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Sobre este blog

El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

La violencia que no incomoda

Pancartas abolicionistas de la prostitución en una movilización del 25N en Sevilla.

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Hay mujeres que no importan. Mujeres que nadie nombra. Mujeres que duelen en silencio, pero no lo suficiente como para interrumpir el curso de lo normal. Mujeres pobres, migrantes, racializadas, marcadas por la desigualdad antes incluso de poder soñar con otra vida. Mujeres a las que cada día se les impone la violencia como única posibilidad.

Eso es la prostitución: la violencia más extrema y, al mismo tiempo, más normalizada que se ejerce contra las mujeres y niñas. La más antigua, la más rentable y la más normalizada. La que ocurre cada día, en cada ciudad, en cada barrio, mientras el mundo sigue girando como si nada. Porque hemos aprendido a no verla. O peor aún: a justificarla.

Se ha dicho que es un trabajo, que es una elección, incluso que es empoderamiento. Pero ¿cómo puede haber elección cuando no hay alternativas?

Hay una realidad que nunca se dice lo suficiente: ninguna niña sueña con ser prostituta. Ninguna. Lo que ocurre en el camino es otra cosa. Es la violencia, la pobreza, la soledad, el miedo y la exclusión. Es la falta de oportunidades, la presión y la desesperación. Es una vida que se estrecha tanto que parece que no hay más salidas. Y eso no es libertad. Porque donde no hay justicia, no puede haber libertad.

Y no es sólo la industria proxeneta. Es también esa parte de la sociedad que trivializa el daño, que habla de “servicios” y de “consumo” sin preguntarse nunca qué se está comprando. Es también esa parte del poder que se proclama feminista pero calla ante los hombres que lideran sus filas, incluso cuando se sabe —o se sospecha— que forman parte del sistema prostituyente. Hombres que legislan sobre igualdad mientras participan de un sistema que la niega en su forma más cruel. Y mujeres valientes que resisten desde dentro de esas esferas, sosteniendo el compromiso feminista con dignidad y luchando contra la hipocresía que se disfraza de modernidad.

Nos dicen que es complejo. Que hay matices. Que algunas mujeres no lo viven como violencia. Como si el hecho de que no todas griten hiciera menos dolorosa la opresión. Como si el sufrimiento necesitara justificarse con estadísticas. Como si no bastara una sola vida devastada para decir: basta.

El feminismo abolicionista no juzga a las mujeres que están en prostitución. Al contrario, las escucha. Las acompaña. Lucha para que tengan una salida, para que sus historias no se pierdan, para que ninguna más tenga que pasar por lo mismo. Y, sobre todo, señala a los verdaderos responsables: los que pagan, los que se lucran y los que se callan.

Porque mientras haya hombres dispuestos a pagar por tener poder sobre el cuerpo de una mujer, no habrá igualdad posible. Mientras el sufrimiento se disfrace de consentimiento y la explotación se vista de libre elección, el patriarcado seguirá funcionando a plena luz del día. Mientras la sociedad tolere que algunas mujeres sean tratadas como cuerpos disponibles, ninguna lo estará del todo a salvo.

La prostitución no es una cuestión privada. No es un debate filosófico ni un asunto moral. Es un problema político, social y profundamente ético. Es la expresión más brutal de un sistema que nos sigue diciendo que unas vidas valen menos que otras. Y por eso, no basta con discursos. Hace falta acción. Hace falta valentía. Hace falta una ética pública que no mire para otro lado.

Queremos vivir en una sociedad donde ninguna mujer tenga que pagar con su cuerpo las deudas de un mundo injusto. Una sociedad que no tolere que la violencia se comercialice. Que no sepa mirar hacia otro lado. Que entienda que hay dolores que no deberían soportarse en silencio. Y que se atreva, al fin, a decir en voz alta lo que llevamos siglos gritando: ninguna mujer es un objeto. Ninguna.

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