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CV Opinión cintillo

El gordito de Auschwitz

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A partir de cierta edad, conocer a gente nueva es complicado. Salvo divorcio mediante que te condene al Tinder, cambio de profesión u otra eventualidad, ya está todo el pescado vendido. Por eso se agradece la aparición de alguna novedad en nuestras vidas —a veces de manera efímera; otras, permanente— que nos abra nuevos horizontes. También puede pasar que alguien del pasado vuelva a tu vida. Puede ser para bien, pero, si ya le olvidaste en su momento, qué pereza tener que olvidarle de nuevo. Con este telón de fondo, esta semana ha entrado (o regresado) a nuestras vidas, y sin ninguna necesidad, el olvidado diputado popular Manuel Pérez Fenoll, efímero exalcalde de Benidorm.

Por lo visto, el mucho tiempo libre que tiene Pérez Fenoll le permite ejercer de graciosillo. No es gracioso como yo, que puedo presumir de tener un título CEAC de Ingenio y Gracia, sino de baratillo. De chiste malasombra que ofende más que divierte, de cobarde que ataca al débil a cambio de un aplauso del que tiene por encima. El sentido del humor es un rasgo de inteligencia, por eso sería injusto exigírselo. Ser un malababa, en cambio, precisa de un esfuerzo. No hay disculpa.

“Qué gordito has salido de Auschwitz”, le espetó a pleno pulmón el tal Pérez Fenoll al diputado de Compromís Juan Bordera el pasado miércoles, en medio de una comparecencia de la vicepresidenta Susana Camarero. Hasta ella puso cara de “¡qué dice este idiota!”, excelente termómetro de la estupidez que había dicho su compañero de filas. Un rasgo de humanidad, el de ella, que le honra —ya lleva uno, por ahí se empieza—, pues aquel rebuzno fue también un detector de miseria moral. De eso dio fe la presidenta de la Cámara, María de los Llanos Massó, que se limitó a pedir silencio. No pareció afectada por el comentario, seguramente porque no le afectó. Los de Vox ahora son sionistas, pero es fácil imaginárselos en los años treinta trabajando en una empresa gasística con sede en Berlín.

La ocurrencia del diputado conservador se debía a que Bordera fue uno de los miembros de la Flotilla de la Libertad que intentó romper el bloqueo a Gaza para llevar ayuda humanitaria. Aunque no se logró el objetivo, sí se consiguió que durante semanas se hablara en todo el mundo del genocidio palestino. Lo comido por lo servido. Fue uno de esos actos que te reconcilian con la humanidad. El de Compromís, como todos sus compañeros, fue secuestrado en aguas internacionales por soldados del ente sionista, detenido ilegalmente en una cárcel (donde más de una hostia le caería) y devuelto a España, con todo el gobierno puesto de perfil. Todo eso son motivos para que Les Corts le hubieran recibido en pie con un aplauso. Pero algunos están más con los asesinos que con las víctimas.

El chiste de Pérez Fenoll, por cierto, no es gratuito. Sin embargo, le voy a conceder el beneficio de la duda en virtud del principio de Hanlon, que dice que no hay que atribuir a la maldad lo que se pueda explicar por la estupidez. El chiste, digo, no es gratuito (o no lo parece), pero tampoco es nuevo. Tras la II Guerra Mundial, a la que muchos jerifaltes nazis sobrevivieron con más holgura que sus víctimas, era habitual hacer mofa de los supervivientes del Holocausto diciéndoles que tan mal no lo habrían pasado con lo gordo que se les veía.

Hay que tener en cuenta que desde los juicios de Núremberg (en los que se dio por cerrada la cuestión del genocidio judío) hasta principios de los sesenta (cuando las víctimas lograron reorganizarse), el tema de los campos de concentración y el nazismo era bastante incómodo: eran enemigos del pasado reconvertidos en amigos, y el ojo había que ponerlo en la Unión Soviética. Quien quiera ver a un hijo de la gran puta, exmiembro de las SS, usar el mismo chiste que Pérez Fenoll, le invito a disfrutar del documental El paraíso de Hafner (2007), de Günter Schwaiger. Por cierto, el paraíso del título es España, que fue el Club Med de los nazis durante el franquismo.

A Pérez Fenoll no tengo el gusto de conocerle —ganas tampoco—, pero a Juan Bordera sí. Desde hace años. No voy a decir que seamos amigos, pero siempre que nos hemos visto —en contadas ocasiones— nos hemos alegrado de vernos. Igual ya no se acuerda de mí, lo que hablaría muy bien de él, porque demostraría que se cuida al elegir las amistades. De Bordera, insisto, no diré que es mi amigo, pero sí que lo admiro desde que lo conocí. Verlo por primera vez en les Corts me robó una alegría.

En 2010 fue uno de los que consiguió que el visionario Jacque Fresco presentara en la Politécnica su llamado Proyecto Venus. Este divulgador americano salió en el documental Zeitgeist Addendum (2007), de Peter Joseph, defendiendo una economía basada en los recursos y no en la rapiña. Escribí un artículo sobre el personaje que a los organizadores (con motivo) no les acabó de gustar, pero en lugar de ponerme a parir optaron por una alternativa más inteligente y que me obligó a rectificar: presentarme a Fresco. Entre esos jóvenes idealistas que creían que se valía la pena luchar por un mundo mejor estaba Bordera.

Desde entonces, cuando lo he visto, siempre ha sido en algún fregado. En el 15-M, por ejemplo, estuvo a pie de obra. No hay una causa justa en la que no se haya puesto en primera fila, y no por afán de protagonismo. Cree que se puede mejorar la sociedad y a eso se dedica. Yo hago lo mismo, pero desde mi casa. Tocándome un poco los huevos, no lo niego, pero lo importante es coordinarse bien y cubrir todos los flancos.

Que a Bordera le tengan enfilado el banquillo popular es un blasón del que podrá presumir toda su vida. En noviembre de 2016, la semana en la que murió su madre, desde Nuevas Generaciones del PP (que para ser nuevas, dan la misma gena desde hace 30 años por lo menos) lanzaron una campaña en las redes acusándole de pegarse una siesta en un pleno. El funeral había sido el día anterior, y acudió a cumplir sus obligaciones sin dormir, detalle sin importancia para los cachorros del extremo centro. De hecho, ni siquiera se durmió. Si se hubiera puesto tibio a gintonics en el Ventorro habrían callado como bellacos.

Todo esto me ha traído a la memoria la figura del pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, ahorcado en 1945 por haber participado en un intento de ajusticiar a Hitler (eso no hubiera sido un asesinato) aunque, como tantos viajeros en el tiempo, falló. Amigo personal de Martin Niemöller, quizás no fue tan buen poeta como él, pero como teólogo le daba cien vueltas. Su ‘Teología Secular’ (su defensa del cristianismo sin religión) es un concepto en el que pueden identificarse ateos y creyentes por igual.

Otra de sus contribuciones fue la Teoría de la Estupidez, en la que afirmaba que la idiocia (que consideraba culpable del ascenso del nazismo) era más dañina que la maldad, porque somos mucho más tolerantes con ella y no nos parece tan peligrosa como realmente es. Casi setenta años después de que Bonhoeffer escribiera su teoría, Fenoll y su chiste con mimbres nazis le han dado la razón. Lo apunto porque es de justicia felicitar a los tontos cuando hacen algo bien.

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