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Las faenas hay que acabarlas como se empiezan

El expresidente del Gobierno Mariano Rajoy.

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Nunca me han gustado los toros, pero por pura casualidad, en un año de la primera mitad de los setenta del siglo pasado, me quedé enganchado a un programa dirigido por Mariví Romero en el que se pasaba revista a la recién celebrada temporada taurina de la Feria de Sevilla.

Había, al parecer, una coincidencia prácticamente unánime entre crítica y público en que la mejor faena de La Feria había sido la protagonizada por Santiago Martín, El Viti. Pero dicha faena quedó malograda en la suerte final, en la que el torero, por lo que decían los que entienden, era un maestro consumado.

El Viti optó por ejecutar la suerte de una manera particularmente imprevisible, la de matar recibiendo, y la opción no respondió a lo que él esperaba. Creo recordar que llegó incluso a recibir un aviso de la Presidencia y, al final, se puso fin a la vida del animal de manera muy deslucida.

En el programa Mariví Romero le preguntó por qué había optado por ejecutar la suerte de matar al animal de esa manera y también por qué, tras el primer pinchazo, no había rectificado, jugándose, como se estaba jugando, el trofeo a la mejor faena de La Feria.

La respuesta de El Viti es la que da título a este artículo. El toro, dijo El Viti, había sido toreado de tal manera que la faena sólo podía acabar de la forma en que él decidió acabarla. Las faenas tienen que ser acabadas como se empiezan. La fórmula de ejecutar la suerte final no era una opción, sino una necesidad inexcusable tras haberse desarrollado la faena de la forma en que se había desarrollado. El fin no justifica los medios. Fue toda una lección de coherencia personal y de integridad moral en el ejercicio de la profesión, de la que hice uso con frecuencia en las clases.

Se me vino a la cabeza esta lección de El Viti al tener conocimiento de la reacción del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a la información publicada esta semana, pero conocida por lo visto desde hace varios años, de la relación entre Francisco Martínez, secretario de Estado de Seguridad en el ministerio dirigido por Fernández Díaz, y el presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro, sobre diversos pormenores de la conocida como “operación Kitchen”.

El CGPJ sigue, de una manera invertida, la lección de Santiago Martín. Las faenas hay que acabarlas como se empiezan, ha venido a decirnos la Comisión Permanente del CGPJ, al negarse a estudiar siquiera la conducta del presidente de la Audiencia Nacional. Con ello, ha venido a recordarnos sus orígenes y el por qué va camino de los cinco años de prórroga sin legitimidad democrática que justifique su actuación.

En el origen de la renovación del CGPJ en 2013 está la preocupación del Gobierno presidido por Mariano Rajoy por impedir que la información del extesorero del PP, Luis Bárcenas, llegara a la Audiencia Nacional o al Tribunal Supremo.

Esta preocupación estaba presente desde el mes de enero de 2012, en que la justicia suiza atendió a la comisión rogatoria que le había sido dirigida por la justica española y decidió que se podía poner a disposición de esta última la información sobre las cuentas de Luis Bárcenas en Suiza.

Recuérdese que en ese momento se estaba procediendo a la investidura de Mariano Rajoy con base en los resultados de las elecciones de diciembre de 2011. ¿Hubiera podido formar Gobierno si en ese momento se hubiera hecho pública dicha información? No se pudo conocer porque Luis Bárcenas recurrió la decisión de la justicia suiza y retrasó el conocimiento público de la información el tiempo suficiente para que Mariano Rajoy se asentara en la Presidencia.

Pero el cartero siempre llama dos veces y con dicho retraso inicial no se había resuelto el problema. De ahí la necesidad de intervenir en el poder judicial. Evitar que el PP y su Gobierno quedaran arrasados por el conocimiento de la corrupción, especialmente en sede judicial, se convirtió en la primera preocupación del PP y su Gobierno. Entonces lo intuíamos, pero no lo sabíamos con certeza. Hoy lo sabemos más allá de toda duda razonable.

De ahí la importancia de la renovación del CGPJ de 2013. Se trataba de configurar un órgano auxiliar del PP y de su Gobierno para impedir el conocimiento en sede judicial de la trayectoria de corrupción ininterrumpida del PP desde su “refundación” en Sevilla en 1989. Por eso, el CGPJ no se renueva. El PP ya no está en el Gobierno, pero puede “bloquear” la renovación, que es lo que está haciendo. No se puede permitir que haya un CGPJ que no esté a su servicio.

La coherencia del CGPJ de Mariano Rajoy, que así debería ser llamado, ha sido absoluta. Igual que la de El Viti en su faena en la Feria de Sevilla. Solo que invertida. Frente a la integridad moral del torero, estamos asistiendo a la corrupción integral del órgano de gobierno del Poder Judicial.

Utilizo el término corrupción en el sentido en que se hacía uso del mismo en los orígenes del constitucionalismo, en el que no era el enriquecimiento personal, sino la “desnaturalización institucional” lo determinante en la definición de la corrupción. La historia constitucional inglesa es el mejor ejemplo de lo que digo. Las crisis como consecuencia del ejercicio del derecho de petición de la ciudad de Kent o la subsiguiente a la “septennial Act” a principio del siglo XVIII fueron las primeras, a las que seguirían otras muchas hasta la Reforma Electoral de 1832. En la de los países continentales el ejemplo inglés hay que multiplicarlo por una cifra variable según los países, pero considerable.

El CGPJ de hoy, que es el CGPJ de Mariano Rajoy, es un órgano corrupto, cuya preocupación fundamental no ha dejado de ser la de minimizar el coste de la corrupción para el PP. Su reacción de “lavarse las manos” ante la peripecia conjunta de Francisco Martínez y José Ramón Navarro es la última prueba, por el momento, de dicha preocupación.

El Viti se quedó sin el premio que la Real Maestranza concede a la mejor faena de la Feria, pero su ejemplo de coherencia profesional e integridad moral permanece como un gesto digno de envidia, como un modelo a seguir en cualquier actividad profesional. Todo lo contrario de lo que está ocurriendo y ocurrirá todavía más en el futuro con los miembros del CGPJ. El grado de corrupción al que han llevado al órgano de gobierno del Poder Judicial es una mancha personal y profesional que les acompañará hasta el final de sus vidas.

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