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Hombres Nadie

Cientos de personas en la puerta del Ayuntamiento de Olivares tras el asesinato de Estefany

Miguel Lorente

Érase una vez Don Nadie, casado con una mujer con nombre y apellidos a la que mostraba su “amor” a base de golpes y amenazas, pero como era Don Nadie ninguna persona daba crédito a la violencia que ella contaba. Un día, cansada de que no hubiera alguien que la ayudara, decidió denunciar a su marido ante la Policía, pero cuando iba a ser detenido, como era Don Nadie y no se puede detener a quien es nadie, lo dejaron en libertad. Luego en el Juzgado, asustada por si acababa con su vida, pidió una orden de protección, pero, del mismo modo, cuando miraron el expediente y vieron que su marido era Don Nadie, no se la dieron al pensar que no hace falta proteger a alguien de Nadie. Y así transcurrieron los días hasta que una mañana ese agresor se quitó el disfraz de “hombre Nadie” y se presentó con la verdad de la violencia para asesinarla ante la sorpresa de todo el mundo.

Lo ocurrido con Estefany M. González en Olivares no es tan diferente a lo que sucede con otros muchos casos de violencia de género. Es cierto que las consecuencias son distintas y los elementos difieren entre ellos, pero en todos hay una violencia normalizada bajo las referencias de la cultura machista, y en todos hay una falta de credibilidad en el relato de las mujeres unido, con frecuencia, a un cuestionamiento sobre su decisión e intención al denunciar. Y esa falta de credibilidad en la palabra de las mujeres es la esencia de la violencia de género, y explica la evolución que tenemos en la actualidad.

Los datos son objetivos: el 42,9% de las mujeres asesinadas en 2016 habían interpuesto una denuncia, el porcentaje más alto de toda la historia, una situación inadmisible y nada casual en una sociedad en la que a pesar de las 700.000 mujeres maltratadas y de las 60 asesinadas cada año, se dice gratuitamente que el 80% de las denuncias son falsas, aunque la Memoria de la Fiscalía General del Estado (2016) recoja que estas denuncias representan menos de un 0,1%.

No tiene sentido que en los últimos años se haya pasado de un 19,2% de mujeres asesinadas tras la denuncia (2012) a ese 42,9% de 2016. Un incremento que no se puede justificar por la falta de medios técnicos, ni de personal u otro tipo de recursos, sino por una actitud machista que juega con la idea de perversidad de las mujeres al presentarlas como autoras de denuncias falsas para quedarse con “la casa, la paga y los niños”.

Es curioso ver cómo desde el machismo no se cree a las mujeres cuando denuncian, a pesar de que cada año hay 700.000 que sufren la violencia de género, y sí las creen cuando retiran la denuncia sin tener en cuenta las amenazas y la presión social que las culpabiliza bajo la idea de ser ellas quienes “mandan a la cárcel al padre de sus hijos”. Ese es el poder del machismo, que puede decir una cosa y la contraria sin que haya alguien que piense que miente al menos en una de las dos ocasiones.

Los hombres nunca son cuestionados, ni siquiera aparecen como parte del relato que protagonizan ellos mismos como asesinos, quedan al margen. Ellos son los “hombres-nadie”, los “hombres invisibles”, los “presuntos” cuando la muerte los separa, los “buenos vecinos”… El reflejo de esta realidad ha quedado plasmado en el comunicado del Ayuntamiento de Olivares, ciudad donde residía Estefany M. González. Un comunicado donde se recoge la historia de Estefany, la violencia sufrida, su vínculo con los hijos y el pueblo… y en el que no se menciona ni aparece el agresor. Ese otro Nadie que asesina desde la invisibilidad y con la pasividad de una sociedad que prefiere esperar el drama para justificarse en el lamento.

Si los ayuntamientos en lugar de hacer un comunicado de apoyo a las víctimas asesinadas por violencia de género y de guardar un minuto de silencio, alzaran la voz contra cada uno de los asesinos para que dejaran de ser “Nadies”, y los declararan “personas no deseadas” en sus municipios, harían mucho para que otros “Nadie” que ahora mismo están pensando en asesinar a sus mujeres abandonen esa idea.

Todos estos criminales son asesinos morales, es decir, actúan para defender sus ideas, valores y una posición como hombres que no van a permitir que se vea cuestionada por la decisión de sus mujeres. Por eso necesitan sentirse acompañados y comprendidos por una sociedad que, de una manera u otra, los entiende y justifica a través de algunas circunstancias (alcohol, drogas, trastorno mental…) o de la idea de provocación por parte de la propia víctima. Acabar con esa construcción moral en la violencia es fundamental para contribuir a la prevención, y sin embargo, ni siquiera el Gobierno participa en esa crítica social al negarse a condenar de manera explícita cada asesinato, algo que no había ocurrido hasta este Gobierno con prórroga y descuento.

Lo “invisible no debería ser tomado como inexistente”, lo dijo Catharine MacKinnon, y los “hombres-Nadie” se hacen invisibles entre el camuflaje de una cultura hecha con fragmentos de ellos mismos en forma de ideas y valores. Pero están ahí, detrás de cada silencio e invadiendo las redes sociales con sus mentiras sobre las denuncias falsas y sus verdades sobre el odio que muestran hacia las mujeres sin que nadie haga nada frente a ese machismo del posmachismo. Del mismo modo que también está presente cada “hombre-Nadie” en su casa, utilizando la violencia y esperando su momento para matar ante la sorpresa de quienes, cuando escucharon el relato de sus víctimas, no supieron ver a ninguno de esos “Nadie” en el origen de los golpes.

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