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Campaña permanente en tiempos de la COVID-19

Álex Comes

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El concepto de campaña permanente fue ideado por Patrick Cadell. experto en opinión pública, y asesor del 39º presidente estadounidense, el demócrata Jimmy Carter. Cadell destinó gran parte de sus esfuerzos en hacer entender a Carter que un gobierno tenía que estar en campaña permanente si quería ganar las próximas elecciones para así poder seguir gobernando. Una idea que, tras el beneplácito del POTUS, empezó a ejecutar, vertebrando la acción comunicativa y de gobierno de la Administración Carter sobre esta idea.

Más tarde, fue Sydney Blumenthal, periodista, escritor y asesor de Bill Clinton en su segunda legislatura, quién escribió “The permanent campaign” un libro en el que se razonaba sobre la importancia del concepto ideado por Cadell y que posteriormente han intentado llevar a cabo diferentes gobiernos, con mayor o menor éxito.

La campaña permanente se instauró como una herramienta que tenían los gobiernos para aumentar la significación de los ciudadanos sobre ellos, más allá de filias y fobias partidistas, generando así una identificación con la gestión que los gobiernos realizaban en su día a día y tratando de generar cada vez un mayor número de ciudadanos adeptos a sus líderes y lideresas. Una herramienta que cada vez es más útil por el hecho de que la ciudadanía es más independiente, políticamente hablando, y más volátil, electoralmente hablando.

Desde hace un tiempo, esta estrategia comunicativa, y electoral, que muchos gobiernos estaban llevando a cabo ha sido adoptada también por los partidos políticos que hay en la oposición, lo que genera un clima pre-electoral constante y, en la mayoría de las ocasiones, un aumento de la tensión política ya no solo entre los propios representantes de cada partido, si no también en el conjunto de la ciudadanía. De hecho, si echamos un vistazo al pasado más reciente de la historia política de nuestro país, podemos comprobar como en los últimos años, todos los partidos políticos españoles que estaban, o están, en la oposición, han subido la intensidad y el ritmo de sus ataques a los gobiernos de turno con el objetivo de generar ese ambiente de que estamos en una campaña permanente.

Ahora, en esta difícil etapa que nos está tocando vivir a todos los ciudadanos y ciudadanas de este país, y del mundo en general, causada por la COVID-19, estamos viendo cómo en otros países de nuestro entorno, como Portugal, la oposición está moderando su discurso, ofreciendo la colaboración al gobierno nacional y así hacer un frente común para poder salir juntos de esta crisis. Sin embargo, en nuestro país, estamos viendo que la situación es completamente contraria, ya sea por la aparente intransigencia de los partidos que forman el ejecutivo español, como por la radicalización del discurso y el ritmo frenético de los ataques que se están vertiendo desde la oposición. Aquí nos podríamos preguntar si fue antes el huevo o la gallina, pero lo que queda bastante claro es que ni el reciente cambio de rumbo de Ciudadanos ha supuesto una bajada de la tensión política, puesto que sus “ex posibles socios de Gobierno” han abierto una campaña de desprestigio al partido que ahora lidera Inés Arrimadas.

A nivel nacional, otra buena muestra del tacticismo que se está llevando a cabo por algunos partidos políticos, es el dejavú que estamos viviendo con el Partido Popular a causa del crecimiento y aparente consolidación de VOX. Los de Pablo Casado se han convertido en el PSOE del 2016, cuando tras la aparición y auge de Unidas Podemos, empezaron a realizar un recorrido lleno de zig-zags ideológicos en los que de una semana a otra, no sabías decir en qué punto de la escala ideológica se encontraban.

Pero si hay algo aún más curioso, y divertido para aquellos que nos apasiona el análisis político, dentro del tablero político actual, es ver cómo los principales líderes, en este caso lideresas, de un mismo partido, toman posiciones prácticamente antagónicas en un mismo territorio, como es el caso del Partido Popular en la Comunitat Valenciana.

Analizando viejas, o futuras, batallas orgánicas, podemos entender que Isabel Bonig y María José Catalá tengan sus diferencias a la hora de la gestión y el posicionamiento polítco frente a un determinado problema. Ahora bien, que se hayan posicionado de manera casi antagónica, dejando claras sus cartas de cara a un modelo de liderazgo en el PPCV, es algo difícil de entender para el ciudadano medio. Por un lado, y entendiendo que forma parte de la oposición, Bonig ha cambiado su discurso tosco y duro al cual nos tenía acostumbrados, posicionándose como una lideresa empática, solidaria y que en todo momento ha tendido la mano a la Generalitat en la lucha contra esta crisis, centrándose en el tablero político e intentando así ampliar el espectro político de su partido.

Por otro lado, Catalá, que siempre se ha situado como una de las referentes de la moderación en el PP, está realizando una campaña de ataque constante a la gestión del Ayuntamiento de València, radicalizando así el discurso al que nos tenía acostumbrado y dejando un espacio en el centro que parece que solo el PSPV está dispuesto a ocupar.

Viendo la inconsistencia discursiva y estratégica del PP a nivel nacional, buena muestra de ello es la abstención in-extremis de esta semana en el Congreso de los Diputados, no es de extrañar que cada líder haga la guerra por su cuenta y más, si estamos ya se están preparando para la gran batalla orgánica.

Es cuanto menos curioso que el Partido Popular haya mutado en el PSOE, famoso por visibilizar, a veces de manera exabrupta, sus diferencias internas, y que el PSOE haya mutado en el PP, famoso por cerrar filas y mostrar cohesión orgánica.

Visto lo visto, podemos vaticinar que si una terrible pandemia mundial no ha conseguido parar la campaña permanente por parte de algunos políticos, no va a ver nada que les pueda parar.

Si no hay ningún cambio, nos esperan casi 3 años intensos en la política valenciana.

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