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Sebastião Salgado: “Quiero contribuir al reconocimiento de los indígenas con mis fotos”

Sebastião Salgado a l'exposició de 'Gènesi' al CaixaFòrum de Barcelona / ENRIC CATALÀ

Josep Carles Rius

Barcelona —

Sebastião Salgado planteó el proyecto Génesis como la última gran aventura de su vida. Durante ocho años reflejó comunidades indígenas, paisajes y fauna de la naturaleza más frágil del planeta. El resultado pudo verse por capítulos en la prensa cuando aún existía papel para la profundidad y la calma. Ahora Génesis constituye una extraordinaria exposición que recorre ciudades de todo el mundo y que acaba de recalar en Caixa Fòrum, en Barcelona, hasta el 8 de febrero del 2015 y por iniciativa de Obra Social La Caixa. Es una gran historia de la naturaleza y el ser humano, de las mismas dimensiones que las ya míticas Trabajadores (1993) y Éxodos (2000). Y, por fortuna, no ha sido la última. Sebastião Salgado acaba de cumplir 70 años y sigue con la cámara al hombro, con su blanco y negro, con todos los matices del gris, con las copias artesanales que luego se convierten en codiciadas piezas de coleccionista. Sigue también en el cine gracias a La sal de la tierra, un documental realizado por Wim Wendders y el hijo del propio Salgado, Juliano, que le acompañó en varios de los 32 viajes de Génesis.

Después de recorrer todo el mundo con el proyecto Génesis, ahora ha concentrado su trabajo en las comunidades indígenas de Brasil. ¿Es un regreso a los orígenes, cuando usted era un economista comprometido con las comunidades más desfavorecidas?Génesis

Mi voluntad es contribuir al reconocimiento de los indígenas. Que las próximas generaciones tengan otra sensibilidad respecto a los pueblos ahora amenazados. El 13 por ciento de Brasil es territorio indígena y, a diferencia de otros países donde fueron confinados en verdaderos campos de refugiados, existen comunidades que conservan su hábitat. ¿Pero hasta cuándo? La cultura indígena está amenazada por la presión agrícola y minera, por los buscadores de oro, que son decenas de miles de personas que penetran en un territorio y lo destruyen desde el punto de vista ecológico.

¿No son conscientes los brasileños de que este patrimonio humano y natural está en peligro?

Los portugueses iniciaron la colonización de Brasil con 1.500 hombres. Durante cincuenta años no llegó ni una mujer. La población creció a partir de aquí, a partir de la relación de los portugueses con mujeres indígenas. Luego hubo el tráfico de esclavos procedente de África. Nuestras raíces son la mezcla. Todo nuestro origen tiene sangre indígena. La buscamos en Portugal, en Italia, en Alemania, en España, en Japón… pero nuestra sangre está aquí. Por eso les debemos un gran respeto a los indígenas. Cómo he podido comprobar en Génesis, el vínculo entre el ser humano y la naturaleza es muy estrecho. Si defendemos a las comunidades indígenas también defendemos la naturaleza, y viceversa. Las nuevas generaciones deben ser plenamente conscientes de ello. Quiero que mi trabajo sirva para las escuelas, para las universidades, para que en el futuro se respete la cultura indígena

¿Qué más puede hacer un fotógrafo ante este desafío?

Existen más de cien grupos ‘no contactados’ es decir, que no han tenido nunca relación con otras civilizaciones. Tenemos que preservar su mundo. Proteger a los pueblos indígenas es proteger también el Amazonas. Por ejemplo, acabo de hacer un reportaje sobre la tribu Awa, que estaba sometida a una presión insoportable. Su tierra fue invadida por más de cuatrocientas explotaciones forestales. La publicación del reportaje en la prensa brasileña forzó la intervención de las autoridades. El Gobierno federal envió al ejército y a la policía y hemos logrado preservar la reserva de los Awa. Es un territorio de las dimensiones de Bélgica, pero está totalmente cercado por la llamada civilización. Y tiene el valor, además, que en su interior aún viven tres grupos que no han sido contactados

Un reportaje con unas consecuencias directas sobre la realidad. ¿Es como un regreso al fotoperiodismo de siempre?

Yo diría que siempre he hecho mis historias. Mi trabajo es mucho más fotografía documental que fotoperiodismo. Mi trabajo es una dedicación a largo plazo a las historias que interesaban al fondo de mí alma. Eran ‘mis historias’, no ‘encargos’ periodísticos. A Éxodos dediqué cinco años y a Génesis ocho años. Por desgracia somos muy pocos fotógrafos los que podemos trabajar así.

Periodismo, fotografía documental, arte…

Sí, la fotografía se ha convertido en un gran negocio como arte. La revolución digital ha hecho que una fotografía puede multiplicarse miles de veces. Deja de ser una fotografía y se convierte en una imagen. Y por la que ya nadie paga. Esto afecta también a nuestras vidas. Antes la fotografía se guardaba físicamente, era nuestro archivo, nuestra memoria. Hoy la imagen se toma con un teléfono, se transmite, se ve en pantallas. Es otro concepto. En la medida que el mundo se llena de imágenes fugaces cobra cada vez más valor la fotografía como objeto, incluso como obra de coleccionista.

¿El riesgo es que la fotografía se convierta en una pieza de galería?

Es verdad. Por ejemplo, una vez al año se celebra el certamen Paris Foto y cientos de galerías se llenan de fotografías, pero la mayoría tienen poco interés. Porque son fotografías realizadas para estar allí, para ser expuestas. Mi obra no ha sido hecha para estar en una galería. Tiene otros objetivos. Si después se expone en una sala no es lo esencial. En aquellas galerías, las fotografías que tienen poder son las de Cartier-Bresson o Robert Capa, o los grandes maestros, que hicieron fotos como las mías, con un propósito, no como fotos para estar en una sala de exposiciones. Génesis, por ejemplo, ha sido para mí un viaje interior, como una carta de amor a la tierra, al 46% del planeta que permanece en el estado en el que se hallaba en época del Génesis. Yo buscaba esta pureza.

Pero si la fotografía queda atrapada entre la multitud de imágenes digitales y las salas de exposiciones, ¿Qué espacio le queda al fotoperiodismo?

Por desgracia, le queda muy poco espacio. Nada. A mí me respetan como un creador, pero el fotoperiodismo que refleja los conflictos es obra de jóvenes freelance que arriesgan sus vidas, no de la apuesta de grandes medios de comunicación.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Hemos cambiado la ética por el lucro. Los valores ahora son rentabilidad, liberalismo, productividad… La dinámica informativa es tan acelerada que agota a las sociedades, genera agresividad. Vivimos en otro mundo en el que hemos participado todos. Que tiene nuestro consentimiento. Es como si estuviésemos dentro de un acelerador de partículas. Es una evolución en un sentido que no me gusta. Pero tampoco me siento capaz de juzgar esta nueva época.

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