, homenajes y demás eventos que organizan los propios deportados. Actos sociales que sirven de excusa para realizar una profunda terapia de grupo. Cada cual sobrellevará ese “tormento interior” como pueda. Algunos hablarán del tema por necesidad, como es el caso de Marcelino, otros se callarán porque prefieren no verbalizarlo… Cada deportado es un caso único.

¿Para qué sirve rescatar y difundir la Memoria?

La respuesta más sencilla sería que “para que no se repita”, pero desgraciadamente vemos que eso no sucede, ni de lejos. Así que supongo que para que reflexionemos sobre lo que podemos llegar a hacer como Humanidad. Tenemos capacidad para emprender un montón de acciones positivas, pero también hemos demostrado que somos capaces de enviar los hijos del vecino a la cámara de gas sin llegar a inmutarnos. Puede llegar a ser muy inquietante.

¿Cuánto pesa para un país la carga de no dar respuesta a graves violaciones de los Derechos Humanos, caso de España con el franquismo?

Mucho. El dolor de las violaciones de derechos humanos que no son resarcidas se transmiten en el tiempo. Lo he podido comprobar personalmente: cuando hablamos de deportados a los campos de concentración nazis, solemos creer que estamos hablando de un tema que finalizó hace 75 años. Pues nada más lejos de la realidad. El pasado año recibí varios emails de personas que me pedían ayuda para buscar a sus familiares. ¡Estamos en el 2020 y la gente sigue buscando información sobre sus allegados!

¿Qué pensaría Marcelino Bilbao del nuevo auge de los discursos del odio?

Sin duda alguna, se echaría las manos a la cabeza. Tal como hacía cada vez que encendía las noticias de la televisión y veía alguna injusticia, aunque fuera al otro lado del mundo. Marcelino lo primero que hacía era informarse con criterio. Elegir medios de comunicación de calidad y prestigio para contrastar la información. Y luego, si lo consideraba oportuno, actuar. Presentar batalla en todo lugar que podía: Le Pen o Haider fueron sus bestias del momento. Ahora Vox representaría ese espacio.

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