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Crítica

‘As bestas’, un 'thriller' rural de cocción lenta con el que Sorogoyen entrega su mejor película

Diego Anido, uno de los hermanos Anta en 'As bestas'

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El campo y lo rural se han convertido en uno de los temas favoritos del cine español reciente. Normalmente se ha abordado desde lo íntimo, desde el entendimiento de su despoblación, desde su reivindicación y mostrando las contradicciones de quienes se quedan allí. Alcarràs sería el ejemplo perfecto de esta tendencia. La película de Carla Simón bebía del cine de El árbol de los zuecos de Ermanno Olmi para entregar un filme magistral donde la observación de lo íntimo, del último verano de una familia de recolectores, se convertía en algo político, la denuncia de un sistema que ahoga a los agricultores, que no les da ningún motivo a las nuevas generaciones para seguir allí.

Es curioso que en el centro del dilema de As bestas -que basa el inicio de su trama en un suceso real- se encuentre esa idea, aunque la forma de desarrollarla de Rodrigo Sorogoyen, en un guion que firma junto a su inseparable Isabel Peña, sea radicalmente diferente. Los hermanos Anta de la película, los villanos que hacen la vida imposible a una pareja de franceses que llegan a una aldea gallega para restaurar casas y vender fruta ecológica, solo quieren huir. Les duelen los huesos, sus cuerpos han envejecido por la dureza de su forma de vida y nadie les ha ayudado nunca. Para ellos, el dinero de una empresa de molinos de viento es su escapatoria. Da igual que sea poco, para ellos es suficiente. De nuevo las ecológicas como centro del conflicto. Si en Alcarràs eran los paneles solares los que desataban la bomba nuclear en la familia Solé, aquí es la energía eólica la que desata el infierno en un pequeño pueblo.

Sorogoyen ha recurrido para hablar de ello al thriller rural, pero donde normalmente el director ha ofrecido un ritmo frenético (véase El reino o la sobresaliente Antidisturbios), ahora se pasa a la cocción lenta. La apuesta no le puede salir mejor. As bestas es su mejor película. La mejor escrita y la mejor dirigida. Lo es porque no hay una necesidad de demostrar nada, de plantear virtuosos movimientos de cámara. Su thriller es tenso hasta lo incómodo gracias a la espera, al silencio, a dejar que las escenas respiren el tiempo necesario para que la tensión se pueda cortar con un cuchillo. No hay grandes virguerías, no hay montaje picado, hay austeridad en la puesta en escena, una austeridad que conjugada con la excelente banda sonora de Olivier Arson, usada en los momentos precisos y no de forma machacona, se convierte en su mejor arma.

También es la mejor escrita porque es en la que los temas de fondo se profundizan más y mejor. La corrupción de El reino se convertía más en un contexto donde desarrollar su thriller que en un tema sobre el que indagar. Aquí ambos escarban más y entran con bisturí. El odio al extranjero, la violencia soterrada, el machismo, la España vaciada, y una idea sobresaliente en torno a la que orbita todo: los principios son, muchas veces, una cuestión de privilegio. Los protagonistas se pueden permitir no firmar porque tienen dinero, su posición les posibilita ser fieles a sus principios. Los hermanos Anta ni se lo plantean. No tienen esa posibilidad. Es de ese contraste de donde surge un enfrentamiento que va enconándose hasta lo inevitable. 

La película se construye en torno a escenas que son una clase magistral de crear suspense con pocos elementos. Como demostró en Antidisturbios con esa cena en plano secuencia en la que definía las relaciones de todos sus personajes, Sorogoyen y Peña radiografían a los de As bestas en torno a una mesa en una tasca o a una partida de dominó. La escena del bar donde Zahera explica sus motivos es lo mejor que la dupla creativa ha creado. Quizás le convendría a la película haber colocado esa escena un poco antes para que el espectador empatizara antes con ellos, para que nadie pensara que es un retrato simplón de buenos y malos.

Como es normal en sus películas, se vuelve a arriesgar a romperlas con un cambio de punto de vista radical. Ocurría en Stockholm y en Que dios nos perdone. Ocurre en As bestas y es la vez que mejor les funciona, porque hace que la película descubra otra capa que hasta entonces se intuía y en ese momento se materializa. De repente, la película coloca su cámara en ella (imponente Marina Foïs) y todo tienen otro sentido. El thriller rural con toques de wéstern gira para decirnos que las mujeres solucionan los problemas de otra forma, que la violencia intrínseca es algo masculino y que las auténticas bestias son los hombres (como deja claro esa rima visual entre la espectacular escena inicial de a rapa das bestas y el giro de guion que rompe la película en dos).

Les sobra ese encuentro casual con la cámara de vídeo. Aunque lo utilicen para jugar con las expectativas del espectador, la entrada del azar no era necesaria para hacer avanzar una trama que ya había desplegado todas sus (efectivas) cartas sobre la mesa. As bestas es un salto de gigante en la carrera de Sorogoyen como director, uno que destroza muchos de los prejuicios que había sobre sus películas. También de ambos como guionistas, creando su trabajo más fino. Una de las grandes películas de este año que tiene todo a favor para atacar la, presumible, supremacía de Alcarràs en los próximos premios Goya.

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