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Los obispos contra el milagro de los panes y los peces

Omella

Juan José Téllez

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Los obispos, ya se sabe, viven como obispos. Así, visto lo visto, la Conferencia Episcopal Española está de acuerdo con la limosna, pero no con la justicia. A los obispos españoles no les parece mal –sería el colmo—que se establezca un ingreso “indispensable” para las familias en riesgo de exclusión, pero siempre que sea transitorio. A los prelados les incomoda la idea de que el Gobierno español auspicie una renta mínima estable y duradera, no vaya a ser que los pobres dejen de pedir en la puerta de los templos.

El problema estriba en que no sólo es el Gobierno español quien habla de ello. El Papa Francisco se dirigió recientemente a las comunidades cristianas, respaldando la idea de que “este puede ser el momento de considerar una renta básica universal”. Así que el secretario y portavoz de la Conferencia, Luis Argüello, parecía que estaba leyendo un comunicado de la FAES más que una encíclica del Papa, cuando argumentaba que la renta “no es deseable a largo plazo”. Ya que “es muy importante que las personas puedan ejercer sus capacidades con un puesto de trabajo. La necesidad perentoria de una renta mínima en este momento no debería ser una coartada para una especie de subsidio permanente que retirase del horizonte de las personas el pensar el poder tener un trabajo, desarrollar sus capacidades y en la relación con otras personas”.

Si Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, es afín a Bergoglio, ¿qué dejaremos para el club de fans de Rouco Varela, que a pesar de su retiro sigue mandando mucho en la curia española? Quizá es que ya pasó aquel tiempo en que, a decir de monseñor Tarancón, los obispos españoles tenían tortícolis de tanto mirar a Roma. Ahora parece definitivamente que no.  Lo que dice el Vaticano, visto lo visto, no va a misa en el caso de nuestras mitras patrias que, de paso, parecen haber olvidado las posiciones de la Doctrina Social de la Iglesia a este mismo propósito, cuando admite que ante una situación grave de paro obrero cabría establecer un salario social.

Cualquier día, vemos a los hombres púrpura arrancando las páginas del Nuevo Testamento cuyos versículos refieran las fakes news de las bienaventuranzas o del milagro de los panes y los peces. Y es que probablemente piensen que ese tal Jesucristo sólo perseguía mantener una red clientelar y pesebrista, desde posiciones antípodas al neoliberalismo.

“Con olor a oveja”

Los obispos, ya se sabe, viven como obispos. Y no, por lo común, como los quiere el Papa actual: “Humildes y austeros, en medio del rebaño, con olor a oveja y no en los aeropuertos”. Aunque, eso sí, no todos los obispos viven y mueren de la misma manera, como atestigua el caso de monseñor Óscar Romero, asesinado en El Salvador. Y no es lo mismo el apostolado episcopal de Herder Cámara o de Pedro Casaldáliga y Santiago Agrelo, que los excesos del suntuoso ático del todopoderoso obispo cardenal Tarsicio Bertone; o de Franz-Peter Tebartz-van Elst, que gastó 31 millones de euros en remodelar su residencia; o del arzobispo de Atlanta, Wilton Gregory, que gastó otro dineral en remodelar la suya con la intención de venderla, a pesar de que se trató de una donación privada a la diócesis para ayudar a los empobrecidos del lugar. Por no hablar del célebre caso de monseñor Nunzio Scarano, conocido por Monseñor 500 por su afición a tales billetes de euros y que terminó en la cárcel por blanquear dinero a través de supuestas donaciones caritativas. Si un obispo español gana en torno a 1.200 euros personales, frente a los 800 euros de los párrocos, ¿de dónde sale el parné de algunos excesos de estos nuevos apóstoles, por más que no paguen alquiler, ni IBI y les salga a devolver la declaración de la Renta?

Respecto a este asunto de la renta mínima, la postura supuestamente tibia de los prelados --a los que presumiblemente Jesucristo echaría de su boca si hemos de creer en los evangelios--, no es tan tibia, sino que rebela de nuevo el alineamiento de la jerarquía eclesiástica como multinacional que también es con los postulados de los sectores empresariales y financieros más calvinistas que católicos. Claro que la pregunta del millón la formuló hace ya mucho Eduardo Punset: “¿Hay alguien que busque soluciones en lo que dicen los obispos?”.

Con la que está cayendo y con la que va a caer, en lo que se presume como una formidable depresión económica a escala mundial y española, los profesionales del obispado prefieren seguramente que los pobres pasen estrecheces para que eso les impulse a buscar un trabajo que por otra parte no va a existir fácilmente. “El hombre que inventó la caridad, invento al pobre y le dio pan”, escribía Víctor Manuel en una de sus más viejas canciones. Como aquel legendario Domecq que se acercó en Jerez a un cura de barrio para decirle que iba a dar una comida a los pobres y quería saber qué era lo que pobres comían para prepararles un menú adecuado.

La jerarquía eclesiástica se plantea, eso sí, realizar ellos y los presbíteros una donación de una parte de su sueldo o cualquier otra suma voluntaria para los necesitados. Está claro que ellos no lo necesitan, habida cuenta de la opulencia en que suelen vivir nuestros príncipes de la Santa Madre, convertidos otrora en notarios que inmatriculaban propiedades a nombre de la misma con la misma velocidad fabril que Charles Chaplin en “Tiempos modernos”. Para los dispendios y entresijos monetarios de este asunto, conviene siempre asomarse al libro “Iglesia S.A. Dinero y poder de la multinacional vaticana en España”, del perspicaz y riguroso periodista Ángel Munarriz, que arroja algunos datos interesantes como los 700 millones de euros que la Iglesia Católica se ahorra en España, cuando sus feligreses deben pagar a tocateja dicho impuesto, aunque entren en un periodo de bancarrota como el que presumiblemente nos aguarda.

Más allá de sus obispos, la Iglesia católica española sobrevive a veces con opulencia merced al erario público: se trataría de una empresa rescatada por el Estado pero que al mismo tiempo elude al fisco como recomienda la más sofisticada ingeniería financiera neocon. ¿Cómo puede contemplarse al pueblo de Dios desde la lujosa vivienda de 370 metros cuadrados por la que Rouco cambió la Residencia de las Hermanitas de los Desamparados, en la que residía su predecesor? Seguro que sus vistas no dan a los comedores de algunas parroquias o de Cáritas, una entidad a la que por cierto presiden los obispos en cada diócesis a través de la pastoral social. El viejo cardenal ha creado escuela, desde luego.

Es fama que, por ejemplo, Rafael Zornoza, obispo de Cádiz, despachaba botellas de vino de 200 euros en “El Faro”, mientras despedía trabajadores o entraba en operaciones especulativas de dudoso calado social. Desde los coches oficiales –así se ha dicho siempre de los políticos—no suelen verse los arrabales del estado del bienestar. Y muchos obispos tienen coche oficial, con chófer incluido, con lo que probablemente no sean capaces de pararse a saludar a los profetas medio jipis que viajan en borriquitas como si fueran Greta Thunberg. 

Iglesia por el Trabajo Decente

Cuando a comienzos de marzo salió elegido el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella, cardenal y obispo de Barcelona, muchos vieron en él la encarnación del estilo Francisco en nuestro país. Sobre todo, así lo presumieron, los veintinueve obispos que no le votaron y que preferían sin duda a Felipe Hérraez. Así que, por nadar y guardar la ropa, Omella ha sorprendido a propios y a extraños con ese posicionamiento en torno a la renta mínima por parte de la conferencia que preside, más propia de la línea retro que representaba su predecesor Ricardo Blázquez.

Los primeros sorprendidos quizá sean los integrantes de la plataforma Iglesia por el Trabajo Decente (ITD), que aglutina a entidades como Cáritas, Conferencia Española de Religiosos CONFER, Hermandad Obrera de Acción Católica HOAC, Justicia y Paz, Juventud Estudiante Católica JEC y Juventud Obrera Cristiana JOC, y que han difundido un manifiesto de cara al inminente 1 de mayo bajo el coronavirus. La jerarquía cuando no convoca, como en Granada, liturgias clandestinas, acaricia la idea de convertir en un mitin ultra el funeral previsto en Alcalá de Henares como funeral por los caídos en la pandemia.  Estos cristianos de base, sin embargo, juegan en otra pantalla y exigen, entre otras cosas de comer, precisamente, la aprobación de un ingreso mínimo garantizado, el reconocimiento del derecho a la prestación por desempleo para las personas empleadas de hogar, la regularización extraordinaria e inmediata de los trabajadores “sin papeles”, así como un pacto de Estado que apueste por la centralidad de la persona y el trabajo decente. En concreto, exigen lo contrario que sus jefes espirituales, “el reconocimiento de un ingreso mínimo garantizado en un programa articulado que integre las políticas sociales en España”.

Los obispos no parecen haber leído a San Agustín, quien recordaba como en una ocasión en la que Pablo se encontraba en una gran indigencia, “los hermanos le enviaron con qué remediar su indigente necesidad”. “El les dio las gracias y les dijo: Al socorrer mis necesidades, habéis obrado bien. Yo he aprendido a arreglarme en toda circunstancia. Sé vivir en pobreza y abundancia. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación”.

Los obispos, en cambio, parecen discrepar de ambos santos. San Pedro no tenía tarjeta de crédito, como dijo Francisco, pero quizá algunos obispos tengan una tarjeta black. Negro ya es el porvenir de su rebaño que, en estas fechas, por cierto, tendrá que decidir qué casilla marca en la declaración de la renta. Ahí lo dejo.

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