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“Los habitantes de los bosques son los principales conservadores de la naturaleza”

Félix Romero

Alicia Avilés Pozo

La ecología está en todas partes y por lo tanto en nuestra vida. Es algo humano, terrenal y sujeto a muchos condicionantes. Esta es una de las premisas con las que el escritor, viajero y experto en gestión de recursos naturales Félix Romero ha publicado su primer libro, ‘El árbol de los pigmeos’, de la editorial Círculo Rojo. En esta obra, que se presenta este domingo día 22 de abril en el espacio sociocultural Urbana 6 de Toledo, el lector inicia un viaje al corazón verde de África en la realidad actual, a través de los bosques tropicales africanos y de la vida de personajes muy especiales.

A través de ellos, se invita a reflexionar sobre la conexión del hombre con la naturaleza, sobre la belleza y la barbarie, sobre el desarrollo y la pobreza. Antes de la presentación, en la que le acompañarán la periodista Ángel Sánchez-Infntes y Eduardo Sánchez Butragueño, académico de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, hemos podido mantener una charla con el autor, donde nos desvela parte de esas claves y nos regala otras muchas reflexiones sobre el continente “olvidado2:

¿Cómo surge la idea de escribir este libro?

Forma parte de las inquietudes personales que uno va acumulando durante toda su vida. Yo estuve siete años trabajando muy de cerca en los países de la cuenca del Congo, durante tres o cuatro veces cada año, en el desarrollo de proyectos que buscaban el uso responsable de los bosques. En ese contexto, al final te haces con una visión muy precisa de África, de su pobreza, de sus condiciones geopolíticas, de su vida y de cómo el resto del planeta mira a esa parte por toda su riqueza en recursos naturales. Me interesaba mucho acercar al público, a través de la literatura, lo que hay detrás de la situación de los bosques en la cuenca del Congo. Todo ello desde los ojos de un viajero, de un experto, de una persona que está trabajando para que esos bosques se gestionen lo mejor posible. Ante todo, he querido destacar el valor de África, sus emociones, sus ríos, su gente, en un continente que hemos castigado y seguimos castigando tanto.  

¿Entonces es una experiencia mezclada con ficción o al revés?

Todo está basado en hechos reales y lo que hay es real, o ha pasado o es factible de pasar. Está estructurado de tal manera que permite desvelar todo lo que necesitaba contar. Es novela-ficción pero hay detalles históricos que son reales, situaciones concretas que he visto o han pasado, y eso me ha permitido ordenarlo. El estilo vendría a ser periodismo narrativo. Al final queda un poco indefinido entre eso y el libro de viajes. Yo tampoco termino de saber cómo ubicarlo.

Los géneros híbridos hoy en día son algo habitual en literatura de viajes. Supongo que con ello has querido recordar a Ryszard Kapuscinski (periodista, ensayista y escritor especializado en África).

Efectivamente, ‘Ébano’ (una de sus obras más conocidas) es una referencia para este libro y es una de mis obras de cabecera. No llega a ser lo mismo, hay un abismo, pero si eres un viajero y te interesan los bosques y los recursos naturales en el presente, sí que puede resultar interesante. De hecho, Casa África ya lo ha recomendado.

En tu libro hablas de zonas muy pobres, pero donde existe una gran concienciación sobre la ecología. ¿Es algo común en estos países?

Sí, la gente allí vive del bosque y con el bosque, y saben que es su casa, sobre todo si hablas concretamente de los pueblos indígenas, de los pigmeos, que conocen el medio mejor que nadie. Viven de tal manera que la vida y la muerte es lo mismo. El libro trata de desnudar la mente occidental en determinadas cosas que forman parte de la ecología. Allí se caza para comer, y eso se mantiene, lo que no se mantiene es cuando un agente externo viene de fuera y arrasa con todo. El libro cuenta que los habitantes de los bosques son los principales conservadores de la naturaleza. Lo que viene de fuera es lo que imprime otra velocidad y está sujeto a intereses económicos con dimensiones descomunales en relación a lo que bosques pueden soportar.

Entonces, ¿juega un papel fundamental en tu libro la explotación de los recursos naturales?

Claro, no se puede contar de otra manera. Aquello está muy determinado por lo que fue el reparto de la Conferencia de Berlín y sobre todo desde la Segunda Guerra mundial, la descolonización y el proceso independentista africano, que se ejerce en la teoría, pero en la práctica, los intereses económicos se mantienen. Es así, y la historia y el contexto es ese. Sin embargo, el relato del libro es contemporáneo, del siglo XXI, y cuenta cómo está África ahora y el paradigma del cambio, dejando de estar menos afectada por Europa y pasando a ser una despensa de Asia, sobre todo de China y de India. Eso genera una situación de ansiedad porque lo que Europa y Occidente no han sabido imprimir en África desde el punto de vista del desarrollo, ahora posiblemente Asía le dé otra vuelta. Pero ante todo hablo de una historia humana, de personajes que entran y que salen, y como novela hay un hilo conductor que busca enganchar al lector de novela.

Lo que quiero transmitir, al final, es la importancia de la ecología para la vida. No una visión radical, pero sí su defensa para los propios seres humanos. Tenemos que entender que sistemas como la cuenca del Congo tienen un interés más allá del propio concepto de no cortar un árbol.

¿Con ello buscas también romper ciertos estereotipos sobre el ecologismo?

Sí, se trata también de desmontar esos prejuicios establecidos por tantos años de visión, de periodismo, que al final nos llevan a sacar conclusiones que no siempre son precisas. Yo defiendo la ecología como un sistema que tiene que funcionar pero que tiene sus límites. No pasa nada si lo tocamos. No tengamos miedo a cortar un árbol si se corta de determinada manera. Con lo que hay que tener cuidado es con otras muchas fuerzas externas que hacen que, si no lo cortamos bien, haya muchos intereses para que al final ese árbol no exista. El corolario de filosofía de este modelo ecológico es: mejor cortar un árbol y que tenga un interés, a decir que lo vas a proteger hasta que al final llegue una empresa que dé mucho dinero al Gobierno y se deforeste un bosque entero.

¿Cuál es el estado actual de la cuenca del Congo en cuanto a sus gobiernos nacionales?

Hay algo que me preocupa mucho de la zona, y es que durante muchos años se están manteniendo gobiernos cuyos presidentes son personas muy mayores, que se han mantenido por muchas circunstancias, sobre todo porque son democracias en medio de una gran pobreza y muy pocos recursos educativos. Eso está mezclado con la gran cantidad de recursos naturales que no utilizan para ellos mismos ya que al final se exportan: minerales, madera y sobre todo petróleo. Eso ha dado un ‘boom teórico’ de desarrollo a países como Guinea Ecuatorial, Camerún o Gabón. Muchos se verán abocados a procesos de cambio político y tengo la incertidumbre de saber si volveremos a ver situaciones complicadas desde el punto de vista de la estabilidad política y social.

¿Existe entonces un riesgo de que vuelta esa inestabilidad?

Sí, todo lo que se ha conseguido en los últimos años sigue estando en el aire. Es una región muy delicada que se enfrena al hecho de que su motor viene del petróleo y de la acción de China sobre sus recursos. Este proceso se ha producido sobre todo en las dos últimas décadas. Yo realicé el primer viaje a África en 2004, cuando ya se empezaba a hablar del papel que jugaba China en las estadísticas de importación. Cinco años después y especialmente con la crisis económica, en España por ejemplo, que era el principal importador de madera tropical, se desplomó el sector de la construcción. En general, las importaciones de China, en comparación con las de Europa, explotaron.

Y debido a esto, ¿el poder de Europa se ha ido retirando de África?

Un punto de análisis es que sociedades como las europeas tenemos gobiernos y empresas que están a primer nivel desde el punto de vista económico y se enfrentan a una sociedad civil muy crítica que hace también cambiar tendencias. Ese juego quizás haya tenido un impacto a priori que es positivo hacia nuestro modelo económico, pero que se queda corto de vista en cuanto a lo que pasa cuando Europa deja espacio a que otras potencias menos comprometidas socialmente aterricen en el espacio que dejamos libre. Eso es algo que no se ha quedado resuelto y creo que Europa ha perdido terreno, no conscientemente, sino porque nos hemos visto empujados por la autocrítica para dejar a otros, como China e India, con muchos menos escrúpulos desde el punto de vista social y ambiental. Lo que pasa es que eso también tiene ventajas para la población africana. Son muchas paradojas que para mí siguen sin tener respuesta.

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