Lideres carismáticos
Las sociedades compuestas por ciudadanos libres, informados, que tienen opinión y ejercen un activismo crítico, esas no necesitan líderes carismáticos. La sociedad española es una sociedad madura. Por más que las estrategias de marketing, la propaganda política y los medios se empeñen en personalizar los proyectos políticos poniéndoles nombre y cara, la política no debería tener rostro ni estar manejada por líderes, sino por ideas. Pero no es fotogénico el anonimato y las ideas no son mediáticas. Por eso, ahí van un par de apuntes. Los líderes son obsoletos o, lo que es peor, si perviven se convierten en tiranos. La acción política como proyecto de intervención social no debería fundamentarse en el carisma de las personas, sino en la autenticidad de las ideas, unas ideas que se debaten, se traducen en programas de acción y en actos de gobierno. Los líderes carismáticos son pétreos e incombustibles, y después de seducir a las masas acaban por volverse mesiánicos. Todo un riesgo, porque el mundo está plagado de mesías y líderes carismáticos que, con el paso del tiempo, han acabado como el retrato de Dorian Gray. Las finanzas y los votos construyen liderazgos, efímeros héroes con pies de barro apelados a la redención. Menos poder tienen con la construcción de ideas. Revisen al puñado de líderes carismáticos que poblaron el parlamento español a finales del siglo pasado y entenderán a qué me refiero. El tiempo no se detiene, es implacable; los líderes sí. Al final las ideas y los tiempos pasan por encima de quienes les ponen rostro, las debaten y las ponen en práctica. La historia está plagada de mesías salvadores que acabaron siendo poderosos gurús aferrados al poder, vulnerando las leyes y manipulando a las masas. Revisen la geografía política y se asombrarán. El populismo genera adhesiones emocionales que oscurecen la razón crítica, y los gurús libertadores acaban imitando el artilugio sectario: los nuestros frente a los otros, los fieles frente a los paganos, la adhesión frente a la crítica. Buen partido sacó de ello el nazismo, el franquismo, el peronismo, el estalinismo, el sandinismo, el bolivarismo y un largo etcétera. No me gusta el olor de algunos mesías de la política española, porque el populismo de masas aclamando al líder siempre acaba generando tiranías con coartada, libertades con carnet, dictaduras en nombre del pueblo. El líder carismático tiene perfil mesiánico y trasfondo religioso.
Nuestra democracia tiene dos rasgos preocupantes: uno es la personalización de las ideas mediante el liderazgo partidista. Lo que representa como plataforma política un partido conservador, socialdemócrata, fascista o revolucionario debería de estar más allá de quién ostente en un momento dado su dirección o liderazgo.
El segundo rasgo negativo es la profesionalización de los cortesanos, jóvenes o viejos que han hecho de la política, desde su más tierna juventud, una profesión, es decir un modus vivendi, una forma de sustento y de salario dentro de las instituciones y los partidos. Esta política de asalariados es una estafa, que expulsa la inteligencia, la crítica y a quienes, desinteresadamente se acercan para luchar por una idea o un proyecto. Los cargos políticos a todos los niveles (también los líderes carismáticos) deberían disfrutar del cargo un máximo de tiempo para así evitar estos efectos colaterales. Manuela Carmena o Ada Colau han sido y son víctimas del statu quo: molestan a los líderes mesiánicos y a los asalariados de la política. Son políticas de paso al servicio de las ideas y del compromiso activista. Lástima, porque así las cosas quien gana es el que defiende sus intereses y su salario, y así pierde la política y la ciudadanía.